26 septiembre 2008

Cualquier día de Julio







Llegamos al restaurante y nos sentamos al costado de una gran rueda de carreta, un restaurante típicamente Chileno. Tú estabas feliz observando todo con ojos inmensos, la verdad a mí nunca me gustó tanto aquel ambiente desbordante de iconos patrios, ni siquiera me gustaban los asados o las empanadas.

Te quitaste el abrigo y me miraste brindándome una gran sonrisa, yo te sonreí, complacido de que te sintieras feliz, extrañamente en aquel momento sentí que estabas mas cómoda que en todo nuestro encuentro. Me tomaste la mano por sobre la mesa y seguiste el ritmo de tonadas y cuecas que interpretaba un colorinche grupo folklórico sobre el pequeño escenario

Es lindo el lugar, muy hogareño, ¿vienes seguido? – preguntaste
- La verdad no, quise que esta fuera la primera vez para los dos –dije apretándote la mano-

Un mesero se acerco a nuestra mesa trayéndonos el menú, lo miraste de pies a cabeza y me reí de la cara del tipo cuando le pediste un cosmopolitan

- un jarrón de chicha estará bien –le dije salvándolo mientras tu me mirabas curiosa- Te gustara, confía en mi – te dije sonriendo

Te me quedaste viendo en silencio y tus ojos se perdieron en un punto que no pude definir- ¿que te pasa? –pregunte

¿Te puedo hacer una pregunta?- contestaste

- Bueno ya la hiciste –respondí estupidamente creyéndome gracioso
- Perdón, dale pregunta lo que quieras

¿Por que huimos del museo?
- ¿Huir?, ¿y quien dijo que huimos del museo?
Si arrastrarme del brazo por los pasillos no es huir entonces ¿como lo llamas? –preguntaste hurgando la respuesta en mis ojos.
La música cesó al tiempo en que terminabas de hacer la pregunta, sentí como si el mundo entero me clavara los ojos
De mis errores... – respondí despacio
¿Tienen falda esos errores? – preguntaste soltándome la mano
- a veces también se ponen pantalones –intente bromear torpemente, mas no te sonreíste- la verdad ¿que importa?, ¿no es acaso este un nuevo comienzo?, no es bueno hablar de viejos dolores cuando nos estamos recién conociendo, no creo que hayas venido para escuchar mis tristezas

Tu mano acaricio mi mejilla y te quedaste mirándome sin decir nada, solo esperando a que por fin me abriera, que por fin comenzara el verdadero aprendizaje
Una vez me enamore –comencé a relatar
Así que tenía falda después de todo – dijiste complacida de haber acertado, tu intuición no te había fallado
perdón, perdón, continúa

Bueno una vez me enamore, ella era una mujer increíble, algo excéntrica pero bueno una cuota de excentricidad tiene todos los artistas. Ella es una gran pintora, de verdad muy talentosa, viajamos a Paris y nos quedamos un año y medio sobreviviendo a duras penas en un pequeño apartamento, el comienzo fue difícil pero no importaba nada, nos teníamos el uno al otro.

Al principio conseguíamos algo de dinero en la Plaza St-Michel en el bello barrio latino, ella hacia retratos a los paseantes, mientras yo a un par de metros interpretaba viejas tonadas y cuecas con mi guitarra, tal vez por eso ahora odio tanto esa música. Al cabo de un par de meses conseguí trabajo estable en un café cerca del museo de Louvre. Ella seguía pintando mejor que nunca, yo amaba todo en ella y secretamente la admiraba, aunque ella lo sabía perfectamente, se me quedaba viendo complacida cuando me quedaba con la boca abierta frente a sus lienzos. Al cabo de unos diez meses conocí a Michel Deveroux, siempre lo veía ojeando grandes catálogos de pinturas mientras bebía su café y fumaba su pipa con aroma a vainilla. Le gustaba que lo atendiera yo, sabía que era sudamericano y siempre me preguntaba cosas como costumbres y lugares de mi país, seguramente debía parecerle exótico, la mayoría de los Franceses todavía piensa que en Sudamérica andamos corriendo en taparrabos. La cuestión es que notó mi interés en las pinturas de sus catálogos y me preguntó si me gustaba el arte. ¿Cómo no?, -le conteste- incluso mi mujer es una artista, es una excelente pintora –dije llenándome de orgullo-, Muy bien eso habrá que verlo -me dijo extendiéndome una tarjeta " Michel Deveroux directeur d'art galeríe Saint Chapelle". Esa noche llegue contento y le extendí la tarjeta a Valeria que daba las últimas pinceladas a una de sus obras, "te conseguí una entrevista" y en la mejor galería de París –le dije casi gritando, me abrazó e hicimos el amor entre sus lienzos. Nunca pensé que sería aquella la última vez.
Me quede en silencio y te mire sin atreverme a continuar, -pareciste adivinarme- Continua me dijiste, Continúa….

Valeria comenzó a exponer sus lienzos, tuvo gran éxito entre el público parisino, luego vendrían los viajes y las ausencias cada vez mas frecuentes, nuestra comunicación comenzó a ser menos fluida, la verdad yo estaba feliz de que estuviera triunfando. Mi paso era mas lento, cuando ella comenzó a viajar, entendí que era conveniente que yo también me superara, yo también quería que ella se sintiera orgullosa de mi, como yo lo estaba de ella, así que me inscribí en la cátedra de literatura en la universidad de Nanterre.

Una mañana buscando un destacador para mis apuntes, encontré un análisis medico entre los papeles de Valeria, estaba fechado hace unos tres meses atrás, un poco después de que comenzara a exponer en Saint Chapelle , el análisis indicaba que estaba embarazada, me alegre profundamente pero luego… duda. ¿Por qué no me lo dijo?

Cuando Valeria entro al departamento aquella mañana se sorprendió al verme sentado en el sofá, a esa hora yo debía estar en la universidad, su rostro palideció al ver el análisis medico en mi mano

¿Por que no me contaste?- le pregunte

¿Para que? – contesto sin mirarme

¿Como que para que?, es preciso que me entere de esta forma de que estas embarazada –dije desconcertado

¡Estaba! – contestó sin ganas mientras dejaba su maleta sobre la cama

Como que estaba, ¿que paso?

Nada simplemente ya no lo estoy, ¡eso es todo!, ¿esta bien?- pareció molesta-.Me levante del sofá y la tome por los brazos ¿no te entiendo?- le dije mirándola a los ojos, me estremecí de no ver nada en ellos

¡Aborte! esta bien, ¡Aborte!, me gritó apartándose de mi, no ibas a pensar que me iba a dejar embarazar justo ahora cuando mi vida por fin tiene sentido, cuando mi arte esta en su mejor momento.

Me sentí morir, caí al sofá y me quede en silencio sintiendo asco y pena, y luego una profunda ira. Tomó sus cosas y se largó. Tras un par de semanas supe que se había ido a vivir con monsieu Deveroux, pobre tipo, casi sentí lastima por él. Me volví a Santiago y de eso ya más de tres años. Jamás la volví a ver, hasta esta tarde en el museo, hasta esta tarde

Si, hasta esta tarde- repetiste mirándome tristemente.

19 septiembre 2008

Una tarde









Las luces de la avenida se filtraban por la garabateada ventanilla del autobús. Brillantes signos labrados tal vez con una moneda u otro objeto afilado. Apenas un par de iniciales que podían ser cualquier nombre “A y C”, así sin mas enmarcadas en un intento de romántico corazón. Tal vez un Antonio y Carolina, Arturo y Constanza, quien podría precisarlo, que importaba en realidad. La incógnita que desafiaba la imaginación y encendía las improbables pero reales imágenes de una pareja plasmando el testimonio de su amor, o quizás el silente tributo de un solitario nostálgico, jamás lo sabré.

Esta tarde, cuando mucho una tarde como tantas otras, que de contarlas no hay memoria suficiente para recordarlas por completo, ni oído que atento soporte el embate de relatos simples y cotidianos, pequeños instantes en el ir y venir de tantos otros como yo.

Una mujer dormita dando cabeceos rítmicos y constantes, saltando de un lugar a otro sobre la delgada línea entre el sueño y la vigilia. La observo con expectante morbosidad, esperando que se de un cabezazo contra el pasamanos del asiento delantero y así me arranque una miserable sonrisa que durara menos que el dolor del golpe mismo. Los asientos del autobús están como siempre copados. Cada uno de ellos sostiene millones de historias distintas, amores, dolores, sueños, y quien sabe que mas. ¿Cuantas historias podría contar sobre ellos?, ¿cuanto podría elucubrar mi mente en torno a estos rostros de ojos ajenos en menos de treinta minutos?. Podría darle un nombre a cada uno de ellos, podría dotarles de talentos e incapacidades, de alegrías y tristezas, podría envolverlos en intrigas complejas, sumirlos en castigos terribles o incluso obligarles a efectuar actos aberrantes, solo por que así lo deseo. Podría incluso elegir a las más hermosa y amarla para siempre y vivir con ella años enteros de felices momentos, observar sus manos e imaginar el calido toque que produce su carne en mi carne, podría imaginarme el deseo del que es capaz en su fuero interno, podría hacer de ella lo que fuera; medico, abogado, empleada domestica, taxista, contadora, enfermera o profesora que mas da. Podría incluso ser poeta o tan solo una linda puta. Podría decir millones de cosas sobre uno o incluso con el tiempo necesario decir mucho de todos y cada uno de ellos, o tan solo podría decir que la luz de la ciudad que parece pasar raudamente por la ventanilla se filtra al interior del autobús, tiñendo sus cuerpos de un calido color ambarino que invita a volar en el ensueño, otorgándoles la gracia y belleza que no todos aprecian o que ni siquiera logran ver.

Podría decir que la noche en ciernes cae lenta, como lento es el deslizar de los ojos sobre la última hoja de la mejor novela que haya leído o que leeré alguna vez, podría intentar incluso eternizar aquella extraña sensación que se confunde entre la angustia y el placer de terminar cada día esperando la sorpresa del mañana, aquel acto inesperado que puede en un segundo cambiar la existencia para siempre. ¿Que extrañas voluntades rigen nuestro devenir?, ¿se divertirá imaginando situaciones e historias como lo hago en este instante, observando a los otros que van volcados a si mismos?, tal vez vuelan ellos me engañan y no están ausentes y simplemente con los ojos bien cerrados, vuelan por los rincones de sus propias memorias o se prestan al juego triste de imaginarse viviendo otra vida, una vida llena de lo que no importa.

Podría… que tremenda palabra, me sabe tanto a caminar sin descanso. Podría hacer eso y quizás mucho mas, de poder, seguro que podría…, incluso podría reemplazar los vocablos en la boca de los coreanos que conversan acaloradamente a un par de asientos de distancia. Tal vez nos insulten a todos en este momento o estén divulgando algún oscuro secreto, jamás lo sabré…, tal vez simplemente hablan de la mujer que mueve las manos frente a si misma y susurra silencios, parece que masticara y devora las palabras de los mismos coreanos, quisiera hablarle pero temo que se trague mis palabras y me deje sin voz. Algunos la observan y ríen al ver sus desordenados movimientos. Un niño dibuja una sonrisa al ver que la mujer saca de su bolso dos pequeños autitos azules y describe diminutas rutas sobre el respaldo del asiento delantero. La madre del niño le obliga a volver el rostro al frente y lo rodea con su brazo como una gran osa. ¿Quien abrazará a la mujer que devora las palabras, cuando sea el niño el que describa rutas diminutas sobre algún asiento?

Una embarazada es el motivo de nuestra próxima detención. Sube al autobús con la gracia propia de un pingüino que se encarama sobre un trozo de hielo. De ella también podría decir muchas cosas, podría decir que su rostro sombrío es producto de un embarazo no deseado, pondría decir que aquel hijo en su vientre es lo mejor o lo peor que le ha sucedido en la vida, podría decir que es feliz en su casa perfecta y ordenada, podría incluso darle un marido bueno, un tipo amable y proveedor generoso, tal vez con los años podría convertirlo en un beodo infame y perezoso que la golpee con frecuencia y cada un año, con la exactitud de un reloj le hinche la panza con otro hijo que dormitara cansado en un autobús como este. Podría decir cosas como esas e incluso otras menos pesimistas para el agrado del lector, pero solo me atrevo a asegurar que antes de que pudiera ponerme de pie, la mujer que devora las palabras es la única que da un salto como impelida por una extraña fuerza y en un abrir y cerrar de ojos ya esta de pie cediendo su lugar. La embarazada ensaya una sonrisa breve y se sienta. Los coreanos aun hablan y hablan y la mujer que devora las palabras sigue y sigue tragando los vocablos que parecen viajar por el aire directo a su boca, tal vez por eso es tan flaca, por que solo se alimenta de palabras y la ciudad esta cada vez mas silente, parece una espiga famélica y frágil, mas estoy seguro que tal fragilidad es solo aparente, ¿acaso las espigas no se doblan con el viento sin quebrarse?. Tal vez podría volver a mirar por la ventanilla y observar las ventanas de los edificios encendidas en celestes y amarillos. Llenar sus habitaciones ocultas con cenas familiares, niños jugando bajo la mesa. Ir colocando vidas tras esos pequeñitos recuadros que titilan como estrellas de papel fluorescente sobre el techo de un adolescente. Historias completas o solo silencios tras cada luz.
Una cerveza en la mano, televisión y soledad en el cuarto piso, Sexo furioso en el sexto, un rostro oculto en el balcón del octavo donde solo el rojo punto de un cigarrillo delata movimiento. El autobús se detiene y tal vez podría decir que el fumador del octavo nos observa e imagina nuestros rostros tras la ventanilla, tal vez el también podría decir mucho de nosotros, tal vez…

El autobús continua la marcha y la mujer que devora las palabras gesticula fieramente frente a su rostro reflejado en la ventanilla, la noche ha revestido de un negro fondo aquel sucio vidrio, convirtiéndole así en el transitorio espejo de su propia miseria.

La mujer que devora las palabras sigue de pie e inmóvil salvo por el movimiento del dedo índice sobre su cuello. Su mirada fija en el reflejo de sus propios ojos en la ventanilla y su mandíbula rígida insinúa ira. Su índice cual imaginario cuchillo se desliza a unos cuantos centímetros sobre su garganta en un acto auto desafiante y serio, tan intenso y vehemente que me hace estremecer. Los coreanos cierran la boca y parecen hundirse en sus asientos.

La embarazada se pone de pie y se lleva su temor atrapado en los ojos y las manos en el vientre son guiadas por el instinto. Por un instante todo parece detenerse. Las luces parecen apagarse lentamente casi con la misma sutileza que existe en el ocaso. Todo duerme en torno a mí volviéndose violentamente inexpresivo, salvo por el reflejo de los ojos de la mujer en la ventana que ahora están directo sobre mi.

Podría decir muchas cosas sobre muchos, pero no consigo imaginar, ni podría precisar lo que esa mujer vio al encontrar mis ojos en ese instante. Podría decir mucho de muchos pero muy poco de ella, tal vez guardar silencio ahora sea simplemente lo más elocuente.

12 septiembre 2008

Perfecto y Cotidiano



Un instante breve, perfecto y cotidiano. Detenerse tan solo en el sosiego que ofrecen las hojas de un árbol cuando se visten con los matices del ocaso.

Observar como el viento las agita, obligándoles a cabriolar en el espacio, cada movimiento es único en si mismo, irrepetible y perfecto, un pequeño momento que es y no ha de ser igual nunca jamás y por ello intensamente bello.

Sentir que se eriza la piel cuando el sol despacio las abandona y las sombras delicadamente las cobijan, aunque ellas no duerman y su danza en silencio suceda hasta que la brisa enmudezca.

Habitar solo un segundo en el grácil arrullo del descenso, oscilando hacia un nuevo comienzo, esperar en el suelo fecundo de cualquier plaza y lentamente levantarse, casi imperceptible en pos de la paciencia, desafiar al tiempo devorando las centurias y algún día mañana, ya muy sabio volver a ser sencillamente... solo una hoja.

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05 septiembre 2008

Desde el recuerdo



(*) Cuando la tarde se hizo noche y lluvia un Octubre en Buenos Aires


Ayer tus ojos volvieron a tornarse diminutos mientras se perdían en los míos. Tu risa vuelve fresca, intacta desde tu etérea presencia. Ahora en perfecta quietud, desde el rincón más austral de mis recuerdos, dispongo una vez más el escenario.

Sin más frontera que una vieja mesa entre nosotros, nuestras manos se buscan y se encuentran en una suave caricia al amparo verde de una botella de vino que me sabe forastero. Delicadamente tus dedos rondan curiosos sobre mis palmas, dibujando senderos que conducen a un par de sonrisas. Las nubes raudas pasan la cuenta de una y otra copa y con cada nuevo sorbo me bebo un anhelo, tu tierra, tu sol y una callada promesa.

Afuera, la calle. En el café de enfrente la brisa calida y traviesa hace bailar las tazas sobre el mantel, mientras el trajín de un día cualquiera no se da tregua al amparo del ocaso. Entonces lentamente, uno a uno van despertando los faroles que nos miran desde lejos, sus guiños parecen invitarnos a sumar nuestros pasos, tú y yo codo a codo, norte y sur. Luego tu mano me dibuja otra caricia, tibia, suave, casi frágil. Respiro profundo y me lleno del aroma que trae la lluvia nueva, pequeña voz de aguacero que se multiplica sobre todas las cabezas. Tu mano en la mía y nuestros pasos más allá de las luces de aquella avenida, tras las librerías y teatros y el aroma a chocolate poco a poco emerge la costa de un atlántico oscuro y brutal

Ahora te miro, nuevamente, como si temiera perderte y sin embargo ahí estas, sonriendo, mientras caminamos en silencio dejándonos mojar, ¿que se puede decir cuando sobran las palabras?, cuando todo lo que importa se dice con la mirada.

Ayer tus ojos volvieron a hacerse diminutos mientras se perdían en los míos, cuando te atreviste a mirarme, esta vez, simplemente desde el recuerdo.

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