26 diciembre 2008

It's just another day






“Destiny who cares
as it turns around and
I know that it descends with a smile
”(Swamped – Lacuna Coil)




La mirada fija en el cristal tras los lentes oscuros, la gente escruta su rostro inmutable tratando de adivinar sus ojos esquivos mientras los cierra despacio, sin que nadie lo advierta, los parpados le arden y por un momento no hay imágenes en su memoria, nada mas que sombras en un exquisito vació absoluto, le gusta así, es extrañamente reconfortante, suspender la conexión por algunos minutos y solo sumergirse en aquella música, aquella voz que desgarra el espacio y le acaricia el cuerpo entero, comienza a sonar Swamped

El suave vaivén del vagón no hace otra cosa que acentuar la sensación de ingravidez pese al aspecto pétreo con que engaña su figura, se deja mecer a gusto mientras viaja bajo los pies de cientos.

Poco a poco sus dedos van soltando el pasamano hasta solo rozarle, ni siquiera desea imaginar el rostro que debiera evocar el dulce y fresco aroma de la mujer que viaja junto a el, ni la forma de los pechos firmes que rozan su brazo, tras aquella vendrá otra. Otros cuerpos que se suceden como hojas trayendo aromas nuevos en aquel espacio cada vez mas reducido, donde simplemente se deja llevar acunado entre la carne, abandonando las imágenes y cualquier otro sonido ajeno a la envolvente voz de Cristina sobre las guitarras desde su espiral vacío

Las puertas se abren en sincronía con sus ojos, el mundo se llena de rostros y agitados movimientos, los pasos de los otros se anticipan a los suyos alejándose raudos por las escalinatas, tal vorágine suspende su propia sensación de avance y entonces de improviso cierra los ojos y simplemente se detiene, sin mas, en medio de la multitud como quien desafía la corriente en medio del río sintiendo su fuerza en la espalda

Tras la pausa sube despacio por las escalinatas, no hay prisa, no esta mañana. Al final del corredor el sol se entretiene lanzando destellos sobre los ojos de todos, obligándoles así a emerger a su cotidiano ajetreo inmersos en la paradoja de que el exceso de luz oculta la salida igual que la más negra de las sombras

Una sonrisa aparece en sus labios, comienza un nuevo día.

19 diciembre 2008

¡Que día!





No había caso, fue un día de aquellos –pensó-, mientras agitaba la copa de vino frente a sus ojos observando el exquisito carmesí en contraste con las luces de la sala. Simplemente sonrió al recordar, no había más que hacer.

Lo que se suponía debía ser el día mas importante de su vida rápidamente fue decantando en una trágica secuencia de eventos inesperados. El despertar fue presuroso y desordenado. El maldito despertador no funcionó y el habitual castigo a los tímpanos no llegó aquella mañana provocando el sobresalto de costumbre. Abrir el primer ojo y notar que el cielo ya teñía de celeste, sabanas atrás y ¡plum! primer costalazo contra en el piso helado. Mientras se levantaba entre maldiciones que sonrojarían a un viejo marinero, comenzó las idas y venidas en carreras cortitas desde el cuarto al baño, y del baño al cuarto deteniéndose en el closet, revolviendo con mano histérica la treintena de perchas en el interior, entretanto la frase habitual de la premura se hacia en su boca “¡Mierda, no tengo que ponerme!” , tras largos minutos de duda y caritas frente al espejo comenzó la difícil elección “hmmmm, este, ¡no!.. este… ahrrggg demonios mejor este”, hasta que por fin un vestido negro cayó sobre la cama. Mientras se vestía observaba el maldito despertador, el muy desgraciado parecía sonreír mientras ella se enfundaba las medias, Noooooo, ¡MIERDA!... maldita sea, ... como se me fue a correr el punto... ¡¡justo ahora!!.

Revolvió la gaveta superior hasta que encontró un par nuevo, “el último”, de un terrible y sentador color verde fosforescente, ¡demonios!, se tomó la cabeza con ambas manos sintiendo que debía meterse nuevamente a la cama, pero no,... aquello era imposible, cualquier día menos hoy, ella jamás, siempre correcta y puntual… menos hoy, claro… justo hoy, el gran día.

Se lanzó escaleras abajo terminando de ponerse la chaquetilla, mientras iba mordisqueado una tostada fría que sobró de la noche anterior, ni hablar de un café, no había tiempo. Terminó de arreglarse y se acomodo frente al volante, el sol comenzaba a asomar tímidamente cuando el chirrido de las llantas sobre el asfalto del estacionamiento le empujaba a la calle. Encendió la calefacción y quitó el vaho del parabrisas con la mano estremeciéndose por el gélido beso que le devolvía el vidrio. El cielo de aquella mañana estaba increíblemente despejado pero el aire terriblemente helado, el frío aún le mordía las piernas desnudas y pálidas, “malditas medias” - pensó.

Se internó en la avenida y cruzó raudamente la esquina hasta que el automóvil se fue deteniendo en medio de un poco alentador Cof,. Cof, coffff, Pssssssss..., quedando rápidamente envuelta en una gran nube de vapor, los puños se aferraron cual garras de halcón sobre el volante y dos certeros puñetazos sobre el tablero le volvieron rojo el canto de la mano, echo la vista atrás y salió del vehiculo con el pecho apretado, frunciendo el ceño para contener las incipientes lagrimas que deseaban desatarse. Alzó la mano aún roja por los golpes. Detuvo un taxi y con voz temblorosa le dio la dirección al conductor, el tipo la miraba por el retrovisor mientras ella se mordisqueaba nerviosamente el labio inferior una y otra vez, tanteo la muñeca en busca del reloj y observó con espanto el rápido girar de las manecillas diminutas, aquel maldito esbirro devorador del tiempo, como adiaba los relojes, ¡por dios como los odiaba!.

Solo pudo cerrar los ojos y pensar en el examen de grado, imaginaba a los profesores con el semblante frío y la nariz levantada envueltos en un halo de solemnidad olor a naftalina, Viejos de mierda –musito- para que cresta me metí a estudiar derecho

-¿Dijo algo señorita? –Preguntó el conductor – lanzándole una mirada lasciva desde el espejo retrovisor
-Apresúrese por favor debía estar en la universidad hace treinta minutos

- no se preocupe, hoy el trafico es mas livianito

Si, pero ¡apresúrese! por favor

- el que vive apurado muere apurado señorita

-Si, pero tu futuro no depende de los próximos diez minutos po filosofo del volante –se dijo apretando los dientes.

Al doblar la calle las rojas balizas de un carro de bomberos le tiñeron la piel, entonces sintió que la sangre se agolpaba en su rostro, cerró los ojos y respiro profundo.

-¿Qué cresta pasa ahora? – Preguntó con rabia.

-No se, al parecer un accidente, se ven algunos vidrios en la calle, ¡si…, si ahí se logra ver!, si, hay un choque

- Retroceda -ordenó ella- con la voz quebrada, casi a punto de romper en llanto

El taxi alcanzó a retroceder un par de metros cuando desde atrás otro camión de bomberos le cerró el paso

Abrió la puerta y se lanzó a la calle sin esperar el cambio, apenas si escucho la tarifa, solo tomó un billete y lo dejó caer en el asiento delantero. La facultad de leyes distaba a unas pocas cuadras, miró el reloj nuevamente y emprendió la carrera. Tras un par de minutos y con el corazón latiendo furiosamente se enfilo por los jardines del complejo académico. Con la entrada ya a la vista sintió un leve alivio, solo hasta que uno de sus tacones se hundió en la tierra húmeda haciéndole perder el equilibrio y lanzándola de bruces contra el césped, apoyó sus manos contra el verde vivo, sintiendo en las palmas el rocío matutino, se quedó de rodillas algunos segundos aguantando la rabia y el dolor en el pecho, se incorporó lentamente sacudiéndose la tierra y las hebras de pasto del vestido y se encamino cojeando despacio por las escaleras hasta el interior de la facultad.

En el interior el movimiento era mínimo, dada la hora supuso que la mayoría estaba en sus respectivos salones. Al llegar a la puerta de su aula, respiro lenta y profundamente para serenarse y tras dar unos breves golpecitos a la puerta, la abrió despacio encontrando solo al tipo de mantenimiento mientras limpiaba el piso.

-Buenos días –dijo el tipo mientras sonreía algo extrañado al verla con su pelo desordenado y las rodillas coloradas y raspadas

- ¿¡y donde diablos están todos!? – Preguntó ella- abriendo los brazos

-Todos..., ¿quienes?, Señorita –contestó el tipo de mantenimiento ampliando aun mas la sonrisa

- Se supone que hace mas de media hora en este salón se presenta el examen de grado para la cátedra de leyes

-Ahaaaa..., eso -dijo el tipo ya al borde de la carcajada–, por eso estoy aseando el salón, ese examen es pasado mañana el Lunes, como la facultad cierra el Domingo, me ordenaron que la preparara hoy Sábado.

El personal de mantenimiento del piso superior se miraba intrigado por las sonoras carcajadas de una mujer que llegaban desde la planta baja, haciendo ecos en los muros, hasta que poco a poco sin saber por que, la risa también se hizo en sus bocas.

12 diciembre 2008

En un par de segundos





Salio corriendo y al doblar la esquina se metió en un oscuro pasaje, el angosto pasadizo era la antesala de una serie de callejuelas interiores y oscuras que él conocía de memoria, y en casos de urgencia,-como este- le habían salvado de caer en manos de los malditos policías. Detuvo la carrera y se acurruco en una esquina, mientras su pecho aun se agitaba como el fuelle de un herrero por el esfuerzo de la carrera, contuvo el aliento y escucho como los pesados pasos de sus perseguidores se alejaban rápidamente, hasta perderse tras los muros, exhalo con alivio y decidió mantenerse oculto algunos minutos. La humedad de aquel hueco fétido por los viejos orines no tardo en dejarse sentir sobre su cuerpo menudo, ya terminado el calor de la huida, y a pesar del frío sus manos permanecían tibias, alzo las palmas frente a su rostro y pudo ver como la débil luz se filtraba desde una hueco en el muro, dibujando curiosas formas en las ensangrentadas líneas de sus manos, el asco de aquella visión le obligo a restregar sus manos sobre el piso, intentando arrancarse la molesta sensación de viscosidad.

El sonido lejano de una sirena le hizo estremecer, palpo nerviosamente su bolsillo en busca de la navaja y la mantuvo firme entre sus manos, hasta que el angustiante sonido se apago con sordos ecos en la lejanía. Observo su navaja y la primera imagen en su cabeza fueron los desencajados ojos de aquel muchacho mientras era apuñalado, era apenas un par de años mayor que él, dieciséis, tal vez diecisiete años, lo conocía solo de vista, mas de una vez se lo cruzo en la calle. Encendió un mono de pasta base y aspiro profundo, la tos seca tras las bocanadas fue el único sonido que cruzo el silencio entre aquellos muros, la brasa brillante y rojiza del cigarrillo semejaba una luciérnaga perdida en una alcantarilla. El ardor en el mentón le hizo recordar el golpe asestado por su victima, aquel golpe le hizo hervir la sangre y fue la excusa perfecta para hundir la navaja en su pecho una y otra vez, mientras las vecinas gritaban y corrían en medio de la plaza, -otro valiente menos, ya ha de estar frío- que ¡imbécil!, -pensó- y sonrío con toda la arrogancia de sus temerarios quince años.

Recordó la primera vez que apuñalo a alguien, un viejo borracho en la parada de autobuses que dormitaba recostado sobre el escaño, la poca habilidad de sus manos y el nerviosismo de aquella primera vez le jugaron una mala pasada, el movimiento de sus torpes manos alertaron al tipo quien lo tomo por el cuello y comenzó a abofetearlo con fuerza, alcanzo a darle dos bofetones antes de caer de rodillas apretándose las costillas tras el embate de la afilada hoja, recordó como el corazón le latía con fuerza, fue la única vez que tuvo miedo, en cambio las otras veces una indescriptible sensación se había apoderado de su ser, pese a la fragilidad de su figura se sentía poderoso, le encantaba ver el miedo en los ojos del otro cuando lo enfrentaba al brillo de su navaja, apenas unos segundos, eso era todo…, unos cuantos segundos en los que podía sentir toda la energía y el poder de someter la voluntad de otra persona, sentir como el pecho les latía con fuerza y se les apretaba la garganta, como el simple contacto frío del acero sobre el cuello provocaba temblores en cada fibra de sus cuerpos, y sus ojos,… sus ojos… siempre sus ojos que parecían saltar de sus orbitas con la primera estocada, todo en apenas un par de segundos.

En silencio recorrió los pasajes hasta el sector de los basurales, y tras escalar las pilas de escombros se alzo sin dificultad sobre el muro, dejándose caer con seguridad al otro lado. Un fuerte puñetazo en pleno rostro le arrojo contra la desgastada pared mientras sentía que sus brazos eran fuertemente apresados por varias manos, desde la nuca un fuerte tirón en el pelo le obligo a alzar la frente, otro golpe le cruzo el rostro mientras en sus oídos se llenaban de una sola voz-¿Creíste que te ibas a ir así no mas hijo de puta?... te echaste a mi hermano… y por unos putos pesos.

Una vez que lo soltaron, se resguardo contra el muro hurgando nerviosamente sus bolsillos en busca de su navaja, el eco de las risas de aquellos muchachos que le rodeaban se deslizaron por su espalda.-¿Buscas esto?, -pregunto uno de ellos- y estiro su mano empuñando la navaja a un par de centímetros de su rostro ensangrentado. Mientras reían, uno a uno fueron extrayendo de sus ropas sendas hojas afiladas, dejándolas brillar con frío fulgor en medio de la noche mientras él aún confundido observaba en silencio, hasta que las risas de pronto cesaron, y su pecho comenzó a latir con fuerza, sintiendo un nudo en la garganta mientras el frío de la hoja provocaba temblores en cada fibra de su cuerpo, y sus ojos…, sus ojos, parecieron saltar de las orbitas con la primera estocada…, en apenas un par de segundos.

05 diciembre 2008

Aqua




Giró sobre si hasta situar la espalda de lleno sobre el terreno adusto. Abrió los ojos nuevamente llenándose las pupilas de un cielo de sucio marrón. El mecánico vaivén de su pecho se detuvo algunos segundos mientras una ráfaga de aire sofocante le cortaba el aliento. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla deslizándose despacio, dibujando una delgada grieta sobre el polvo amarillento adherido a su piel marchita, aquel verdugo implacable y silencioso que corona el firmamento había tornado todo su brillo en una caricia de muerte. Cerró los ojos sintiendo el breve cosquilleo de aquella única y calida gota sobre su piel y recordó entonces a su padre relatándole como era la lluvia, intentando imitar sobre una botella el cristalino tintineo de las gotas sobre el tejado, y riendo como lo hacía cuando saltaba sobre un charco plateado, para que él pudiera imaginarlo. Le contaba como eran las nubes oscuras, el aroma a tierra húmeda y el viento fresco que jugueteaba con las hojas secas en el jardín de su infancia y de cómo se podría beber cuanta agua uno quisiera.

Recordó a su padre tratando de explicarle como de un día para otro simplemente había dejado de llover, así nada mas, las nubes dejaron de surcar el cielo, y como en las ciudades el aire se fue tornando pesado y calido, hasta hacerse irrespirable, como los recién nacidos y los viejos fueron los primeros en sentir los efectos de la deshidratación y las enfermedades respiratorias, apenas una muestra de lo que vendría y lo que finalmente sucedió.

Alzó la mano hasta su rostro y con la punta de los dedos recorrió su mejilla rescatando los últimos restos de humedad de aquella gota, la llevo a sus labios y casi pudo sentir las olas de un mar olvidado en los recuerdos de infancia rompiendo en su boca, su memoria se lleno de espuma, de brillos azules y gaviotas, pero hacia ya tanto tiempo de aquello, cuando todavía era apenas un niño. Al principio nadie noto la ausencia de las aves surcando el firmamento, fueron estas las primeras en menguar, luego una a una las especies fueron desapareciendo.

Fue solo cosa de algunos años hasta que los océanos se agotaron, habiendo utilizado ya los procesos de desalinización de las aguas y consumida ya hasta la última gota, convirtiendo así las tres cuartas partes del planeta en un vasto y profundo desierto. Agotado este recurso el caos y el miedo se hicieron presentes por doquier, con la economía devastada el dinero perdió todo sentido y el agua se torno en la única moneda de cambio, quien dominaba las ultimas reservas de este vital elemento tenía el poder sobre la vida y la muerte, conseguir un litro de agua era cuando menos imposible si no se tenía nada que dar a cambio, las milicias se parapetaron en las últimas represas en torno a la ciudad, batiendo a balazos a cualquiera que se atreviera a cruzar la línea sin autorización. El éxodo de las ciudades fue un penoso y lento transitar por carreteras calcinadas, los viejos y los enfermos fueron los primeros en caer, fueron quedando sobre el asfalto con la piel mustia y las bocas abiertas en una mueca de desesperación y agonía, aquellos que lograron llegar hasta el rincón mas austral consiguieron organizarse en pequeños grupos de trabajo intentando cultivos sobre una tierra empobrecida por los rayos ultravioletas, los frutos arrancados a los pocos árboles existentes no eran mas que unos secos tubérculos insípidos y carentes de cualquier valor alimenticio, la escasez de proteína animal fue sustituida por un suplemento sintético que era administrado por unos pocos hombres de ciencia que monopolizaron el conocimiento, se priorizo la subsistencia de los niños y las mujeres, queriendo asegurar el futuro de la mano de obra y la preservación de la especie. La ilusión duro hasta que las mujeres poco a poco fueron dejando de ser fértiles y las que todavía parían veían con espanto como de su vientre brotaba un vástago deforme, el cual era sacrificado en el acto. No recordaba exactamente cuando fue la vez en que nació el ultimo niño en el poblado, solo recordaba cuando fue la vez en que escucho el último de sus llantos.

En apenas unos años la mitad de los hombres fueron diezmados por los continuos enfrentamientos con los poblados rivales, se luchaba con desesperación por conseguir el dominio sobre el glaciar que servía de sustento, recordó como ya muerto su padre debió tomar su turno en la barrera, apenas doce años, como olvidar aquello, la primera vez que debió matar a un ser humano para prevalecer, recordó también como con el tiempo la desesperación hizo presa entre los pocos sobrevivientes al presenciar como el aumento de la temperatura terminaba por acelerar el deshielo de los últimos glaciares.

Una ráfaga de aire sofocante terminaba por cubrir de polvo la huella de aquella única y breve gota sobre la piel mustia de su mejilla, mientras hundía los dedos entre las alcalinas costras de tierra, apretando cuanto pudo, sintiendo en su palma la ardiente y seca mordida hasta que el mecánico vaivén de su pecho se detuvo despacio, acallando el aliento de su boca convertida en una mueca de desesperación y agonía.

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