29 mayo 2008

El Lado B (final)

Light






¿Qué pasa Javier?..., - tranquilo solo quiero hablarte, -contesta nerviosamente-

- Paúl todavía estas a tiempo, aun no es tarde, están por todas partes… perdona que te tratara así, pero tenía que cerciorarme, sus ojos brillan en las sombras, es por eso que te conduje hasta aquí, afuera no es posible darse cuenta cuando es de día

¿De que mierda hablas? -le dije aun sin entender-

- ¿Me recuerdas?, no me recuerdas …, bueno Paúl realmente por el momento eso no importa demasiado, luego iras recordando –dijo en un tono mas relajado-, ven sentémonos

¿Por qué me seguiste? -me preguntó-

Bueno… la verdad es que…

La verdad es que te diste cuenta de que en realidad no recuerdas nada de lo que haces por las noches ¿verdad?..., es como si jamás hubieras hecho nada durante las noches aparte de dormir ¿cierto?

Bueno… sí, así es… -respondí confundido-

Tampoco tienes hambre ¿verdad?... quiero decir, a pesar de que no comes casi nada durante el día no has perdido peso, ni te has deshidratado, es mas también sientes nauseas por las mañanas o cuando te enfrentas a algún alimento ¿es así?

Sí… es así, ¿pero como diablos sabes todo eso?, ¿como sabes mi nombre y donde encontrarme?

Y magdalena… ¿a ella le sucede lo mismo? – me preguntó, confundiendo aun mas- Magdalena no tiene nada… ¿verdad?

No supe que contestar, me quede ahí en silencio mirando a Javier, intentando encontrar en su rostro cualquier rasgo que me pareciera familiar, pero el intento era inútil, no había nada en aquel rostro que me fuera siquiera medianamente conocido pero pese a todo el temor y la desconfianza poco a poco iban dando paso a la confianza. Javier pareció adivinar lo que pasaba en mi cabeza en ese momento pues en seguida dijo- ¿en verdad no me recuerdas heee?, se mucho mas de ti sabes…, se por ejemplo que tienes una cicatriz en forma de “V” en la rodilla izquierda

Me quede aun mas perplejo, como era posible que tuviera ese detalle, con el tiempo la cicatriz se había tornado en un queloide oscuro, motivo por el cual jamás usaba pantaloncillos cortos fuera de casa, me daba mucha vergüenza, la cicatriz era horrible

¿Quién eres? -le dije del todo turbado-

Escucha Paúl, escúchame atentamente y sin preguntas, no se como pasó, pero pasó… hasta hace mas o menos un mes, mi vida al igual que la tuya transcurría dentro de la mas absoluta normalidad, hasta que Camila, mi mujer, comenzó a perder paulatinamente el apetito, día a día la cantidad de comida en su plato era menor, comenzaron las nauseas y según el medico no había razón aparente a este desorden alimenticio, los exámenes que le practicaron indicaban que estaba todo en orden y de hecho parecía haber mejorado en algunos aspectos tales como su miopía, de un momento a otro dejo de utilizar sus gafas, su vista era de pronto de 20 x 20, su resistencia física aumento notoriamente, era capaz de realizar una rutina completa de ejercicios casi sin transpirar, incluso su agudeza mental se veía incrementada, resolvía difíciles crucigramas en cosa de minutos, el medico concluyo que su estado físico era extraordinario, era como si mientras menos alimento ingiriera su cuerpo se hacía mas vital, este extraño hecho parecía estar determinado por un aumento en los niveles de Leucocitos granulosos y eosinófilos que estaban al doble por sobre lo normal, de esta forma según me explicó el medico- Camila incluso parecía estar mejor preparada para enfrentarse a bacterias e infecciones. Al medico aquello le pareció inmensamente interesante y solicito mas pruebas, pruebas que Camila jamás llego a realizarse. Todo parecía estar muy bien, salvo por que parecía del todo ilógico el hecho de casi no ingerir alimento y estar en optimas condiciones, ¿no te parece extraño Paúl?. – lo mire sin articular palabra, no pude mas que pensar en que me encontraba frente a otra maldita coincidencia- Trate entonces de recordar – siguió Javier-, de recordar cuando fue la última vez en que Camila y yo cenamos juntos, hace mucho tiempo que venía cenando solo, Camila solo se sentaba a mi lado y mordisqueaba pobremente algún trozo de pan, ¿sabes que? … no pude recordarlo, no fui capaz de recordar aquello, así como tampoco pude recordar claramente nada de lo que alguna vez hice de noche…, sabes por que?... por que así empieza, así comienza todo, salvo que despiertes a media noche y te encuentres solo en la cama…, como es normal te preguntas en donde esta tu mujer y conforme pasan los minutos te asustas y el barullo en la calle te despierta la maldita curiosidad y sin mas no te das cuenta cuando estas pisando el frío asfalto y luego no hay mas nada que correr y correr…, con los ojos llenos de lagrimas, asqueado y aterrorizado y rogándole a dios no haber encontrado a tu mujer, rogando que…

Aquello fue lo último que dijo antes de alejarse corriendo, aquellas palabras aun no cobraban sentido alguno en mi mente, pobre tipo -pensé-, y que imbécil yo al prestar oído a semejantes disparates, aunque aun me perturbaban las extrañas coincidencias… Esa misma noche antes del acostumbrado beso de buenas noches de Magdalena, decidí permanecer despierto lo que mas pudiese fue del todo inútil no hice mas que poner la cabeza en la almohada y ya me encontraba en el reino de Morfeo, así pasaron las siguientes dos noches. Durante el día no dejaba de pensar en las palabras de Javier. El comportamiento de Magdalena se fue haciendo cada vez mas y mas distante, parecía en verdad otra persona, fría y despreocupada, absolutamente inapetente y pese a todo llena de un extraño vigor. Cuando salí de la farmacia con el frasquito de Modafinil en el bolsillo me sentí algo entupido, hasta me pareció que las personas en la calle adivinaran mi absurdo propósito cuando a cada tanto alguno cruzaba sus ojos con los míos

Una pastilla era mas que suficientes pero me trague dos, cuando los números verdes del reloj daban la 01:32 supe que al fin me liberaba de las garras del sueño, el silencio en la habitación era tal que los oídos parecían abombados. Permanecí inmóvil en silencio largos minutos intentando rescatar algún sonido de la calle, algún perro, un automóvil a lo lejos, pasos, cualquier cosa, pero nada… absolutamente nada, de pronto Magdalena comenzó a incorporarse en la cama, me quede inmóvil, no se por que sentí miedo de que me advirtiera despierto, me quede muy quieto, con los ojos cerrados. Su mano en mi brazo fue un beso gélido y agudo que me hizo estremecer, sentí como despacio su cuerpo se acercaba al mío y adivine su rostro a centímetros de mi mejilla, mientras un débil y sordo sonido invadía mis oídos “Snf, Snf, Snf”- no cabía duda - ¡Magdalena estaba olfateándome!-, fue entonces cuando un sonido mas inquietante y lejano se hizo presente, el rumor de muchos pasos calle abajo y el grito agudo y desgarrado de otro ser humano. Magdalena dejo la cama deprisa y salio del cuarto, abrí los ojos y aun inmóvil sobre la cama simplemente espere, solo me atreví a moverme una vez que escuche cerrarse la puerta de calle, me levante y me arrime hasta la ventana, de entre las cortinas pude ver como una decena de personas corría calle abajo, Magdalena entre ellos, me puse la bata y rápidamente baje las escaleras, Aguarde tras la puerta unos minutos, suficientes para notar que ya nadie mas corría fuera de mi puerta, salí de casa y decidí seguir al grupo conforme avanzaba desde pude observar que desde las casas mas y mas personas se sumaban, hombres, mujeres e incluso niños parecían impelidos a sumarse por una razón que no siquiera podía aun adivinar, al cabo de un par de cuadras, la muchedumbre comenzó a correr y dar gritos furiosos, pensé en volver a casa pero la curiosidad y el deseo de encontrar a Magdalena fue mas fuerte no se bien cual de los dos era mayor, corrí tras ellos hasta que el grupo comenzó a dividirse en grupos mas pequeños tomando cada uno distintas direcciones, pude ver a Magdalena entre diez o mas que se dirigían a la estación del tren subterráneo, espere que bajaran y continué, los gritos del grupo parecían cada vez mas furibundos, mas profundos, amplificados tal vez por el eco del largo pasillo que conduce hasta el túnel, incluso mis pasos parecían apagados en medio de aquel barullo en el que de improviso surgió un largo y estridente alarido. Mi pecho se batía con fuerza y mis manos sudaban pero no lo dude avance hasta encontrarme al grupo convertidos en una maraña de piel y jirones de ropas, la sangre se esparcía en torno a ellos y sobre ellos de una forma bellamente perversa
Me quede petrificado, al observarlos mientras devoraban pedazos de lo que fue Javier, sus rugidos cual bestias del averno helaban la sangre, al igual que sus ojos, sus terribles ojos que fulguran cual brazas en la noche, entre ellos hombres mujeres y niños ya lo he dicho, sin importar edad o sexo todos por igual parte de una manada de devoradores, cuya voracidad pocas veces he visto en algún animal, y entre ellos mi mujer, ahí estaba Magdalena, peleándose un trozo de carne, llevándoselo a la boca y mordiendo con tal voracidad y excitación que me hizo devolver el estomago, retrocedí despacio mientras comían al parecer no atendían nada mas de lo que sucediera entorno el ellos.

Aquella noche fue apenas el comienzo, noche tras noche los he visto cazar y también morir, si también se mueren, olvide mencionar que algunas veces se devoran entre ellos. No es difícil imaginar que es lo que le paso a los mendigos ¿verdad?..., al cabo que nadie los nota. Es extraño que al estar lejos de Magdalena poco a poco comienzo a recordar. Recordar a Javier por ejemplo, mi hermano, curioso no?, extraño olvidar a un hermano, aunque no del todo al parecer nadie extraña a los que son devorados, parecen extirpados de la memoria de los que algún día les conocieron, ¿Qué quiénes olvidan?... ¿Quién crees tu…? , las ovejas no tiene memoria según parece , se entiende no?..., no se hasta cuando lograre eludirlos, tal vez habría sido mejor seguir durmiendo, pero siempre tuve la maldita costumbre de hacerme las preguntas equivocadas…¿Te has preguntado que sucede cada noche mientras duermes?, ¿realmente crees saberlo?.

¡Uf!, en fin... No ha sido fácil eludirlos este par de semanas, no ha sido sencillo resistir,… resistir el hambre… y el deseo voraz que me gobierna al escuchar otro grito en la noche… cada noche...cada vez mas y mas cerca.

26 mayo 2008

El lado B ( parte I )

No se bien cuando, ni como todo comenzó, solo sé que cada noche es una apuesta permanente por sobrevivir, cada noche en que las horas transcurren en aparentemente sosiego, así como seguramente hoy transcurren las tuyas o como transcurrían las mías hasta hace un par de semanas atrás… hasta antes del fatídico despertar. ¿Te has preguntado que sucede cada noche mientras duermes?, ¿realmente crees saberlo?.

Al principio a nadie le llamó demasiado la atención el hecho de la paulatina disminución de vagabundos en las calles, es más creo que nadie más que yo reparo en ello, lo anterior en absoluto era una situación alarmante, es más en cierto punto hasta lo agradecí. La economía local marchaba bien pero no tan bien como para mantener a toda la población fuera de la pobreza, insisto, lo anterior no era una situación alarmante, solo un dato curioso. Magdalena ni siquiera lo evaluó mas de unos quince segundos cuando se lo comenté mientras mirábamos el noticiero. Apenas un débil - Mmmm, que raro -, fue todo lo que obtuve por respuesta, luego cerrar los ojos y prepararse a enfrentar la cotidianeidad de un nuevo día sin nada extraordinario, la estridencia del maldito despertador a las siete de la mañana, el calor de los cuerpos apretujados en el tren subterráneo, los ojos somnolientos de tantos que aparecen y desaparecen tras el parpadeo de mi propia lasitud matutina, el teléfono y los papeles sobre el escritorio garabateados con números fríos e irrelevantes, a medio día tal vez un bocadillo en compañía de algún compañero de oficina, un bocadillo casi siempre engullido sin hambre, luego más papeles, más teléfono y antes del ocaso el retorno a Magdalena y el noticiario.

Magdalena tampoco fue muy extensa en sus comentarios cuando le hice ver mi permanente falta de apetito, lo atribuyó al estrés, así, tan solo en un par de segundos el problema tenía un nombre y por lo tanto era susceptible de solución – hacer ejercicio seria recomendable no crees- sentenció antes de que el sueño irremediablemente me cerrara los ojos.

Al día siguiente mientras volvía a casa en el tren subterráneo noté que un tipo me observaba nerviosamente, sus ojos parecían buscar en todas direcciones y luego se detenían nuevamente sobre mí, su expresión denotaba angustia, tal vez miedo. Era un tipo joven de no mas de treinta años, muy delgado y algo sucio, ¿el último de los vagabundos tal vez? –me dije- y me detuve otra vez en la extraña sensación que me provocaba no ver a los acostumbrados vagabundos en los rincones de siempre, al menos no están extintos –pensé-, al fondo del vagón yacía todo un ejemplar que no dejaba de lanzarme nerviosas miradas cada tanto. Conforme el vagón se iba desocupando mi aprensión iba en aumento, estuve a punto de cambiar de vagón pero decidí permanecer sentado en una actitud entupidamente desafiante, el tipo podría haber tenido toda la intención de asaltarme, tal vez estaba armado ¡pero que mierda!, no me iba a dejar dominar por la paranoia, ahora me arrepiento, ¡como adivinar lo que vendría!. Cogi mi maletín con firmeza y me apresure a bajar en la última estación, camine rápidamente sin mirar atrás pese a que adivinaba que el tipo aquel me pisaba los talones, el corredor que conducía a las escaleras de salida jamás pareció tan largo y solitario como aquella vez. Camine cada vez con mas prisa hasta que sin darme cuenta ya estaba corriendo, subí los peldaños con largas zancadas sorteando los escalones de tres en tres , hasta que por fin la brisa fresca de la noche incipiente me recibió al amparo de la sensación de estar a salvo, ¡nada mas errado!, apenas media cuadra y el tipo me lanzó de espaldas contra el muro y susurrándome al oído me dijo – “Paúl soy yo, Javier, ¡no me reconoces!”-, inútilmente trate de zafarme cuando el miedo ya me invadía por completo, ¿Cómo este tipo sabía mi nombre?. – “Paúl soy yo, Javier, ¡es que no me reconoces!”, ¡como pudiste haberme olvidado!, soy yo... Javier, -repitió mientras los ojos se le llenaban de lagrimas-, escúchame…, escúchame atentamente – dijó mientras me apretaba los brazos contra el muro- Paúl, están por todas partes, hace una semana vinieron por mi, no se como he escapado hasta ahora, están en todas partes, ellos te huelen…, ellos saben cuando estas cerca…, saben cuando estas despierto…Paúl, ¿no te acuerdas de mi?..., todo es una mentira, están por todas partes… es horrible

¡No te entiendo -¡Quien mierda viene!… ¿Que quieres de mí?, -le grite ya con mas rabia que miedo -, el tipo me tapó la boca e hizo silencio algunos segundos, mirando nerviosamente en todas direcciones, escucha… Paúl escúchame –siguió hablando muy bajocomo quien desentraña un inmenso secreto-, piensa… ¿hace cuanto tiempo no recuerdas lo que haces de noche?.... Las luces de un automóvil que entraba a la avenida llamaron la atención del tipo, en sus ojos había miedo, me soltó de inmediato y se dirigió rápidamente de vuelta a la entrada del tren subterráneo en donde desapareció devorado por las sombras mientras me gritaba a lo lejos, ¿hace cuanto tiempo no recuerdas lo que haces de noche?.... Me lance a correr mientras el eco de sus últimas palabras parecían un escalofrío que recorría mi espalda. Aquella noche no quise comentarle nada a Magdalena, tuve miedo de escuchar otro de sus “Mmmm…” mientras miraba el noticiario. Aquella noche y pese a todo el extraño suceso el sueño pareció vencerme mas rápido que de costumbre.

A la mañana siguiente no conseguí desayunar mas que un par de tostadas y medio vaso de jugo, a la falta constante de apetito del que era victima ahora se sumaba la desagradable sensación de nauseas, lo mismo sucedía al medio día cuando me preparaba para el bocadillo que malamente solía llamar almuerzo. Me quede largo rato en mi pequeña mesita justo en medio de la cafetería pensando en las palabras de aquel tipo extraño, pobre loco, ¿hace cuanto tiempo no recuerdas lo que haces de noche?... , ¿que tipo de pregunta es esa?, - anoche…, anoche… bueno anoche no hice nada más que ver el noticiario y dormir, y anteanoche…, lo mismo… y…, -una vez mas aquella sensación de escalofrío recorrió su espalda al darse cuenta de que en realidad no recordaba mas que eso-, en vano intente recordar algo mas, ni una salida de copas, ni una sola noche de desvelo, ni cuando le hacía el amor a magdalena…¡como era posible que en mi cabeza no existiera aquel recuerdo...! como no recordar la última vez que le hice el amor a mi mujer… ¿acaso fue hace tanto tiempo?, ¿hace cuanto tiempo no recuerdas lo que haces de noche?...- aquellas palabras volvieron a sonar en mi cabeza, esta vez con un tono inquietante - , inmediatamente la incomoda sensación de ser observado hizo presa de mi, aquella sensación que todo el mundo alguna vez ha sentido,-incluso tal vez te suceda a ti en este preciso instante-, aquella sensación que te obliga a levantar los ojos o girar la cabeza para buscar aquellos ojos que te escudriñan desde algún rincón, para mi esta vez no hubo rincones, apenas levante los ojos de inmediato di con la figura esmirriada y sucia de aquel tipo, ¡allí estaba Javier! de pie fuera de la cafetería esperando como una ardilla asustada, observándome con sus ojos temerosos, me levante de la mesa e inmediatamente vi como Javier se alejaba rápidamente entre el tumulto que parecía no darse cuenta de su existencia. Salí corriendo y le seguí tratando de esquivar a las personas que sin querer cubrían su retirada, lo seguí varias cuadras hasta que sus pasos me llevaron a la estación central del tren subterráneo, me quede en medio de la gente observando en todas direcciones sin dar con Javier. Estaba por abandonar la estación cuando desde entre las personas que subían al vagón aparece Javier y me lleva rápidamente hasta la esquina mas oscura de la estación tomando mi rostro entre sus manos y revisando mis ojos.

22 mayo 2008

La vida sin ventanas

el nacimiento de america



A saber las azules paredes que brillan ajenas a los rayos solares, si es que existe el sol mas allá de la imaginación que lo sitúa pendiendo sobre las cabezas allá en el afuera.

A ratos se necesita un recuerdo, un retazo del pasado, que entre tintes cobres venga a refrescar la abulica inmediatez. Lo suyo sería considerado distinto, excéntrico si se quiere, demente tal vez, todo depende del observador en cuestión. Nadie podría decir que fuera del todo descabellado, algunos incluso haciendo alarde de una visión mas vanguardista lo califican de “arte”. El punto es justamente la no comunión de las opiniones sobre el lienzo, es decir la razón misma del ejercicio es sin duda el debate.

Aquellos colores, las formas inconexas al borde del delirio, las texturas, la huella de rudos trazos que evidencian tal vez la furia, todo lo que allí confluye de alguna extraña manera aparenta cierta armonía difícil de calificar, un mundo nuevo ciertamente, cada uno de los lienzos que aguardan inmóviles pero no en silencio en aquella galería dan cuenta de un visión única y desbordada.

Se cuenta que el autor jamás ha abandonado el estudio en el que da vida a las telas, se cuenta que sus años suman mas de ochenta y que desde la calle no se aprecian ventanas, que desde hace mas de quince años, cada sesenta o noventa días el gerente de la galería retira los lienzos desde la puerta misma del estudio y en su lugar deja el recambio de pinceles, acuarelas, oleos y telas. Se cuenta que nadie le ha visto ni la nariz siquiera, que las mismas notas de un piano se repiten incesante por las noches hasta que el alba las licencia. Se cuenta que nunca su visión alcanzó la calle y sin embargo dibuja y traza en aceites la vida misma, la que imagina, la que yace bullante en su cabeza. Se cuenta que es imposible permanecer indiferente ante su obra, que provoca y evoca desde lo más profundo del subconsciente. Se cuenta que es sencillo transitar desde el júbilo al llanto, desde la vida a la agonía, desde la noche misma del tiempo hasta la incertidumbre del mañana, cada uno de sus lienzos parecieran adaptarse incomprensiblemente a la necesidad inmediata del observador, y ha de ser cierto de algún modo, ahí de pie, en medio de esa babel de colores no se puede hacer mas que entregarse a la contemplación de aquella vida sin ventanas.

El día ha concluido y la penumbra se doblega bajo una luna imposible, todos observamos hacía la ventana atraídos por la lejana melodía de un piano. Las risas, las voces, todo los murmullos cesan de improviso, las espaldas se estremecen, esta vez los lienzos parecen brillar.

19 mayo 2008

Caleidoscopio (final)



Ayer volví a la galería de arte de la avenida Riobamba, allí estaba musculin senior afinando los últimos detalles para su nueva exposición. Luego de un par de copas de vino, me entere que su nombre es Renato, que tiene cuarenta y nueve años (aunque yo creo que se quitó por lo menos cuatro, pura coquetería), que es oriundo de Uruguay y que esta perdidamente enamorado de si mismo, ni un solo momento dejó de admirar su reflejo que se volvía mas estilizado sobre los grandes ventanales de la galería mientras lo entrevistaba, (por cierto me acerque a él con la excusa de que hacía un articulo sobre la escultura ornamental), pero mi intención era otra, deseaba conocer lo más posible sobre su personalidad, lo que descubrí de él la verdad me decepciono un poco, pero me alegró descubrir que vivía en el edificio hace mas de nueve años y que conocía al dedillo a sus vecinos y por que no también sus rutinas. Mientras caminábamos en dirección a mi edificio, musculin (no puedo decirle Renato) pareció alegrarse de saberme casi vecina, no tardé en invitarlos a cenar a mi departamento (pareja gay incluida), para interiorizarme más de su trabajo, (eso le dije), que me había fascinado, cosa que no es del todo mentira. Tras botella y media de un buen Merlot, poco a poco los rostros en las ventanas fueron tornándose más humanos. De la boca de este nuevo “amigo”, me entere que la vieja nudista amante de las plantas se llama Gilda y en sus tiempos mozos fue la figura principal de un importante teatro de revistas de esta ciudad y que luego del infortunado suicidio de su marido (el dueño del teatro), Gilda se volvió alcohólica, perdió el teatro y se confinó en el departamento, la única posesión que logró mantener. Algunos dicen que fue la propia Gilda quien despacho a su amado cuando lo encontró en los brazos de la que seguramente se iba a convertir en la próxima nueva estrella del teatro, pero eso es pura especulación, jamás le comprobaron participación alguna.

“The Lord”, se convirtió en el señor Francisco Javier Irarriazagoitia, un ex gerente de una importante empresa del rubro inmobiliario, sobre él, ninguna historia que valiera la pena contar, ningún antecedente sabroso, siempre un tipo serio, refinado, muy culto y gran conversador (según musculin ) creo que en su caso deberé intervenir la realidad un poquito más.

La niña del séptimo seguía siendo una incógnita, lo único que musculin me pudo contar sobre ella es que la vio un par de veces de vuelta del colegio junto a su padre, un sencillo profesor de matemáticas, se habían mudado hace poco mas de tres meses, (uno antes de que yo me mudara al mío), y nunca cruzó con él mas de un breve “buenos días“ y ahora ni siquiera eso, luego de que se enterara de que el tipo aquel era un acérrimo y declarado homofobico, no pude mas que quedarme con la duda.

Los siguientes dos días me quedé largo rato esperando ver a la niña aparecer en la entrada de su edificio. Llegaba siempre de la mano de su padre puntualmente cada día a las seis y media de la tarde. A las seis y veinticinco del día siguiente ahora yo me encontraba fumando frente a la entrada, cuando de pronto desde la esquina de flores y Arteaga, finalmente aparecieron. Los vi entrar al edificio y me lancé tras ellos, los rebasé y conseguí meterme primero al ascensor y desde atrás me quede observando a la pequeñita. Su figura se ofrecía mucho mas menuda y frágil de lo que aparentemente se veía desde mi ventana, su padre se volvió hacía mi y con una expresión muy afable y calida me preguntó el numero del piso al que me dirigía, le pedí marcar el octavo, no quería bajar antes que ellos. Al escuchar mi voz la pequeña apenas giró su cabecita para mirar sobre su hombro, al advertir el movimiento la salude ensayando mi mejor y mas sincera sonrisa, pero no hubo respuesta de ella hasta que su padre algo incomodo le dio unos tironcitos de la mano, mano que jamás dejó de asir. -“Vamos Luciana, que te he dicho sobre ser educada”, - dijo en tono severo. “Luciana”, por fin su nombre, -dije para mí-. Luciana me saludo muy despacio y volvió sus ojos al frente, se quedo mirándome en el reflejo cobre de las puertas del ascensor. Al bajar, Luciana se volvió hacia mí y no dejo de mirarme mientras se alejaba por el corredor. La sensación de angustia en mi pecho crecía súbitamente al cerrarse las puertas del ascensor en el séptimo piso, los ojos de Luciana parecían invadidos por las lágrimas.
Al volver a mi apartamento fui directo al telescopio, busque a Luciana y no tarde en encontrármela ahí en la ventana, como siempre, con la cabecita apoyada contra el vidrio. Estuvo así largo rato hasta que desde atrás su padre la retiró cerrando bruscamente las cortinas, como si estuviera enfadado.

La primera entrega para mi nueva columna fue todo un suceso. El editor estaba contento y no paraba de felicitarme por tan buena idea, ni de felicitarse asimismo por haber tenido también tan atinada idea de publicarlo. Llamé a Matilda y junto a otras amigas nos reunimos en el bar de siempre a celebrar mi éxito. La noche parecía completa, nada me prepararía para lo que vendría.

Entré al departamento algo mareada por el beso calido del Cabernet, dejé la luz apagada e hice de memoria todo el trayecto hasta mi cuarto. Desperté a eso de las cinco treinta de la madrugada, al menos eso decían los fosforescentes numeritos de mi reloj en la mesita de luz, la cabeza me daba vueltas y la sed hizo presa de mí. Me fui en busca de un poco de agua, y al pasar por la sala me fui directo al telescopio, la verdad nunca había jugado con el a esa hora, ¿que tanto puede suceder tan temprano?-pensé-, salvo tal vez encontrar a alguna persona fumándose el insomnio, o a alguna pareja cogiendo, esta última idea me motivo a restregarme los ojos y emprender la búsqueda, (el sopor del vino siempre me ponía caliente). Pero tal y como lo había imaginado, el edificio desde el segundo piso hacía arriba era un solo y oscuro bloque dormido, salvo por el séptimo piso, salvo por la ventana de Luciana. La luz al interior del departamento era suave, un tono ambarino brindaba calidez a aquella habitación, la misma atmósfera que se consigue al poner alguna prenda delgada sobre alguna lámpara. Al principio me costo enfocar, el foco de la lente luchaba por comulgar con el propio foco de mi ojo algo borracho todavía, pero ciertamente de súbito lo que cayó en mi retina, terminó por espantarme el aire beodo, ahí estaba Luciana, esta vez dando la espalda a la ventana, apenas si se veía en el pequeño espacio que quedaba entre las cortinas, espacio suficiente para que con el poder de aumento de mi telescopio pudiera hacer nítidas las formas. Luciana ni siquiera se encontraba de rodillas, no hacía falta, su estatura no lo ameritaba, era mas bien su padre aquel afable profesor de matemáticas el que parecía empinarse de puntitas en los pies, mientras con una mano asía la nuca de Luciana y empujaba en dirección a su bajo vientre. Allí mismo vomite, caí de rodillas y rompí en llanto, me fui directo al baño y me enjuague la boca, volví a la sala y cogi el teléfono.

Efectivamente la policía intervino. La psicóloga concluyó que la pequeña presentaba un pequeño grado de autismo, y ningún examen físico demostró cabalmente la presencia de estar frente a un abusador sexual, no habían antecedentes suficientes, el profesor era un tipo intachable y a todas luces un padre ejemplar.

No pude hacer nada para evitar que Luciana se mudara del edificio. Mi editor cancelo mi columna negándose a publicar algo de ese calibre sin tener evidencia contundente, ni aun tratándose de ficción, aquello no iba de acuerdo con la línea editorial del periódico, eso fue lo último que traté con ellos.

Al profesor me lo encontré en el centro hace un par de días, el tipo parecía distraído. Lo seguí a distancia suficiente para que no advirtiera que contaba sus pasos, nos metimos al tren subterráneo y viaje con él hasta Villa Adolfo. A las seis de la tarde, la manito de Luciana se volvía a perder en al interior de la mano de su padre y regresaba a su nuevo departamento a escasos metros de la escuela y la estación del tren subterráneo. Me quede largos minutos frente al edificio en el que los vi entrar, fumando nerviosamente, recorriendo con mis ojos cada una de aquellas nuevas ventanas mientras sentía otra vez un nudo en la garganta, la agonía en mi se convertía en callado llanto al no encontrar a Luciana.

Las tres primeras ventanas del cuarto piso se iluminaron al mismo tiempo, y recortando aquella luz apareció la figura delgadita de Luciana, luego la del profesor que lentamente fue bajando una a una las persianas, sonriéndome ufano mientras me observaba desde lo alto.

Ayer volví al centro. La estación del tren subterráneo estaba atestada como ya es costumbre, no fue difícil ubicar al profesor, ni tampoco situarme tras de él. Todavía recuerdo el agudo sonido de las pesadas ruedas de aquel vagón intentando frenar en seco sobre los pulidos rieles, todavía recuerdo los gritos de las mujeres y el desorden de los curiosos intentando observar al pobre “suicida”. El cuerpo del tipo quedó tan incrustado bajo aquella maquina que fue difícil retirarlo, el caos fue tal que hasta hubieron desmayos y una que otra amenaza de ataque cardiaco esporádico de algún sexagenario pasajero. El caos causado por el atochamiento en el tren subterráneo en hora peak fue publicado en todos los periódicos, incluso en el que yo trabajé hasta hace poco.

Hoy he vuelto al bar de siempre, y esta vez completamente a solas celebro en silencio mi primer titular, aunque en ninguna línea aparezca mi nombre, ni tampoco el de Luciana.

16 mayo 2008

Caleidoscopio ( Parte I )

Contraluz
Fotografía:www.poblette.com


Hoy el movimiento fue escaso. Generalmente los días de lluvia la gente tiende a recogerse, casi siempre en silencio, hasta es divertido observar como sus movimientos se vuelven inclusive mas lentos.

Ya pasa de mediodía y mientras termino el almuerzo vuelvo a revisar el artículo que debo enviar a mi editor antes del cierre a eso de las seis, si es que deseo que aparezca publicado para mañana. En realidad no importa demasiado, lo único agradable de este trabajo es que lo puedo hacer desde cualquier lugar, desde un café, un parque o confortablemente recostada sobre el sofá de mi nuevo departamento.

Tras secar los cubiertos, enciendo el cigarrillo de bajativo y me quedo observando el delgado telescopio que atinadamente me regalo Matilda en mi último cumpleaños. Al principio me daba vergüenza tenerlo en la sala, y cada vez que venía alguien a visitarme lo escondía rápidamente en el cuarto del lavado, hasta que volvió Matilda y ante las sonrisas cómplices de Andrea y Paula que se sobaban las manos sonriendo picaramente. Matilda dispuso el telescopio apuntando directamente al edificio de apartamentos que se alza frente a mi propio edificio, aquel monumento al feísmo resulta una especie de silente colmena de coloridas ventanas, que conforme pasan los días poco a poco voy aprendiendo a conocer.

Hace algo más de semana y media que no puedo escapar a la tentación de espiar a mis vecinos unas horas por la tarde y algunas otras durante la noche, es interesante observar como los movimientos de las personas son menos afectados cuando se creen absolutamente a salvo de cualquier mirada.

Hoy llueve y al igual que ayer el movimiento tras las ventanas es exiguo, la mayoría de las cortinas están cerradas e impiden el diario espectáculo que suelen ofrecer mis improvisados “monitores de realidad” como suelo llamarlos desde que comencé a jugar con el telescopio. Tras un momento la única figura que logro capturar es la de la señora que riega las plantas en la terraza, es una verdadera locura regar las plantas en un día de lluvia pero eso es lo de menos, lo raro es que lo hace completamente desnuda, salvo por unos coloridas plumas rosas adornando su cabeza, creo que la pobre vieja vive sola jamás he visto a alguien mas en su departamento, debe pasar de los sesenta años aunque podría equivocarme.

Dos pisos mas abajo vive el “The lord ”, le digo así sencillamente por que se pasa todo el día en casa paseándose enfundado en una aterciopelada bata color carmesí, siempre en pantuflas del mismo tono y con una copa de brandy en la mano. A eso de las seis de la tarde se instala frente a un gran televisor a ver películas pornográficas mientras se masturba utilizando un guante blanco, de esos largos que cubren hasta el codo, como los que usan las princesitas de cuento, su rutina me aburre, siempre al acabar llora desconsoladamente frente al retrato de una mujer, un retrato antiguo de esos que parecen dibujados con tiza pastel, esos que otorgan a las formas texturas calidas algo moteaditas. Al principio fue chocante observarlo hacer, pero luego conforme agregaba pedazos a la línea de su extraña conducta sentí por aquel tipo calvo y regordete algo parecido a la lastima

El piso seis, es el piso de los musculines, bueno no enteramente el piso seis, específicamente solo la quinta, sexta y séptima ventana de izquierda a derecha. Los musculines son una pareja gay, que suelen ejercitarse durante horas frente a un gran espejo situado en su sala. El más viejo de ellos es un escultor muy talentoso, una vez me lo encontré al salir de mi edificio y no pude contener las ganas de seguirlo, así que simplemente lo seguí. Así fue como conocí su obra. Al llegar a la avenida Riobamba, musculin se metió a una galería muy grande. Me pasee con aire distraído simulando observar algunos cuadros de arte moderno, unas huevadas coloridas que parecen haber sido hechas en alguna guardería de infantes, pero puestas a venta a un valor que costearía fácilmente un transplante de riñón, ¡ja!, en fin la pintura jamás fue lo mío en cambio la escultura eso ya es otra cosa. “El arte de liberar las formas”, creo que se me salio en voz alta cuando estaba examinando una de las esculturas del musculin senior, se dio vuelta y se me acercó, y con un tono calido y muy varonil agregó: “el arte de inmortalizar la mirada”, no entendí lo que quiso decir, sonreí malamente como si me hubieran descubierto en alguna travesura y me largue rápidamente de aquél sitio sintiendo los ojos de aquel tipo clavados en mi nuca.

En el octavo piso entre las cinco y seis de la tarde, tras unas cortinas adornadas con ositos azules soy mudo testigo de las travesuras de dos gemelos con cara de malditos. Ayer la última cagada que se mandaron (literalmente) fue estampar sus manitos con excremento en la muralla, y pienso -podría seguramente escabullirme en silencio hasta su cuarto y desprender el trozo de papel mural, enmarcarlo y venderlo en la galería de musculin-, seguro lo vendo rápido. Al comienzo creí que hacían estas estupideces como todos los niños, solo para llamar la atención y nada mas, pero al ver como reían y la expresión sádica en sus rostros cuando arrojaron al gato por la ventana fue algo escalofriante, no me gustaría ver que harán ya siendo adultos.

El séptimo piso no dice mucho. La mayoría de los departamentos están vacíos salvo por uno que raramente habré sus cortinas. Jamás le di mucha importancia por lo mismo, ya que aquel monitor de realidad nunca tuvo nada que ofrecerme, salvo obligarme a ejercitar la habilidad especulativa. Todo cambio cuando vi a aquella niñita apoyar su cabecita contra el vidrio de aquella ventana, parecía triste, demasiado sombría para su edad, calculo unos siete u ocho años no más que eso. Se quedo algo más de treinta minutos de rodillas frente a la ventana casi sin moverse, su mirada parecía perdida como si intentara encontrar algo en un punto distante que no pude descubrir. Me quede observándola en silencio mientras la noche se hacía completa en torno a mí. La pequeña parecía dibujada en la ventana y salvo por el movimiento de su mano apoyando la palma sobre el vidrio se podría decir que así era, en un acto reflejo puse mi propia mano sobre mi ventana como si quisiera tocar su mano, al instante la pequeña levantó la cabeza y sus ojos se clavaron directamente sobre los míos, -al menos eso me pareció-, casi como si supiera de antemano que allí estaba yo, observándola refugiada en la oscuridad de mi pequeña sala mientras un escalofrió recorría mi espalda. Ahora no puedo dejar de mirar aquella ventana cada noche, y no dejo de pensar en la expresión triste de aquella niña desde que la descubrí hace ya tres días, desde entonces no la he vuelto a ver.

Esta tarde presenté a mi editor un proyecto que he titulado, “la ventana indiscreta” (un titulo no muy original, lo sé, pero me simpatiza Alfred), la entrega será semanal y en ella iré relatando las vicisitudes de seres anónimos un tanto extraños. Al contrario de lo que pensé la idea le fascino a mi editor, encontró que era una apuesta interesante y que luego de las primeras tres semanas veríamos la continuidad de la columna. Ahora mi afición de voyeur se volvía parte de mi trabajo, claro que lo que escribiría sería (por razones obvias), una adaptación libre de la realidad que desfila cada día frente a mi ventana.

12 mayo 2008

El Cartero


Cada cierto tiempo era lo mismo. Al final del verano los zapatos irremediablemente agujereados y por consiguiente el inevitable y desagradable peregrinar de zapatería en zapatería. Era curiosa su aversión a este tipo de tienda, aunque no gastara ni un solo peso no gustaba de acudir a buscar un nuevo par de zapatos. Inútilmente recorría cuadras y cuadras revisando vitrinas y modelos que sabía de antemano no se llevaría consigo. El exiguo importe impreso en el vale de canje que le emitía la oficina de correos para la que trabajaba le alcanzaba justo para el mismo modelo feo y vetusto, de muy buen material eso si, enteramente de cuero, pero feos de veras, un verdadero par de tanques negros con fieros cordones, duros como alambres.

A eso de las dos de la tarde y luego de pasearse varias veces frente a las vitrinas, se decidió a terminar con el tramite, la verdad nunca lo admitía pero ese peregrinar inútil por la calle de las zapaterías no obedecía nada mas que a dilatar el momento en que tuviera que despedirse de sus viejos amigos, otrora otro par de tanques que le mordían los talones, pero a fuerza de las extensas caminatas, había terminado por doblegar, cual jinete a una potro salvaje.

Los servicios de un buen zapatero remendón, hubiesen puesto fin a ese entupido tramite pero simplemente aquello estaba descartado, los zapatos usados por un cartero jamás debían remendarse, cual bandera no debe ser lavada pues debe ser quemada con la tierra de su patria, sus zapatos debían irse al tacho de la basura con la memoria de sus pasos intacta. Cuantos pasos, tal vez miles, cientos de kilómetros tal vez, como saberlo, para que contarlos en verdad no tendría ningún caso.

Cada cierto tiempo era lo mismo, ya lo había dicho, entrar a la zapatería y sentir el aroma duro del cuero curtido, saludar al vendedor casi siempre un tipo diferente, nada raro, quien hay que venda zapatos toda la vida, ya casi nadie. Pocos viejos como el se perpetúan aun en su labor, en cambio ahora solo niños de tez lampiña que van de paso entre los estudios y el trabajo. Un “buenas tardes”, cansado y dame un treinta y cuatro en negro con cordones, el vale arrugado pendiendo de la punta de los dedos y no soltarlo hasta que los zapatos malditos están en la mano, “no quiere probarlos”, - pregunta aliviado el muchacho-, para que de que sirve si al final terminaran indudablemente sometidos bajo los pasos – piensa Adrián sin contestarle -, Hasta luego Señor vuelva pronto – despide el muchacho-, para que contestarte si al cabo del próximo verano no estarás más a los pies de viejos hediondos y cansados, para que -, hasta luego dice Adrián sin volverse, da lo mismo si le escucha o no.


Malditos Zapatos – refunfuña Adrián -, Hace mas de una semana que los vengo amansando pero nada, no se entregan, no se rinden, ¡Malditos Zapatos! Y mas encima brillan nuevecitos todavía los muy desgraciados, mejor me voy a repartir y luego a almorzar-. una rápida mirada al fondo de su morral da cuenta de apenas cinco cartas, tres de las cuales son cobranzas, que inútil reparto, - piensa-, llevar cobranzas es como lanzar piedras a las ventanas, nadie las quiere recibir, pero en fin, trabajo es trabajo y es lo que le toca. Hace mas de cincuenta años que reparte en la misma cuadra, Adrián ha sido testigo de nacimientos, matrimonios, cumpleaños, graduaciones y hasta funerales. Irremediablemente con los años no solo el barrio ha ido cambiando, también su gente, los antiguos vecinos sus viejos amigos borrados por el tiempo de un plumazo y de improviso. El primero en irse fue don Ernesto, un grueso hombretón oriundo del norte, con cara y manos de minero, cada quince días esperaba sentado frente a su puerta el paso de Adrián con noticias de su hijo, - si traes malas noticias te devuelves al tiro viejo gruñón – decía con fingida seriedad al ver a Adrián detenerse frente a su casa, luego el sobre celeste saliendo del morral le hacia brillar los ojos, una cerveza y seguir camino, dejando a don Ernesto con los mocos a medio sostener de la emoción mientras recorría las líneas de su hijo. A mitad de cuadra siempre estaba la Señora Patricia viuda de Carreño, pobre Carreño caerse así del tren, pura mala suerte un hombre como él tan dedicado a su trabajo, siempre metido entre los fierros de las locomotoras, caerse así tan tontamente. La Señora Patricia siempre guarda una sonrisa bonachona tras la puerta, es como un aire fresco en la tarde, después de eso no importa haber caminado toda la tarde durante horas, tal vez esa sonrisa es lo lejos lo mas gratificante de la jornada, Buenas tardes Señora patricia aquí esta su cartita – Dice Adrián con tono galante quitándose la gorra azul – buenas tardes don Adrián –contesta la viuda con vos suave y atenta, luego el tira y afloja, el pequeño juego de siempre, con la palma ruda y áspera de viejo galán tocar despacio la mano blanca y pequeñita de la viuda al rechazar las monedas que intenta darle hace casi más de una década y que siempre terminan de vuelta en su monedero no sin antes el mismo ritual, las mismas palabras aprendidas de memoria como en un viejo libreto en sepia , - “como le voy a cobrar, para usted el servicio es una atención, yo debería pagarle a usted por cada vez que me sonríe señora Patricia”, - después los ojos al piso y el rubor de lo que parece es una tierna vergüenza en las mejillas de la Señora Patricia, que mas se puede decir que un sincero “Gracias don Adrián”, nos vemos la próxima semana, siete días más y otra carta de su hermana como cada semana hace más de quince años.

¡Malditos Zapatos!, ya pasan de las cuatro y los dedos parecen reventar. El almuerzo donde Pepe hoy fue frugal, un sopa de mariscos y un par de hojas de lechuga con medio tomate triste y casi tan arrugado como el mismo Adrián. Luego la tarde, la plaza y el aroma fresco de los aromos, la sombra placida de del ocaso hecha Domingo cada tarde cualquier día de la semana. Luego la noche y el camastro, el maté cebado de memoria y enfrentarse a las líneas delgadas de las esquela, primero letra a carbón y luego tras las horas vendrá la pulcra tinta, al final releer y mas tarde suspirar cada vez que en las primeras líneas sobre el papel leyera Patricia, “mi querida Patricia, espero estés bien esta semana”, por aquí todo como de costumbre

Hace ya tres semanas que la Señora Patricia la viuda de Carreño se pasa horas frente a su puerta mirando la esquina de Sotomayor y poniente, la esquina por donde acostumbra venir Don Adrián el cartero. En vano se pasa la tarde entera esperando, tres semanas sumida en la soledad triste del olvido, por vez primera la viuda de Carreño siente el peso de la ausencia. A poco más de media cuadra don Ernesto la mira desde lejos con una expresión vacía, a el tampoco le llegan sus cartas – pensó doña Patricia - pobre don Ernesto.

Don Ernesto lo supo de primero y aun sin creerlo fue retornando a su hogar pasando paso tras paso de la rabia a la pena y al sosiego, Adrián pobre viejo, de todos los que se han ido tu fuiste el primero. – se dijo -. A Ernesto aun le costaba creer las palabras del supervisor de correos, ni se le ha borrado de la memoria la expresión indiferente del supervisor de correos cuando le relató que Adrián el cartero hacia mas de diez años que se había jubilado, y que aun así pasaba todas las mañanas a la oficina de correos a revisar las hojas de ruta, de vez en cuando daba consejos a los chicos mas nuevos y como estos conmovidos por la insistencia bonachona y triste del viejo, le daban algunos folletos publicitarios para repartir, nada importante, solo para que se entretenga el tata, decían. Pasaba puntual cada mañana recogía los folletos y se marchaba maldiciendo sus zapatos viejos, los mismos que pretendía cambiar de vez en cuando por un par nuevo en las zapaterías del centro, los vendedores ya no lo corrían era peor siempre volvía, dejaban que se metiera unos minutos se sentaba y se miraba los pies, luego le pasaba un folleto al vendedor y se largaba murmurando, la gente le tenia aprecio creo yo, o tal vez pena, que se yo, no era un mal viejo solo algo perdido. Correos se hizo cargo de los gastos del entierro, algo modesto, pero en honor a su apego por la institución. Ahora don Ernesto en nombre de la institución debemos reiterar las disculpas por los centenares de cartas que este hombre escribió a usted y su vecina suplantando la identidad de sus seres queridos, lamentable suceso, claro como podía usted suponerlo si era el mismo Adrián quien retiraba sus cartas en respuesta, las mismas claro esta jamás llegaron a manos de correos.

Luego la tarde y la brisa fresca de un domingo paseándose cualquier día de la semana, como esta tarde de ojos encendidos mientras Don Ernesto siga deslizando esta vez las cartas bajo la puerta. Las mismas que jamás llegaron a manos de correos, -repitió bajito Don Ernesto sonriendo en su escritorio mientras termina de pasar a tinta la pulcra caligrafía, de lo que llenara los ojos de la viuda la aproxima semana; “mi querida Patricia, espero estés bien esta semana”, por aquí todo como de costumbre.

07 mayo 2008

Simulacro






El ligero brillo de la pantalla del televisor baña pobremente la habitación de Laura. Sus ojos fijos parecen traspasar las imágenes que se suceden velozmente ante su mirada inexpresiva. Hace rato que no le presta mayor atención al programa, daría exactamente lo mismo una película, que un documental del rito de apareamiento de los dragones de comodo, o las coloridas barras de la carta de ajuste. Su mente vaga por los rincones del ayer. Ahí, en perfecta y aparente quietud, yace sobre la cama intentando encontrar el minuto exacto en que todo se vino abajo. ¿Fue hace cuanto?... ¿uno o dos años?... ¿una semana? Por alguna curiosa razón Laura intenta ubicar aquel momento en su cabeza, la importancia de aquello no lo tiene bien claro, tal vez solo busca una excusa para sentirse menos vacía.

El sonido del automóvil de Camilo entrando en la cochera sacó a Laura de su intento – vano por cierto – en la búsqueda de una explicación satisfactoria para poder comprender de mejor manera quien tiene mas culpa. Su orgullo le impedía aceptar que solo ella pudiera ser la responsable de haber dejado de sentir lo que algunos llaman amor.


El sonido de la llave en la cerradura de la puerta principal, hizo estremecer a Laura e inmediatamente en su cabeza surgió una sola imagen –del todo simbólica-. Una ciudad completa derrumbándose a sus pies. – Si, eso esta bien se dijo, eso es. Hace ya un par de meses que habían dejado de conversar de verdad, ahora solo hablaban, lo que hasta hace un tiempo era real interés del uno por el otro se fue convirtiendo en solo un montón de frases sueltas, cubiertas de un entusiasmo y cordialidad desechables, como los sobrecitos de café distribuidos como naipes sobre la mesa. Las sonrisas enfrentadas y el sonido de un pequeño beso en la mejilla cortaban el aire en el breve momento del café nocturno. Aquel rito de tazas humeantes que había terminado por reemplazar la cena, ¿el motivo?, simplemente por que hubiera sido imposible sostenerle la mirada a Camilo por un lapso de tiempo mas allá de lo que tarda uno en beberse un café. Cada noche siempre lo mismo, el ruido del auto entrando en la cochera, siempre increíblemente a la misma hora, con una puntualidad británica, 22:30 hrs, ni un minuto mas, ni un minuto menos.

Aquella maldita compulsión por los horarios o el extremo apego al orden-casi enfermizo, -al extremo de planchar hasta los calzoncillos- que regía la vida de Camilo, al comienzo fue un verdadero plus, pero increíblemente había terminado por convertirse en un azote, una molesta piedrita en el zapato.

El sonido de la puerta cerrándose tras camilo, comulga con el sonido de la puerta del baño al cerrarse en el cuarto de Laura. Un lejano “holaaaaa”, desde la planta baja es respondido por un no menos débil “ya bajooooooo”, así rápidamente inicia la rutina de todos los días. Enfrentarse al espejo escrutando su rostro y su cuello en busca de cualquier pequeño detalle que pueda delatar los besos y mordisquitos de Javier – su compañero de oficina -. Se quedó congelada frente así misma, enfrentada a su propia verdad y por un instante una sonrisa franca encendió su rostro, provista de aquel inmejorable maquillaje se dispuso a enfrentar el café de la noche.

Al entrar en la cocina enfrentaron sonrisas, y esta vez – al parecer – el rostro de Camilo hacia gala de renovado ánimo. Laura sintió nuevamente el rugir de la ciudad derrumbándose a sus pies.


¿Qué tal tu día Camilo? – dijo Laura prolongando estupidamente la sonrisa en su rostro, una sonrisa que en efecto para nada era o tenia que ver con Camilo.
Bueee, la verdad es que… – El teléfono llamó desde la sala – me salvó la campana – pensó Laura.


Ve, atiende no te preocupes – dijo Camilo encogiéndose de hombros –

Mientras Camilo bebía su humeante taza de café, observó sin pestañear a su mujer – te vienen bien los cuarenta, increíble que estando tú aun tan buena me gusten tanto tus amigas – pensó Camilo moviendo la cabeza.

¿Quién es?... –pregunta Camilo, antes de beber otro sorbito de café

Heeeeee, Nada…, solo es… Daniela, que pregunta si almorzamos mañana.

Camilo, no puede evitar dejar escapar una sarcástica sonrisita apenas oculta por la taza frente a su boca. –menos mal que dijo Daniela, ya comenzaba a sentirme un poco culpable, que rico besa Daniela… Mmmmm – Camilo cerró los ojos e inmediatamente la imagen de Daniela desnuda sobre la cama de aquel Motel, atravesó las horas de esa misma tarde alcanzándole como el aroma de su Café.


¿Camilo, estas bien? – Pregunta Laura sacudiendo la visión de Camilo.


Si como no, esta rico el Café

Y tu Laura que me cuentas... ¿Como estuvo tu día?...

05 mayo 2008

Tres


La espesa nube de humo parecía suspenderse en el tiempo y el espacio, recortándose duramente bajo un halo de luz amarillenta. Los ojos de Agustín siguieron atentos el leve zigzaguear de la pequeña lámpara colgante sobre la mesa. Frente a él, Mariana lo observa fijamente en silencio, sus ojos negros apenas asomaban sobre el abanico de naipes entre sus manos.
Solo es el tren de las diez, relájate –dijo pausadamente Mariana

- ¡QUE!, ¿Qué cosa?....

El tren de las diez –repitió Mariana alzando una ceja -, es por eso que se mueve la lámpara, no esta temblando, relájate… bueno, si esta temblando pero no es esa clase de temblores, tú entiendes

- ¡Relájate tú yo estoy perfectamente! – dijo
Agustín apartando la vista de la lámpara que aún bailaba sobre su cabeza, haciendo brillar una gruesa gota de sudor que comenzaba a rodar sobre su frente.
Mariana no cesaba de morderse el labio inferior mientras volvía los ojos a su juego, salvo por ello y por que se había tomado la molestia de hablar habría sido necesario tocarla para saber si estaba viva.

- Un tres, ¡un maldito tres! Apenas una sola maldita carta para completar la mano y ya está. Ja, ja, ja ya te tengo, te acabas de delatar maldita perra, eres mía… estas a una, veremos quien se ríe después- pensó Agustín observando fijamente a Mariana
Agustín apuró el último sorbo de ron y encendió otro cigarrillo. Lo había perdido todo durante aquellas dos últimas noches, aquellos cigarrillos, su ropa y su orgullo herido eran hasta hace un par de horas sus únicas posesiones, cada vez era lo mismo. Noche tras noche se dejaba arrastrar hasta la mesa de juego de Mariana. El irrefrenable deseo de vencerla había terminado por convertirse en su único norte. Como odiaba a esa mujer, ¡dios como la odiaba!, ¡nadie podía tener tanta suerte!, pero eso estaba cambiando esta noche, esta noche era su noche, por fin había comenzado a ganar.

Agustín no sabía con claridad que odiaba más de aquella mujer, si su tamaña suerte o esa desesperante actitud, serena como una piedra, en absoluto inexpresiva, hablaba lo justo y no bebía una sola gota de alcohol durante el juego, solamente se permitía un trago de vodka al final cuando ganaba, como siempre. Aquellas dos últimas noches y tras horas y horas de perder en aquella mesa, Agustín fue descubriendo algunos gestos repetidos en Mariana, leves señales en su juego. Si tenia mala mano se mordía muy levemente el labio inferior, y antes de ganar la partida, antes de rematar a su victima se dibujaba en su boca aquella maldita media sonrisa, ese gesto de altivez que le abofeteaba el orgullo.

La muy arrogante hasta se arremangaba las mangas para “evitar suspicacias” solía decir la desgraciada siempre antes de iniciar la mano, obligando sin siquiera pedirlo a imitar el gesto de fair play, y aunque Agustín jamás le quitaba los ojos de encima siempre ella de alguna u otra forma terminaba por ganar.

Agustín fijó los ojos sobre el pequeño mazo de cartas, era su turno para recoger, avanzó la mano y la dejo descansar largos segundos apenas a un par de centímetros sobre el mazo. Su futuro estaba en juego y la posibilidad de recuperar todo cuanto había perdido y de paso hacerle daño a la maldita bruja, lo tenía encendido. Su golpe final estaba en esos momentos seguramente aguardándolo bajo la punta de los dedos.

Mariana mordía su labio incesantemente. Agustín lo advirtió y retiró la mano despacio. Mmmm esto esta bueno, ya ¡te tengo maldita! –Pensó- mientras Mariana lo miraba directo a los ojos sin siquiera pestañear.

Agustín sonrío, por primera vez tras esas noches era él quien sonreía. Llenó su vaso de ron y se echo un trago generoso, ya comenzaba a sentirse triunfador, la sola idea de ver el rostro desencajado de aquella maldita bruja lo llenaba de satisfacción, no podía perder, ¡era imposible!, había estado pendiente de cada movimiento y había contado los naipes, cada figura, una por una se habían quedado con precisión en su mente, el próximo naipe tenia que ser un tres de picas, esta era la noche, su noche. Ya había recuperado la mitad de sus perdidas, estaba confiado y no dudo ni un instante en aceptar el doble o nada en esta última mano, ¡te voy a dejar seca hija de puta!- murmuraba Agustín mientras imaginaba ese tres de pica

Agustín respiro profundo y puso los dedos con seguridad sobre el mazo, sin apartar la vista de Mariana que observaba la maniobra mientras seguía mordiéndose el labio. Tomó la carta con la punta de los dedos y con el índice la deslizó lentamente hacia el, la alzó hasta sus ojos sin dejar de mirar a Mariana, y por un segundo se quedo pegado en el delgado hilillo de sangre que brillaba sobre el labio que ella ya venia mordisqueando durante toda la noche. Dejó que sus ojos bajaran lentamente hasta la carta y ¡Ahí estaba!, ¡no lo podía creer!, después de todos sus cálculos, entre sus dedos… ¡un maldito seis de corazones!
Agustín quedo paralizado, no lo podía creer, sus manos comenzaron a temblar, “Tienes sangre en el labio” - le dijo con tono entrecortado a Mariana.

Haaaa… esto –dijo mariana limpiándose con la punta de los dedos- no te preocupes es una mala costumbre, siempre me muerdo los labios cuando los tengo partidos, mal habito, no lo hagas… te acostumbras, es que con este maldito frío-Si tienes razón, ya estoy sintiendo el frío –contestó Agustín al abandonar su silla, mientras Mariana sonreía y se preparaba otro vaso de vodka.

02 mayo 2008

Amanda










Francisco volvió al cuarto y se sentó a los pies de la cama, estaba un tanto mareado y todavía acariciaba suavemente las yemas de sus propios dedos. Si cerraba los ojos aun podía sentir el dulce aroma de aquel perfume. La tibieza húmeda en sus manos poco a poco iba dando paso a una sensación incomoda, que transitaba desde la tibia viscosidad hasta la fría y seca acritud.

El alba se colaba como un retazo de frescura entre las gruesas y oscuras cortinas de la habitación, aquella luz daba un toque de mágico fulgor al cuerpo de Amanda. Sobre la cama, su figura recortaba el espacio con líneas suaves y sinuosas, las desordenadas sabanas yacían cual mudo testigo de frenéticas y encendidas evoluciones, cada surco de la blanca tela era un río dormido tras el vendaval.

Francisco encendió un cigarrillo, la primera pitada le supo asquerosa, acida en extremo. Giró sobre si y dejó reposar su mirada sobre las caderas de Amanda que se insinuaban delicadamente bajo la tela, muy lentamente fue dejándose caer, aplastando los pies de ella, retirando los pliegues de las sabanas con los dedos, descubriendo centímetro a centímetro aquel cuerpo sereno que se ofrecía generoso a la primera luz de la mañana. Alzo su pecho levemente y se impulso un poco hacia arriba, dejando reposar la barbilla a la altura de las rodillas de Amanda, el roce de su piel le volvió a estremecer, obligándole a cerrar los ojos por un momento, se quedo así tendido sobre los pies de ella, jugando con sus dedos sobre los muslos pálidos y tersos, recorriendo muy despacio, milímetro a milímetro fue avanzando la punta del índice, describiendo una senda imaginaria desde la pantorrilla hasta las caderas, igual como hacen los niños que juegan a recorrer mundos imaginarios sobre la mesa de la sala, aplastando a su paso las hormigas con divina potestad.

Dio una nueva pitada al cigarrillo consiguiendo el mismo efecto que la vez anterior, asquerosamente acido, lo deslizó muy cerca de las piernas de Amanda y se dedico a contemplar, extasiado como las azulinas espirales de humo iban menguando al deslizarse delicadamente sobre la piel dormida, imaginó que aquella nube diminuta era la caricia de un velo de seda. Contuvo el aliento unos segundos dejando que el humo se extendiera por la piel, como hace la bruma sobre la tierra húmeda del campo. La luz se atrevía mas intensa entre las cortinas, dibujando duramente el perfil de Amanda sobre el tono carmesí que empapaba la almohada, él la observo directo a los ojos, aquellos ojos claros y vacíos, carentes de toda expresión, pero a pesar de todo aun parecía estar atravesándole con ellos, mas allá de la carne, revolviéndole el alma. Dio otra pitada al cigarrillo y luego sopló el humo desde las rodillas hasta las caderas de Amanda, quitó el exceso de cenizas con pequeños golpecitos sobre el filtro atrapado entre sus dedos, descubriendo así la roja y furiosa braza en el otro extremo, la hundió primero sobre el muslo, despacio, cuidando de no presionar demasiado, queriendo evitar apagarlo en el primer embate, un olor dulce y penetrante cosquillo en sus narices, Francisco sonrío nerviosamente mientras presionaba un poco mas el cigarrillo sobre la piel de Amanda.

Un hilillo de luz amarillenta cruzó la ensangrentada mano de Francisco, su mirada se paseó sobre ella, redescubriendo cada una de las líneas en su palma, respiró profundo y volvió a sonreír sin gracia, el sol apenas despertaba y las largas horas hasta el ocaso se ofrecían esta vez sin prisas, perfectas para explorar centímetro a centímetro aquella suave y tersa geografía.


Hundió nuevamente el cigarrillo en la piel, apenas un par de centímetros sobre la herida anterior, alzó los ojos buscando los de Amanda, aquellos ojos claros y vacíos, carentes de toda expresión, pero a pesar de todo aun parecía estar atravesándole con ellos, revolviéndole el alma.

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