24 julio 2009

Papas Fritas







La niñita de polera verde de pronto se detiene. Es tan pequeñita, apenas un puntito sobre el suelo sucio de la calle donde a diario suenan los indiferentes pasos de los dormidos caminantes, su pequeña cabecita llena de rulos negros se alza ingenua, enfrentando sus ojos de aceituna al marchito rostro del anciano que descansa contra el muro. El viejo la observa con ojos cristalinos y le regala una sonrisa de boca desdentada. Bajo sus cejas pobladas y albas pareciera que mil centurias han desfilado perpetuándose una a una en cada pliegue de su rostro curtido. La pequeña busca con los ojos asombrados a su madre que sonríe a unos pasos, el viejo abre inmensa la boca jugueteando con la niña. La pequeñita hurguetea el fondo de su bolsa de papas fritas y luego con entusiasmo extiende hacia el viejo su mano gordita en alegre regalo, el viejo coge la papa y la lleva a su boca, la niña ríe al ver las migajas que caen como estrellitas sobre la barba. Una breve despedida sin palabras y se retira dando vuelta su cabeza de tanto en tanto, observando que aquel viejo la despide con la mano y con otra sonrisa, solo un pequeño instante en que el principio y el ocaso se encontraron en la calle.

Después que las estaciones marchiten el rostro de aquella niña de polera verde me pregunto si habrá otra que le extienda la mano, le encienda los ojos y le robe una sonrisa, cuando tras los años se haya ya olvidado de aquel viejo y como tantos la pequeña se transforme en otro dormido caminante que transite presurosa por las sucias calles de Santiago, dejando escapar la sabiduría y tal vez mas de algún dolor perdido bajo las canas que se apoyan descansando en algún muro revisando viejas fotografías mentales de tantos mejores días que a nadie le importan y que se disipan como polvo en el viento de esta primavera que en ocultos rincones no siempre es tan bella.

14 julio 2009

16-A


Camino distraído por la angosta vereda mientras la calle se ofrece desierta y en agradable silencio. Una hilera de grandes y añosos árboles se sitúa a cada lado de la calle plasmando un hermoso cuadro en movimiento, sus hojas se agitan ante la invisible mano de una brisa tibia que delicadamente se deja sentir en mi pecho, aquel toque furtivo me hace olvidar por un momento la molestia de no dar con la dirección que llevo anotada en este papelito amarillo, apenas un nombre y un solitario numero; 16-A.

Nadie alrededor, parece que este pequeño espacio en medio del gris de la urbe se oculta y se ofrece como un oasís sereno al caminante extasiado por los colores de un viejo sol que débilmente juguetea dibujando mi sombra en el empedrado que poco a poco se va volviendo familiar.

Tras las rejas oxidadas de la casa de la esquina un quiltro me ladra enfurecido, se alza en defensa de un terreno abandonado, lo observo y me compadezco del pobre bicho, sus ojos encierran una tristeza que no admite indiferencia. Lo observo y mientras me ladra las imágenes lentamente me invaden. La casa yace sin vidrios ni puertas y sus muros están llenos de crípticos rayados, tengo la repulsiva sensación de estar ante un muerto al que se le han arrancado los ojos, la boca y los recuerdos, un lugar que no recuerda que ayer fue hogar. Casi puedo ver a los niños de ese ayer jugando en el amplio patio colgados del manzano, igual a como hacíamos de vez en cuando con mi hermana Adriana soñando que éramos exploradores rumbo a la cumbre del Aconcagua, puedo ver a la familia tras la puerta en un apretado y emotivo abrazo de año nuevo, la mesa generosa de la navidad en la que me probé mis primeros patines, por un instante vuelven a brillar los ojos de mi vieja, sus ojos llenos de asombro (y un poco de enfado también) cuando nos vio aparecer en la puerta con un cachorro juguetón en los brazos, apenas un quiltro, un perrillo marrón y pequeño que saltaba y hacía cabriolas cada vez que nos veía volver del colegio, un perro fiel como el que ahora me ladra tras las rejas.

Camino sin prisa disfrutando de la tibieza de la tarde, descubriendo nuevos colores en muros viejos, cruzando la calle hasta la pequeña plazoleta que me ofrece un descanso y agradezco la gracia sentándome bajo un aromo que se mece oloroso, mientras le doy otra mirada a mi papelito amarillento.

¡Esta perdido! Amigo ?...interrumpe un viejo que aparece a apenas unos pasos a mi derecha, -mi sobresalto es evidente al creerme solo-, su voz es fuerte y su rostro milenario, parece un árbol más de aquella plaza. Me acerco y sin hablarle extiendo el papelito amarillo y lo enfrento a sus ojos gastados, se queda perdido unos segundos y luego levanta su frente con los ojos cerrados hurgando en la memoria, revolviendo sus recuerdos. Satisfecho el esfuerzo exclamó ¡ahaaaa!... siiiiiiiiii, tiene que seguir por esa calle una media cuadra allí justo en la esquina ¿ve?, donde esta el perrito que ladra ¿ve?

En el Taxi de regreso al hotel las lágrimas se me escaparon despacio mientras la corredora de propiedades me comunicaba alegremente por teléfono los pormenores de la venta de aquella vieja casona en ruinas.

03 julio 2009

Último Trago










La música comienza. Abre con un suave golpear de baquetas, cuerdas de guitarra me regalan solitarias notas que se esparcen en el aire vibrando hasta mis oídos, haciendo que levante la mirada en busca del origen de ese canto que se oculta entre el humo de cigarrillo que reina en el bar como la niebla en el puerto.

Varado en mi isla de caoba circular cuento diez colillas aplastadas en un disco de cristal cincelado en miles de ángulos delicados que funcionan como prismas ante los débiles rayos que se atreven a llegar desde el escenario como espectros de neón. Las verdes botellas de cerveza me miran tristes desde una esquina preguntándose por que me bebí su alma y las condene al basurero.

En el escenario se despliega movimiento. A las cuerdas se incorporan las teclas de un piano sostenido en las manchas de alcohol de incontables copas trasnochadas de antiguos bohemios. Un alo de luz parte en dos el velo negro de las tablas en donde surge la voz que se oculta bajo la figura de una mujer que acaricia una guitarra y me canta casi al oído. Observo las mesas aledañas, una mujer de negros labios y de erótica mirada acaricia en el cuello y besa los labios de un hombre de ojos tristes.

Enciendo un cigarrillo y apuro otra copa. La fuerza del bajo hace eco en mi garganta y la nostálgica voz que entona desamor y soledad llena mis oídos. Vuelvo a observar los negros labios que ya no besan y en sus manos un cigarro se consume y se transforma en una hilera de cenizas suspendidas que acusan la falta absoluta de movimiento. El humo asciende raudo, formando curiosas figuras que aleja de su rostro con un suave y certero soplido, el pelo revuelto y brillante se derrama por su cuello, entonces me observa de reojo entre uno de los mechones que cubren parcialmente su rostro, sonríe divertida al descubrir que me turba el echo de que me haya atrapado contemplándole ahora que se ha quedado a solas. Desvió la mirada y simulo observar mi vaso y aunque yace vacío lo llevo a mis labios tratando de parecer natural, buscando un último sorbo antes de partir.

El murmullo de las voces ocultas por la música se levantan del letargo tras un largo aplauso con el que despiden a la chica de la nostalgia que huye tras bambalinas, transformando el escenario en un campo desierto

El humo del cigarro invade mis ojos arrancando sendas lagrimas que huyen por las mejillas, tras estas vienen otras que nacen desde el pecho y atraviesan la garganta, nuevamente llevó el vaso a mis labios olvidando su vacío, tu mano fría detiene el inútil trayecto, de algún modo ya estas frente a mí, ni siquiera he advertido tus pasos. Sostienes mi mano y lentamente mientras me miras a los ojos sin decir nada viertes en mi vaso una generosa porción de tu veneno.

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