31 octubre 2008

Segunda vuelta



Don Ricardo, ¡don Ricardo!... es su turno, -la enfermera sacudía con cuidado el hombro de Ricardo que yacía sobre el sofá entregado al sueño-, ya puede pasar don Ricardo.

Al cabo de veinte minutos Ricardo salía de la consulta cerrando la puerta con cuidado, haciendo que el ruido de la hoja al batir apenas exhalara un murmullo, como si temiera espantar el sueño de un infante a medianoche. La recepcionista lo observo con cuidada expresión y luego de un par de segundos, bajando la mirada le brindo una nerviosa sonrisa, sonrisa que a Ricardo le pareció una bofetada violenta. Presiono el botón del ascensor y sintió que todos los ojos en aquella sala de espera caían sobre su espalda, en su mente las imágenes se sucedían una y otra vez sin orden alguno, el rostro de Sara su mujer, la vieja casona de los veranos de infancia en Chillan, el primer beso adolescente en la plaza frente a la escuela, las manos de su padre limpiando la pipa roja y olorosa que siempre le acompañaba a cualquier sitio. Las puertas brillantes del ascensor se cerraron al mismo tiempo que sus ojos, de pronto solo una imagen en su mente, el rostro inexpresivo de aquel medico, reprodujo una y otra vez el movimiento de su boca esperando encontrar otro sonido, otro sentido a aquella palabra, a esa única palabra que había taladrado sus oídos y su pecho... leucemia.

”Bueno Ricardo el resultado de los exámenes es lamentablemente inapelable, envié las muestras a dos laboratorios distintos y el margen de error en estos casos es del uno por ciento, lo lamento, tal vez si hubieras venido antes… lo que ahora queda es… Ricardo... ¡Ricardo!...”. Su nombre fue lo último que escucho al cerrar la puerta de la consulta, luego el mundo se quedo sin sonidos y se lleno de miradas que le atravesaban.

Caminó toda la tarde hasta que el sol no fue mas que un retazo de luz rojiza sobre el horizonte, nunca antes aquel matiz en el cielo le pareció tan bello como entonces, incluso las luces de los oscuros edificios parecían pequeños y celestes astros en una noche de amantes, cerró los ojos, y escucho atento, llenándose de todos los sonidos de la calle, el rumor de los pasos apurados de cada día, los destemplados acordes de un bolero en un bar de medios tintos, el canto grave del ciego de la esquina, los bocinazos histéricos y el rugir de los motores en la avenida, aquellos pequeños detalles, simples, cotidianos e invisibles que ahora tras una pequeña y terrible palabra se volvían únicos y preciosos.

Se detuvo frente al edificio y observo su ventana en el quinto piso, Sara fumaba en el balcón, lo saludo con la mano en la que sostenía el cigarrillo, la braza de este dibujaba figuras en las sombras, semejando a una luciérnaga entre la hierba. Ricardo entro al departamento y se fue directo al cuarto de baño, cerró la puerta con llave y echo a correr el agua en la ducha, luego se dejo caer al piso arrastrando la espalda sobre los fríos azulejos del muro y se entrego al llanto, entre sollozos apagados por el sonido del agua cayendo a su lado, por primera vez tras largos años se permitió volver a llorar como un niño, lloró con rabia, con los dientes apretados, aferrándose las piernas con los brazos, dejando escapar los minutos, poniendo distancia entre su dolor y los ojos de Sara.

No sabe cuanto tiempo tardo en aquel baño, mientras secaba su cuerpo tras la ducha de rigor, solo pensaba en Sara, ¿Cómo decirle a Sara?, se quedo inmóvil intentando captar algún sonido desde la sala, mas el único sonido era el zumbido del pequeño tubo fluorescente sobre el espejo en el botiquín, se miro en el espejo y observo su rostro demacrado, los ojos rojos e hinchados, ¿Qué le iba a decir a Sara?, ¿Cómo decirle?. Salió del baño y camino hasta la sala, estaba a oscuras, a penas asomaba la débil luz de la luna entre los visillos del ventanal de la terraza, donde por las noches fumaba Sara. Al final del corredor la luz encendida de la cocina le llamaba con un guiño, caminó despacio preparando las palabras, hilvanado las frases entre dientes, atravesó la puerta y solo encontró su cena y una copa de vino sobre la mesa, igual que todas las noches cuando llegaba tarde, se dejo caer pesadamente sobre el taburete y cogió la copa de vino, ¿hace cuanto tiempo lo mismo? – se pregunto - , ¿cuando había sido la última vez que había compartido la cena junto a Sara?, ¿cuando fue la ultima vez que habían caminado juntos siquiera?, ¿cuando había sido la ultima vez que le había visto sonreír?, hace cuanto… ¡cuantas preguntas! que ya no importan un carajo. La oficina y esos malditos horarios los habían ido transformando poco a poco en extraños, pero esta vez era distinto, hoy había llegado a casa mas temprano que de costumbre y había visto a Sara en la terraza y no durmiendo como era casi todos los días, ¿por que no había querido acompañarle?, ¿es que acaso ya no le interesaba siquiera compartir la cena con él?, Ricardo se sirvió otra copa de vino y se llevo la botella hacia la terraza, se sentó en el borde mas ancho del barandal y observo las pálidas luces de la avenida.

“quisiera mandar todo a la cresta y largarme a vivir a la playa”, ¿te irías conmigo? - recuerda que le dijo a Sara hace tiempo –

¿a hacer que? - Respondió aburrida

- ¡No se!, lo que sea, que mas da, vendemos artesanías, ponemos un bar, que se yo

Si como no Ricardo, como no

- ¿y por que no? Sara, ¿¡por que no!?

¿Por que no?, ¡por que no hueon!, por que ni cagando estoy dispuesta a tirar por la ventana todo el trabajo que me costo llegar a donde estoy y todo lo que tengo hueon, ¡por eso!

- chucha y que importa, ¿te importa mas tener que ser?, acaso no es mas importante que estemos juntos, vivir Sara, ¡Vivir!

Si Ricardo, vivir, pero no como unos miserables, ¿Qué te pasa?

Ricardo se sacudió el recuerdo de aquella conversación de hace tantos meses, acabo la botella de vino y se fue a la cama, se quito la ropa y se acostó junto a Sara, se quedo observando la delicada línea de su cuello y la sugerente desnudes de su espalda, la miro largamente, como si fuera la primera vez que lo hacia, redescubriendo centímetro a centímetro cada detalle de su piel. Acerco su cuerpo al de Sara y le abrazo tiernamente, hundiendo la nariz en su cabello, respirando profundamente como si su pelo fuera un campo en primavera.

¡Ricardo que te pasa!, déjame dormir, mañana tengo una reunión importantísima a primera hora

-Disculpa Sara, es que tengo algo que contarte

¿¡Y no puede esperara hasta mañana!?, ¿es acaso tan importante como para despertarme a esta hora? – dijo Sara sentándose en la cama.

Ricardo la miró a los ojos y ya no pudo verse en ellos, guardo silencio mientras ella lo atravesaba con la mirada y entonces supo que ya no importaba, que ya no tenía caso seguir fingiendo que los ojos de Sara simplemente pasaban a través de él
Bueno ¿y que es?… ya me despertaste dime que pasa… ¡vamos, habla!

- Te amo Sara

¿¡Que diablos te pasa!?.. ¡Me despertaste para esto!, Ricardo duérmete quieres


Ricardo… don Ricardo, ¡don Ricardooo!... es su turno, - la enfermera sacudía con cuidado el hombro de Ricardo que yacía sobre el sofá entregado al sueño, - ya puede pasar don Ricardo

¿Cómo dice?

- ya están sus resultados don Ricardo, el doctor lo espera

Al cabo de veinte minutos Ricardo salía de la consulta sonriendo, respiro aliviado exhalando con fuerza, como quien se quita un gran peso de encima, observo a todos los pacientes que en la sala de espera le escrutaban con evidente curiosidad.

¿Para cuando le doy la próxima hora don Ricardo? – Pregunto sonriente la recepcionista- , ¿don Ricardo…?

- me prestas el teléfono – contesto Ricardo

Si, por supuesto

Ricardo aguardo algunos segundos tras el auricular -"buenas tardes señor",-escucho al otro extremo de la línea

¿a que hora sale el próximo autobús a la costa?,-pregunto Ricardo sin dejar de sonreír- solo uno...no importa...a donde sea...

Ricardo se reía con fuerza mientras se cerraban las puertas del ascensor, seguido por las atentas y curiosas miradas de los pacientes en la sala de espera.

24 octubre 2008

Desde el Rincón


Las agitadas manos de Carlos hacían un esfuerzo extraordinario intentando sostener la pequeña edición de bolsillo de los relatos clásicos de A. Poe, apenas si podía sentir los dedos al deslizar las paginas ante su perdida mirada, el frío era tal vez el castigo mas cruel e intenso al que haya estado sometido alguna vez en su vida. Laura lo observa desde una esquina, siempre agazapada y en silencio, hace varias semanas que el comportamiento de Laura es extraño, apenas si habla y escasamente duerme, tal vez teme sucumbir en brazos de la muerte dulce, el peligro de sufrir hipotermia era cada vez más real.

Carlos se acomoda contra el muro y siente como el frío traspasa las gruesas capas de tela impermeable de sus ropas, hasta morderle la espalda, abre y cierra las manos repetidamente intentando hacer circular la sangre en ellas, luego alcanza su pierna derecha y retira las vendas sobre las cual se adivinan grandes manchones oscuros, apenas visibles bajo la débil luz de la única lámpara de aceite sobre la mesa, sutilmente acaricia el entorno con su luz, como un faro solitario guiando a la muerte en medio de un océano de miedos. Carlos retira las vendas y deja al descubierto una gran herida sobre el muslo, el aire gélido le parece una caricia bendita sobre la piel ardiente y pulsante, presiona levemente sobre la herida y de inmediato un liquido espeso y un olor nauseabundo manan de ella, el grito de dolor de Carlos rebota sobre las paredes de aquella habitación atrapada en aquel nicho cubierto de nieve, aquel grito hace que Laura se tape los oídos y a su vez comienza a gritar histéricamente, haciendo sucumbir bajo el chillido cualquier otro sonido, taladrando los oídos que ya no recuerdan la dulce voz de Laura

-¡CALLATE!-le ordena Carlos-, Laura se tapa la boca con ambas manos, como suelen hacer los niños pequeños y se queda inmóvil observando alrededor con nerviosas evoluciones de sus ojos, como si estuviera buscando el origen de aquella voz que se repite una y otra vez en su cabeza, incesantemente. Luego se recoge una vez mas en la esquina del cuarto, pareciendo apagarse, como si se suspendiera en un letargo solapado, pero siniestramente vigilante. Carlos comprende que Laura hace rato ha partido, en aquellos momentos ella se encuentra en un reino distante y tal vez infinitamente mejor, envuelta en una realidad que él jamás podrá imaginar y se maldijo por eso, maldijo a Laura y su suerte.

En un comienzo aquel refugio en la montaña se había ofrecido como la respuesta a todas sus plegarias, apenas un pobre habitación con una chimenea y un camastro, una vieja lámpara de keroseno y la alacena provista de una generosa provisión de alimentos, que en aquellos momentos y tras las semanas contaba hoy con apenas un par de latas de carne. La tormenta de nieve llevaba ya mas de una semana y los caminos se adivinaban completamente sepultados bajo quien sabe cuantos metros de nieve, Carlos lo sabe desde que una mañana Laura abrió la puerta de la cabaña y la nieve se abalanzo sobre su cuerpo aplastándola como a un miserable insecto, los gritos aterrados de Laura volvieron a lastimarle los tímpanos en aquel recuerdo. Tal vez las patrullas de rescate se habrían lanzado a buscarles la primera semana sobre la ruta que habían informado en el puesto de guardia al partir en aquel día claro y fresco, nada podía presagiar aquel vuelco del clima, la naturaleza que ambos amaban y de la cual disfrutaban apenas tenían un par de días libres, se había tornado repentinamente en un enemigo implacablemente cruel.

Carlos aprieta nuevamente sobre la herida haciendo brotar un poco de sangre oscura y maloliente, apretando los dientes coge un poco de nieve y la pone sobre la herida que se aparece hinchada y ardiente, Siente la risa de Laura que lo escruta desde la oscuridad maloliente de su esquina, ella sonríe dantescamente con un brillo feroz en los ojos, con sus dedos tamborileando enfermizamente sobre los labios sin apartar la vista de la pierna de Carlos, ¡Cállate mierda!-le grita Carlos desde el camastro-, ¡Cállate!, y la ira le aprieta el pecho con cada nuevo grito, quisiera aplastarle la cabeza, borrar de un puñetazo aquella maldita sonrisa, aquella maldita expresión de animal al acecho, tal vez debió dejarla morir, debió dejar que se destrozara con la caída, cerró los ojos y recordó ese momento, como Laura iba cayendo por la pendiente tras la loca carrera en medio de la nevazón, en un desesperado intento por escapar de aquella montaña que se proponía dejarlos para siempre en su seno, fue en ese instante en que Laura lentamente iba entrando en los recovecos de su mente, hundiéndose, perdiéndose cada día mas. Recordó como su mano sostenía la delgada y fría mano de Laura agitándose en el vació, recordó como las lagrimas en su rostro brillaban mientras se repetían en sus oídos las suplicas pidiéndole que la dejara caer, y se maldijo por no haberlo echo, se maldijo por obligarse a si mismo a observar como Laura día a día caía un poco mas en la locura, hasta que ya no hubo mas que aquel triste guiñapo escondido en el rincón.

Laura reía despacito como una niña traviesa con las manos sobre el pecho mientras observaba como las lágrimas de Carlos se deslizaban sobre sus mejillas. El dolor punzante en la pierna disolvió aquella escena de su memoria, miró a Laura que seguía riéndose como una demente, y la odió con todas sus fuerzas, -¡Cállate!, ¡Cállate!, ¡maldita sea!, ¡Cállate! –gritó Carlos - Laura guardo silencio y fijó los ojos sobre él

-¡Debí dejarte ir!, ¡debí dejarte caer maldita sea!- le gritó con las lagrimas aun en los ojos.

El viento silbando tras los muros de madera se volvió el frío arrullo que lo invitaba a abandonarse mientras Laura se acercaba despacio sobre él, su expresión se había tornado pétrea, la habitual sonrisa se había tornado en apenas una delgada línea inexpresiva, Carlos cierra los ojos al escuchar el arrastrar de pies sobre el entablado cada vez mas y mas cerca, contiene el aliento al sentir la presión de las manos de Laura sobre su pecho, sintiendo el olor nauseabundo de su piel hasta que sus rostros quedan enfrentados. Carlos siente como la fría mano de Laura se pasea por su frente, mientras los agónicos reflejos bronces de la lámpara de keroseno van muriendo para siempre sobre la piel de Laura. Poco a poco, sus ojos comienzan a brillar con un fulgor voraz que parece suspenderlos y eternizarlos en el vacío de aquel cuarto que se sume ahora en la absoluta oscuridad.

17 octubre 2008

De Ocho a Seis



Dio un fuerte puñetazo sobre el teclado y sus ojos se quedaron fijos sobre la pantalla.

¡Que se cree este imbécil!, hacerme esto a mí… a mí

Como cada día Claudia abrió la puerta de su oficina vacía y fría. Desde la ventana apenas se colaban unos pocos rayos de luz sobre el escritorio. Aquella mañana mientras viajaba en el autobús observo como una joven pareja se besaba con cariño. Los miró fijamente deteniéndose en cada pequeño detalle de sus rostros, de sus bocas unidas bellamente y las manos de él acariciando el rizado cabello de la chica. Bajó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas, apretó los puños y sintió como la profunda envidia le quemaba el pecho. Secó las lágrimas de sus ojos y descendió del autobús una cuadra antes de llegar a su paradero habitual. Entro a la panadería de la esquina y pidió una docena más de los pastelillos de siempre. El panadero sonrió mientras iba metiendo los pastelillos en la bolsa de papel. ¡De que se ríe este hijo de puta!, seguro su mujer es una modelo, una flaca histérica que no se come dos aceitunas para no engordar –pensó mientras observaba el reflejo de su gruesa figura en la vitrina de las tortas- Hasta pronto señora –dijo el panadero sosteniendo la sonrisa- ándate a la mierda –murmuro Claudia.

Mientras encendía la computadora sobre su escritorio, la imagen de aquella pareja besándose seguía mortificándola, le dolía aquella felicidad ajena, no podía concebir que la felicidad se paseara ante sus ojos sin atreverse a llegar hasta su puerta. Desde hace tiempo el mundo había perdido los colores para Claudia. Un temprano matrimonio y el advenimiento anticipado de sus hijos le habían robado los mejores años de su vida, nadie podría decir que fue una mala madre, por el contrario fue una excelente madre, pero una vez que sus hijos se tornaron en adultos, la soledad le fue carcomiendo el alma. Los años y la rutina habían terminado por minar completamente la intensa pasión con la se había iniciado su matrimonio. Ya casino recordaba la última vez en que su marido la había acariciado y besado con tal ternura, la imagen de los jóvenes del autobús le volvió a azotar el rostro. Cerró los ojos intentando rescatar las imágenes de sus momentos tiernos, de las románticas noches encendidas, llenas de poesía en el lecho, donde su marido la besaba tan tiernamente haciéndola sentir como una mariposa en primavera, mas lo único que pudo ver fue la pobre expresión de un tipo barbón que le apretaba las tetas, mientras la penetraba con un tedio mecánico, sin vida, como quien cumple una tarea no del todo agradable. El mundo es una basura –se dijo mientras se metía un pastelillo a la boca- luego vendría otro y otro, hasta terminar la docena.

El mundo es una basura –repitió mientras sus dedos se deslizaban sobre el teclado – gracias a dios existe Internet –agrego risueña. En Internet Claudia había encontrado el escape perfecto, allí había creado su mundo ideal lleno de poesía y amores apasionados, llenos de aquellas caricias que tanto anhelaba, aquel lugar donde podía ser otra una persona distinta y olvidarse por unas horas cuando menos de su pobre y solitaria existencia. Desde hace meses que venía intercambiando mails con un hombre. Antonio su dulce poeta, en su poesía había encontrado las caricias soñadas, la pasíón desenfrenada que le iluminaba los días de ocho a seis, ¿Cómo sería Antonio?- fue la pregunta que le rondó por meses hasta que por fin junto valor y le pidió una cita, "te invito un café" –le había dicho en uno de sus mails-, pasaron unos días sin respuesta e insistió con otro mensaje, "me encantaría conocerte para hablar de poesía, prometo no hacerte nada que vos no quieras, un beso, Valentina". Sintió un poco de vergüenza tras haber firmado con el nombre de su hija mayor, lo utilizo por que su hija ya veinteañera era su vivo retrato a esa edad. Valentina – a fin de cuentas lindo nombre para un nick -se dijo

Recordó aquella tarde en el café de la plaza, recordó como sus manos traqueteaban nerviosamente sobre la mesa mientras aguardaba a su Antonio. Antes de la cita habían intercambiado fotografías él era un hombre apuesto de mediana edad unos cuarenta, se veía lindo, muy formal, con una mirada penetrante. Él le había dicho en uno de sus mails que la encontraba hermosa, claro que ella le había enviado solo una fotografía de su rostro y de hace algunos años atrás, bueno que importaba, total el alma no tiene por que ser 90-60-90, -se dijo tranquilizándose- un hombre tan sensible como Antonio no se fijaría en aquel pobre detalle de la apariencia física, él estaba por sobre esas frivolidades, toda su obra se lo gritaba frenéticamente, todos sus versos que alababan la simpleza de las cosas, la belleza de los detalles y la pureza del ser. Claudia observo su reloj por enésima vez tres para las siete, la puerta se abre y los ojos de claudia se iluminan, allí esta Antonio que gira la cabeza escrutando las mesas del café sin todavía reparar en ella. Claudia se pone de pie y alza su mano señalándole que hay estaba, esperándolo y poco a poco su ancha sonrisa de cumpleaños se va convirtiendo en una pobre mueca destinada a desaparecer, sepultada bajo la decepción, mientras ve la decepción en los ojos de Antonio. Una risita nerviosa y se dio media vuelta desapareciendo por la puerta de entrada. Aquel recuerdo hizo vibrar su mentón y ya no pudo contener las lágrimas. Los ojos de Antonio parecieron arder en su memoria y la rabia le mordió fuerte mientras masticaba con los ojos fijos en la pantalla un nuevo pastelillo. De eso ya una semana !maldito Antonio! a la mierda con él –se dijo- mientras comenzaba a redactar el primer insulto del día, que se creía el muy hijo de puta , hacerle eso a ella, pero no sabía con quien se estaba metiendo, sabia perfectamente donde trabajaba y ya varias veces lo vio entrar y salir del edificio en el centro, conocía sus horarios, pero ya habría tiempo para enfrentarlo, primero lo volvería loco con insultos, con llamadas a su casa a las 3 de la mañana, eso jamás falla, era cuestión de tiempo para que su esposa comenzara a sospechar, después de todo ella también era mujer y sabia perfectamente que teclas apretar ya vas a ver hijo de puta –se dijo mientras imaginaba el rostro cansado de Antonio agotado por las discusiones con su mujer, ja,ja,ja, - aquella imagen le dibujo la primera sonrisa verdadera del día, tal vez la única, que importa si era amarga.

“sent message” titilaba en amarillo sobre el monitor, ya esta –respiró profundo sintiéndose satisfecha

Las risas fuera de su ventana le hicieron girar la cabeza, una pareja de estudiantes jugaban a hacerse cosquillas, él le abrazo fuerte como un oso atrapando sus brazos bajo los suyos y mientras ella aun sonreía le beso despacio y tiernamente. Claudia apretó los dientes y dejo deslizar nuevamente sus dedos sobre el teclado “Querido Antonio”… todavía recuerdo tus ojos en aquel Café…-leyó en voz alta mientras comenzaba digitar el segundo insulto del día, apenas las ocho y cuarenta y cinco, según el reloj sobre el escritorio, quedaba un largo día hasta las seis, fijó los ojos en la pantalla y sonrió nuevamente al escuchar el lento girar de las mancillas del reloj.

10 octubre 2008

Charla de Pincel




¡No!, ¡no!, ¡no!...

No, ¿que?

Hubiera preferido los ojos verdes

Bueno pero eso es un detalle irrelevante, no entiendo por que tanta alharaca… en fin cosas de mujer

¡Claro lo que me faltaba!, el momento justo para un comentario desatinado

Ja,ja,ja, perdona no era la intención, Mmm creo que lo puedo corregir… si, por que no,… ¿alguna otra objeción?

Mmm, no se… dime, ¿para que estoy aquí?

Bueno, la verdad todavía no lo tengo bien claro

Ha, entonces solo estas jugando, ¡que falta de respeto!, típico

¿Jugando?, si… puede ser, a veces la vida puede ser un juego, depende el punto de vista

¿Te parezco viva?

-Bastante¿Que edad tengo?

Te parece… tal vez, Mmm, digamos unos veintidós años

-¿Veintidós?, esta bien, si,… me parece bien, si hubiera tenido quince tendría que soportar los malditos días de escuela, espinillas en la cara, piernas flacas, padres aprensivos por la seguridad de su niñita hermosa, ja,ja,ja, por que soy hermosa ¿verdad?La belleza es un concepto muy subjetivo, muchos solo te encontraran bonita

-¿Subjetivo para quien?

Para el observador, claro

-¿Y tu me encuentras hermosa?, …dímelo

Digamos que te veo como nadie te ha visto ni te vera jamás

-¿De verdad?

Si, de verdad

-¿Y como es eso?

Bueno, yo te veo desde un punto de vista mas intimo, mas real, digamos que he conocido tu desnudes mas brutal, la esencia misma de la creación que reside en cada una de tus líneas, así te veo como el resto solo lo podrá imaginar

-¿Me quieres entonces?

Por cierto, que te quiero… he dedicado semanas enteras de mi vida solo a ti, he pasado horas y horas soñándote, hurgando en cada detalle tratando de encontrarte.

Digamos que te he ido descubriendo poco a poco-Lo sabía, ¿Qué es lo que mas te gusta de mi?Tus ojos

-¿Por qué?

¡Vaya cuantas preguntas!, eres como una niña despertando al mundo… bueno de cierta forma lo eres

-¿Por qué te gustan mis ojos?

Por que sosiegan el alma,… por eso

-Mmm, bueno entonces los dejamos como están, olvídate del cambio ya no los quiero verdes

Perfecto, entonces así se quedan

-¿Te falta mucho?

No, ya casi esta, apenas un par de retoques y ya esta.

-es que me hacías cosquillas

es inevitable

-¿Y luego?

luego de ¿que?

-¿Qué sucederá una vez que termines?

No lo se, tal vez volvamos a encontrarnos y te haga cosquillas sobre otra tela,… así es la vida de un pincel, un eterno descubrir.

03 octubre 2008

Laudate Dominum


A ratos el rumor de voces semeja el toque de las gotas de lluvia sobre el tejado, va llenando el espacio y esparciéndose como un creciente caudal, hasta que cuerdas y bronces despiertan estallando en aparente desorden y que poco a poco se vuelve sinfonía. Aquellas primeras notas ordenan el primer gran silencio en un teatro que paulatinamente se va repletando.

Acomodados en aquel palco no supe que decirle, solo me dedique a observarla un momento como si no la hubiera visto jamás, como si aquella fuera la primera vez. Las doradas luces otorgaban a su rostro un lustre calido y sereno, no pude evitar reír bajito al constatar su expresión de cuidada solemnidad. Volteo hacia mi y volvió a mirarme con el ceño fruncido, reprendiéndome como solía hacerlo años atrás, cuando apenas yo era un niño. No hacia falta que dijera nada, solo me perforaba con sus ojos grises, una sola mirada y ya, eso era todo, su pequeño gesto ordenaba silencio. Contenida mi risa ella volvió a su postura señorial, y ajena a distracciones se mantuvo con los ojos fijos en el grueso telón bermellón que caía de los cielos cual cascada de terciopelo hasta el borde del escenario. Me conmovió su fragilidad, sus ojillos brillantes, expectantes como los de una niña que entra al circo por primera vez. Siempre el mismo palco, nuestro viejo y acostumbrado sitio del teatro, aquella vez irónicamente pareció como si fuese la primera vez.

Las luces poco a poco fueron cediendo y el teatro se fue sumergiendo en una noche de artificio. Aquellas paredes tan viejas como las huellas que ha cincelado el paso de los años en la frente de mi abuela, de pronto parecieron cobrar un brillo novel. El eco de la batuta repiqueteando como un escondido carpintero cortaba en dos el aire y el mutismo, haciendo atentos lo oídos, desencadenando tras la pausa del aliento contenido, las primeras notas que lenta y profundamente inundaron los oídos y el espíritu a medida que se levantaba el telón. En un momento aquella voz me hizo estremecer, remontándome a los días de infancia, haciéndome caminar otra vez por los pasillos en aquella primera visita, ese espacio nuevo llamado teatro que descubrí de la mano de la abuela, aquella tarde en que entendí que dios tiene voz, que no habla en las iglesias y que se escucha fuerte sobre el escenario de un teatro, al ritmo de cuerdas y bronces, de notas etéreas y dulces, de tormentas y silencios.

Nada mas cerrar los ojos y dejarse llevar, cada nota es como sumergirse en agua tibia y en ocasiones estrellarse contra la roca en pleno temporal, deambular desde el alba mas clara hasta el más sublime de los ocasos, vivir y morir en un puñado de notas.

La imagen viva de aquella vieja mujer que de niño me enseño el valor de la música aún esta fresca en mi memoria. Cada vez que aquellas notas vuelven a llenar mis oídos puedo verla, ahí junto a mi, en aquella butaca con sus manos sobre el regazo, el pecho batiéndose con cada nota, se me hace difícil describir lo que sentí al verla con los ojos llenos de lagrimas, pues se bien que en absoluto se trataba de tristeza. Aquella noche en aquel palco comprendí que simplemente hay sensaciones que no pueden describirse.

Salimos del teatro en silencio y no hablamos nada hasta llegar a casa, tal vez no era necesario, las palabras a veces simplemente sobran, solo me tomo de la mano y la apretó tan fuerte como pudo mientras las luces de la ciudad dibujaban estelas brillantes sobre las ventanas del taxi.

A la mañana siguiente encontramos a la abuela en su cuarto. Sobre su cama las fotografías amarillentas semejaban las hojas de un otoño fresco. En aquellas fotografías ella aparecía sobre el escenario del teatro, siendo otrora su voz la que cortaba el aliento de los que absortos y atentos le seguían llenándose los oídos con su canto, en un tiempo anterior a mi propia memoria. Recuerdo su rostro aun sereno mientras yacía sumida en un sueño eterno. Recuerdo que la pena me mordió brevemente, solo un momento, solo hasta que la imaginé sumergiéndose para siempre en la eternidad al fragor de los aplausos.

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