Salio corriendo y al doblar la esquina se metió en un oscuro pasaje, el angosto pasadizo era la antesala de una serie de callejuelas interiores y oscuras que él conocía de memoria, y en casos de urgencia,-como este- le habían salvado de caer en manos de los malditos policías. Detuvo la carrera y se acurruco en una esquina, mientras su pecho aun se agitaba como el fuelle de un herrero por el esfuerzo de la carrera, contuvo el aliento y escucho como los pesados pasos de sus perseguidores se alejaban rápidamente, hasta perderse tras los muros, exhalo con alivio y decidió mantenerse oculto algunos minutos. La humedad de aquel hueco fétido por los viejos orines no tardo en dejarse sentir sobre su cuerpo menudo, ya terminado el calor de la huida, y a pesar del frío sus manos permanecían tibias, alzo las palmas frente a su rostro y pudo ver como la débil luz se filtraba desde una hueco en el muro, dibujando curiosas formas en las ensangrentadas líneas de sus manos, el asco de aquella visión le obligo a restregar sus manos sobre el piso, intentando arrancarse la molesta sensación de viscosidad.
El sonido lejano de una sirena le hizo estremecer, palpo nerviosamente su bolsillo en busca de la navaja y la mantuvo firme entre sus manos, hasta que el angustiante sonido se apago con sordos ecos en la lejanía. Observo su navaja y la primera imagen en su cabeza fueron los desencajados ojos de aquel muchacho mientras era apuñalado, era apenas un par de años mayor que él, dieciséis, tal vez diecisiete años, lo conocía solo de vista, mas de una vez se lo cruzo en la calle. Encendió un mono de pasta base y aspiro profundo, la tos seca tras las bocanadas fue el único sonido que cruzo el silencio entre aquellos muros, la brasa brillante y rojiza del cigarrillo semejaba una luciérnaga perdida en una alcantarilla. El ardor en el mentón le hizo recordar el golpe asestado por su victima, aquel golpe le hizo hervir la sangre y fue la excusa perfecta para hundir la navaja en su pecho una y otra vez, mientras las vecinas gritaban y corrían en medio de la plaza, -otro valiente menos, ya ha de estar frío- que ¡imbécil!, -pensó- y sonrío con toda la arrogancia de sus temerarios quince años.
Recordó la primera vez que apuñalo a alguien, un viejo borracho en la parada de autobuses que dormitaba recostado sobre el escaño, la poca habilidad de sus manos y el nerviosismo de aquella primera vez le jugaron una mala pasada, el movimiento de sus torpes manos alertaron al tipo quien lo tomo por el cuello y comenzó a abofetearlo con fuerza, alcanzo a darle dos bofetones antes de caer de rodillas apretándose las costillas tras el embate de la afilada hoja, recordó como el corazón le latía con fuerza, fue la única vez que tuvo miedo, en cambio las otras veces una indescriptible sensación se había apoderado de su ser, pese a la fragilidad de su figura se sentía poderoso, le encantaba ver el miedo en los ojos del otro cuando lo enfrentaba al brillo de su navaja, apenas unos segundos, eso era todo…, unos cuantos segundos en los que podía sentir toda la energía y el poder de someter la voluntad de otra persona, sentir como el pecho les latía con fuerza y se les apretaba la garganta, como el simple contacto frío del acero sobre el cuello provocaba temblores en cada fibra de sus cuerpos, y sus ojos,… sus ojos… siempre sus ojos que parecían saltar de sus orbitas con la primera estocada, todo en apenas un par de segundos.
En silencio recorrió los pasajes hasta el sector de los basurales, y tras escalar las pilas de escombros se alzo sin dificultad sobre el muro, dejándose caer con seguridad al otro lado. Un fuerte puñetazo en pleno rostro le arrojo contra la desgastada pared mientras sentía que sus brazos eran fuertemente apresados por varias manos, desde la nuca un fuerte tirón en el pelo le obligo a alzar la frente, otro golpe le cruzo el rostro mientras en sus oídos se llenaban de una sola voz-¿Creíste que te ibas a ir así no mas hijo de puta?... te echaste a mi hermano… y por unos putos pesos.
Una vez que lo soltaron, se resguardo contra el muro hurgando nerviosamente sus bolsillos en busca de su navaja, el eco de las risas de aquellos muchachos que le rodeaban se deslizaron por su espalda.-¿Buscas esto?, -pregunto uno de ellos- y estiro su mano empuñando la navaja a un par de centímetros de su rostro ensangrentado. Mientras reían, uno a uno fueron extrayendo de sus ropas sendas hojas afiladas, dejándolas brillar con frío fulgor en medio de la noche mientras él aún confundido observaba en silencio, hasta que las risas de pronto cesaron, y su pecho comenzó a latir con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta mientras el frío de la hoja provocaba temblores en cada fibra de su cuerpo, y sus ojos…, sus ojos, parecieron saltar de las orbitas con la primera estocada…, en apenas un par de segundos.