28 noviembre 2008

Un solo día de tu vida











El comedor esta lleno otra vez. No importa la hora en que traspase la puerta, siempre esta lleno. Las filas de personas frente a los hornos microondas parecen alargarse sostenidamente hora tras hora. Me siento a esperar. No quiero estar de píe como el resto. Una chica de pelos rojos me mira como si yo fuera nuevo en el lugar, de algún modo tal vez lo soy, no reconozco a nadie. Meto la mano bajo mi suéter y busco mi reproductor de mp3, subo el volumen, no quiero escuchar el maldito murmullo de voces que recorren el lugar, no quiero hablar con nadie. Desde mi lugar observo como el desfile de rostros desconocidos van metiendo sus almuerzos en los brillantes microondas, me dan risa los pequeños recipientes plásticos de margarina que contienen los alimentos, me rió por que son iguales a los míos. Al fin mi turno, tres minutos con veinte segundos titilan en verdes números sobre la diminuta pantalla de cuarzo. ¡Click!, sobre el botón rojo y comienzan a girar los tallarines en el interior, mientras la destemplada voz de Axel canta en mis oídos.

“Whe i look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin` when I hold you
Don’t` you know I feel the same”

Tarareó la misma canción observando las evoluciones de mi comida, ¡ping!, la campanita del microondas, abro la puerta y meto la mano, ¡esta mierda esta fría!, perdí tres minutos con veinte segundos de mi vida frente al horno. Observo sobre mi hombro, la fila es larga, saco mi comida fría y me siento en cualquier parte, mastico un poco y siento asco, estoy cansado de masticar tallarines en un recipiente de plástico, me saben demasiado a pobreza, tal vez un pedazo de carne y me sabrían a clase media.

Subo el volumen de mi mp3

“Cause nothin` last forever And we both know hearts can chance”

Canto en voz alta, los tipos de la fila me miran y se ríen, pero mi sonrisa es mas ancha mientras los veo meter su comida al horno de microondas defectuoso, no se por que les aviso que el maldito horno esta averiado, ni siquiera me miran y siguen como si nada, ¡malditos hueones váyanse a la mierda!, no se para que me molesto en gastar saliva. Uno de ellos un tipo verdaderamente feo, abre el horno y mete su comida, me mira y se ríe ufano, presiona dos botones que yo no tengo idea para que sirven y cinco minutos treinta y dos segundos después del ¡ping! Del microondas. Se sientan y los miro masticar su comida humeante, me siento como un imbécil, pero ya tengo en mi mente la cara del tipo feo.

Salgo a la calle y me fumo el bajativo, dos cigarrillos, detesto la palabra costumbre, pero la disfrazo de hábito, me gusta mas ese sonido entre mis labios. Un trío de maricones que trabaja en la planta alta se ríe descaradamente y les hacen guiños a los obreros de la construcción vecina. Quisiera aplastarles la nariz. Me alejo del lugar caminando por la acera, terminando mi cigarrillo, me dan ganas de vomitar los dos bocados de tallarines que tengo en el estomago. Aunque todavía tengo hambre.

En la esquina hay un kiosco de revistas, una vieja gorda vende sándwiches de pollo y mayonesa. En la mitad del trayecto me cruzo con la mano huesuda de la vieja mendiga de todos los días, me mira y retira la mano, me conoce y sabe que nunca le he dado nada, al menos parece inteligente y lucida. Por primera vez la miro con detención y descubro que es más que el pobre espectro de un ser humano. Tal vez esta allí desde siempre, cada día vestida de negro, sentada sobre una pequeña banqueta como las de los lustrabotas, enfundada en un desgastado chal tejido a mano también negro. Lo único blanco en ella son sus canas, su piel tiene un desalentador tinte amarillento, no me da lastima, solo curiosidad.

Le doy las monedas a la gorda de los sándwiches, y me devuelvo con dos panes llenos de pollo y mayonesa. Me detengo frente a la vieja amarillenta y me siento a su lado sobre la calle. La vieja no me mira pese a que estoy muy cerca de ella, le quito el plástico a los sándwiches y pongo uno de ellos en la mano huesuda y vacía que sostiene en el aire esperando las monedas. La vieja me mira y me pregunta que quiero, un solo día de tu vida-le respondo-, no importa cual ni de que tiempo. Le da un mordisco al sándwich y levanta la cabeza como si sus recuerdos estuvieran en algún secreto archivo celeste, lejano e indescifrable para el resto, cierra los ojos y comienza.

Aquel verano yo tenía no mas de doce años. Mi familia solía pasar los veranos en la playa. Cartagena por esos años era el lugar de reunión de la clase alta, sus paseos costeros eran la copia viva de los paseos de Mónaco, en verdad un bello lugar. Recuerdo a mi madre y a mis tías con sus largos trajes y sus sombrillas francesas, yo también tenía la mía sabe, claro que más pequeña, pero también era francesa, todo era importado, mi sombrilla tenía unos dibujos de carruajes tirados por negros caballos al galope. Teníamos una casa de tres pisos frente al mar, recuerdo cuando nos pasábamos la tarde en la terraza observando los botes desde lo alto y sintiendo el sol en la cara, el aire salado, ¡que rico aroma!, que lastima que los olores no se puedan recordar, curioso como la mayoría de las cosas se pueden guardar en recuerdos pero menos los olores, sino mas bien son los olores o aromas los que evocan los recuerdos, parece que en ellos se encierran los días, ¿no le pasa a usted lo mismo?, -yo mastico mi último trocito de sándwich y no contesto-, bueno seguro que sí-continúa la vieja- hacíamos grandes almuerzos y fiestas donde venían todos las familias mas importantes de Santiago y que iban de vacaciones en Cartagena. Hasta el Alcalde se paseaba por mi sala. Los bailes en el salón se prolongaban hasta tarde, claro que yo no podía estar allí, pero me las arreglaba para espiar desde las escaleras del segundo piso. A veces me escabullía hasta la cocina, Manuela, una de las tantas empleadas de la casa ya que teníamos seis, me daba emparedados de atún y mayonesa, yo solía bailar en la cocina al compás de la música mientras comía mi emparedado, que lindos vals aquellos. Imaginaba que yo era grande y estaba en los brazos de un apuesto joven, como era Ernesto el novio de mi hermana mayor. Era lindo Ernesto y muy rico, de una de las mejores familias de Santiago, Su familia controlaba la industria de la harina. Mi padre estaba muy feliz de que mi hermana se casara con Ernesto.

Aquella noche ya muy tarde, cuando las visitas se habían marchado yo estaba en mi cama, estaba apunto de dormir y en mi cabeza aún seguían sonando aquellos hermosos vals que yo ensayaba en la cocina. La puerta de mi cuarto se abrió despacio, me incorpore asustada, pero me alivio reconocer la cara de Ernesto, se acerco hasta mi cama y se sentó en ella, yo me quede muda, acerco su cara a la mía él olía a aguardiente, puso su mano en mi cadera por sobre la ropa de cama, yo le pregunte por mi hermana pero él me tapo la boca, intente llamar a mi madre, pero Ernesto con su otra mano me indico que callara, de un tirón retiro la ropa de cama y…

De pronto la vieja guardo silencio, parecía perdida en algún lugar lejano, ¿esta bien?-le pregunte- si –me responde tras un par de segundos-, lo que pasa es que no me gusta el pollo con mayonesa- agrega sin mirarme- luego extiende la mano frente a ella y se queda en silencio, ¿y que diablos paso con Ernesto?-le pregunto-. La vieja solo se quedo en silencio con la mano enfrente esperando monedas. Tal vez si le pusiera una moneda en la mano se atreviera a continuar con su relato, imaginario o no, pero no quise hacerlo, me reí cruelmente imaginándome a la vieja como si fuera un viejo wurlitzer, a la que le metes una moneda por la oreja y toca la melodía que se le antoje, sin poder uno elegir que escuchar, tal vez un vals, que importaba.

Me levante y me fui directo a la oficina, la historia de la vieja me había completado la tarde, pero no se me quitaban las ganas de matar a alguien. Termina otro día de mierda y al salir a la calle no se por que me quedo en la puerta del edificio, tal vez lo se pero quiero pensar que no. Aprieto el botón de encendido de mi reproductor mp3, pero la batería esta muerta, ¡mierda!. Me acero al kiosco de la esquina, la vieja ya no esta, compro una batería y la cargo en mi reproductor. El feo infeliz del comedor mete su mano entre yo y la ventanita del kiosco para pedir cigarrillos, pasa su brazo sobre mi hombro y me roza, no me gusta, hijo de puta espérate que me vaya-murmuro-, me doy vuelta y lo miro, el feo me mira y se alza de hombros como diciendo – ¿Qué chucha quieres hueon? Un tipo desde la mitad de la calle le grita, “Ernesto apúrate con los cigarrillos”, el feo ahora Ernesto, se da vuelta y riéndose le grita un par de garabatos a su amigo, uno de los maricones del trío de la tarde. Ernesto seguro también es maricón. Me acuerdo de la vieja de la tarde, no se por que me da rabia, enciendo un cigarrillo y sigo a Ernesto y su acompañante a un par de metros de distancia, ya esta oscuro y apenas son las siete de la tarde. Enciendo el reproductor de mp3, play

“But i got the time and i got muscle
I got the need to lay it all on the line
I aint afraid of your smoke screen hustle
It’s a perfect crime”

Tarareo el riff de guitarras una y otra vez. Ernesto se separa de su amigo y sigue por la calle seis, los sigo acercándome un poco más tras cada paso que doy. Creo que Ernesto se dirige a la calle veintidós. Una calle más allá esta la carretera de los perros, un terreno baldío, perfecto-pienso-, mis pulsaciones aumentan y me arden las manos, las aprieto dentro de mis bolsillos, me acerco un par de metros mas, casi le piso los talones a Ernesto que apura sus pasos sin mirar hacia atrás, se que me escucha pero no logra advertir quien soy, es un gallina este Ernesto. La calle esta deliciosamente vacía, como si de pronto hubiéramos entrado a un agujero negro. Las manos me arden dentro de los bolsillos, casi le doy alcance, la música sigue en mis oídos

“Keep the demons down
And drag the skeletons out
I got a blind man following me in chains
I said he’s fun to watch”

Ernesto se echa a correr, pero ya es tarde, yo soy más rápido. ¡Ernesto! le grito, el tipo se detiene y se da la vuelta. Saco mi navaja y le clavo toda la hoja en el costado, lo giro y lo agarro desde atrás, cruzando mí brazo por su cuello, lo tira hacia atrás, le tapo la boca por si acaso pero no hace falta, la herida es certera y en ese sitio, justo en la zona de las costillas impide que pueda gritar. Ernesto esta sin aliento, ya lo sabía yo muy bien a raíz de la experiencia. Mis pulsaciones aumentan, sonrío nerviosamente. Arrastro a Ernesto hasta el basural a media calle. Guardo mi navaja, y recojo un gran pedazo de cemento que ahí entre los escombros, Adiós Ernesto –le digo- el eco de un golpe seco se propaga unos segundos, aunque solo puedo suponerlo, mis oídos están llenos de música.

Camino a casa ya pasa de media noche. No se cuanto rato llevo caminando, no importa. Ya estoy frente a mi puerta Meto la llave en la cerradura y en mis oídos esta vez vuelve a sonar.

“Whe i look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin` when I hold you
Don’t` you know I feel the same”

Curiosa coincidencia, siempre es igual, al llegar a mi puerta la misma canción, sonrío tontamente. Ayer fue lo mismo, la misma canción. Al igual que ayer dejo las llaves sobre la mesa de centro y me voy directo a la cocina, no enciendo la luz, solo corro la cortina. Saco la botella de vodka de la heladera y me sirvo un trago.Termina la canción y retrocedo la pista, comienza otra vez y lleno nuevamente mi vaso, igual que ayer, igual que no se cuantas noches. No me gusta la palabra costumbre, prefiero reemplazarla por hábito, suena mejor entre mis labios. De nuevo la canción, de nuevo otro vodka, la escucho al menos siete veces antes de irme a dormir.

Ya es mediodía, tengo hambre pero no quiero ir al comedor, no quiero ver como las filas de idiotas siguen metiendo recipientes plásticos de margarina a los brillantes microondas y menos deseo masticar otra vez los miserables tallarines. Me echo a la calle y me fumo los cigarrillos de rigor. Me voy a la esquina, tal vez pollo con mayonesa, por que no. La vieja de piel amarillenta me mira, su mano huesuda y vacía sostenida frente a ella. Me señala el suelo invitándome a sentarme junto a ella. No se por que le hago caso, hurga bajo el chal y me pasa un paquetito, lo desarmo y descubro un blanco sándwich de atún con mayonesa. La vieja me mira y se ríe ¿que quieres?-le pregunto-, un solo día de tu vida-me responde-, no importa cual ni de que tiempo. Mastico mi sándwich y bajo la vista como si la respuesta estuviera allí y comienzo.

Ayer el comedor estaba lleno otra vez. No importa la hora en que traspase la puerta, siempre esta lleno. Las filas de personas frente a los hornos microondas parecían alargarse sostenidamente hora tras hora.

21 noviembre 2008

Divina Locura

Pintura: Lucifer is not nice
(Mark kostabi)


 


Salio rápidamente desde el estacionamiento y avanzo con pasos vacilantes. Casi chocó a una señora que paseaba distraída mirando las vitrinas. Apenas y se detuvo para hacerle el quite haciendo uso de una habilidad insospechada. Los ojos de la mujer brillaron fugazmente viajando entre el miedo y el asco, lo mismo decía el gesto de su boca antes de continuar la marcha, no importaba, lo olvidaría antes de llegar a la esquina, tres pasos mas adelante volvía a escrutar las vitrinas. Él ni siquiera se dio cuenta de esa mirada, o tal vez si, pero no le importaba, al igual que no le importaron las miradas curiosas y las risitas solapadas, ni siquiera los rostros espantados que lo vigilaban con temor cuando se acero a orinar dentro del basurero municipal. Ahí se quedo plantado frente a ese pequeño recipiente azul simplemente orinando, con la mirada perdida, musitando algo que nunca escuchare y que tal vez nunca habría entendido.

Poco a poco el grupo de muchachas que fumaban en la calle se fueron abriendo, escapando del alcance del loco que orina los basureros, ¡mira, mira!, Hooo, ¡mira!, -decía riendo una pecosa veinteañera a su compañera-. ¡Mira! ¡la cagó!, el ¡hueon loco!-. Siguieron riendo incluso cuando el loco se dio vuelta y les brindo una victoriana reverencia, con graciosa y altiva elegancia en el gesto, un verdadero caballero de la corte celestial danzando un mundo distante y misterioso. Incluso las muchachas siguieron riendo cuando metros mas allá el loco se fue de cara al piso, quedando inmóvil un buen rato tirado como ropa vieja en la calle mientras la gente pasaba a su lado sin detenerse, rieron incluso hasta que se levanto despacio y se quedo de rodillas, llorando con el desconsuelo que solo he visto en los niños. Ese llanto que sacude fuerte el pecho y espera el abrazo. No se por que yo no pude sonreír.

El loco se levanto y sacudió con energía sus pantalones. Como si en verdad pudiera quitarle las manchas o tirar al piso los agujeros hilachentos. Volvió sobre sus pasos y se quedo a un par de metros frente a las chicas. Las miró ladeando un poco la cabeza, intentando tal vez encontrar sus ojos, mientras ellas ocultaban la sonrisa y la mirada en la punta de sus zapatos, sonrío alegremente y cerrando los ojos alzo los brazos diciendo;

¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...(*)

Dicho esto, les regalo una nueva y elegante reverencia, sin aplausos, ni luces, ni aterciopelados telones y sin más, simplemente se marcho perdiéndose tras la esquina, pero esta vez era él quien se reía.

(*) Fragmento de el soliloquio de Hamlet (William Shakespeare)

14 noviembre 2008

Martes hoy, martes mañana, martes toda la semana



En voz baja Catalina seguía repitiendo; “Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana”, “Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana”. No pude evitar sonreí confundido mientras observaba sus manos entrelazadas a la altura del pecho. Aquel gesto le confería un aspecto casi devoto. Cualquiera que la hubiera visto desde lejos pensaría que realizaba una plegaria. En definitiva es lo primero que creí, luego el terror cincelado en su Rostro me dijo otra cosa. Sus ojos cerrados con fuerza y su boca adolescente repetían una y otra vez la misma frase, hasta que de pronto el sonido en los cielos cesó, dejando tras de si el rumor de ladridos y el relinchar de los caballos en la cuadra. Ahí comprendí, no hizo falta la pregunta, ¿que podría decirme Catalina?, de una forma u otra ella sabía que yo no le creería

Me quede en silencio unos minutos en los que pareció que el mundo se había detenido por completo. Catalina había vuelto a sus labores domesticas en la cocina de la pensión haciendo sonar ollas y sartenes. El miedo en su rostro poco a poco se fue disipando entre el humo del bracero. Volví a sonreír cuando me miró, sus ojos pasaron del miedo al enfado en apenas un par de pestañeos, solo un par de segundos le bastaron para decidir que mi sonrisa era una burla y no una cortesía.

“Mejor que crea iñor, a los descreídos por aquí les va re mal sabe”, - le escuche decir mientras me iba en busca de la puerta, a fin de cuentas la cena todavía tardaría un rato. Salí de la cocina pensando en las palabras de Catalina “a los descreídos por aquí les va re mal sabe”, repasar la última frase me arranco otra sonrisa, cualquier otra amenaza tal vez y solo tal vez me hubiese puesto algo nervioso, ¡pero esto!... esto simplemente era ridículo.

Aquella noche el aire fresco de Graneros me acariciaba la piel, haciendo que cada pelito sobre mis brazos se erizara, atentos a lo devenir. Camine en círculos por el extenso patio y al cabo de un rato dirigí mi atención al norte intentando encontrar la silueta oscura del mítico cerro grande, nunca había recorrido sus senderos y extrañamente tampoco lo hacían los habitantes, apenas unos pocos se atrevían y solo de día, cada tanto cuando alguno de sus animales caprichosamente buscaba perderse entre los péumos, espinos y litres que le cubrían. De lejos no parece gran cosa, un cerro mas de los miles que existen en Chile. "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana". ¡pero si apenas es Viernes! -le dije estupidamente a Catalina la primera vez que la escuche musitando con las manos entrelazadas sobre el pecho, como si estuviese rezando, me pareció extraño. Aún recuerdo la breve charla con la chica de la cocina

Los viernes se juntan los “chonchones” en la cuea el cerro -me dijo en voz baja
¿Qué? –pregunte sin entender

Que los Viernes se juntan los “chonchones” en la cuea el cerro iñor –Repitió alzando la voz-. Luego guardo silencio y se fue a revolver el bracero mientras la Patrona de la casa le lanzaba un mirada de reproche, a fin de cuentas yo era un extraño, un “futre de ciudad”. Así me decía Catalina cuando yo no estaba presente, o cuando ella creía que no estaba presente. La escuche una mañana desde mi cuarto cuando alegaba con la patrona por lo tarde que yo me levantaba obligándola así a tomarse mas tiempo en asear mi cuarto, “futre de ciudad”, también lo decía al no entender como se me ocurría venir al campo a vender enciclopedias, Catalina... que chiquilla – pensé mientras intentaba comprender como en pleno siglo XXI y con una educación bastante mejor que la que pudieron tener sus padres o sus abuelos, fuera capaz de creer en semejante tontería, bueno… en realidad la mayoría de los que habitaban los alrededores también lo creían, por eso me tranquilizaba pensar mi labor, al fin y al cabo estaba acercando la cultura y el saber a los hogares .

“Mejor que crea iñor, a los descreídos por aquí les va re mal sabe", aquellas últimas palabras de Catalina se hicieron una vez mas en mi cabeza, -sonreí-, pobre Catalina como le podía explicar que los “chonchones” no eran brujos malvados sino que simples aves nocturnas parecidas a la lechuza, y que el común de la gente llama “Tue-Tue” por el sonido característico que emiten. Como explicarle que es probable que tampoco exista ninguna caverna en el cerro grande en que los brujos se reúnan los días viernes, en algún "salón" a tratar los sucesos de alguna secreta secta provincial, y por lo tanto que tampoco entre los habitantes de Graneros, Machalí, Doñihue, Larmahue, Rengo, Rancagua, Almahue Viejo, Rinconada, Cerrillos, Quinta, Coltauco y Tagua Tagua, se oculta ningún ser sobrenatural que vuele por los aires convertido en pájaro y que al escuchar el paso de estas no sirve de nada repetir y repetir el infantil conjuro que mantiene a los brujos alejados de la casa, "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana".

Como decirle que tampoco nada pasara si al sentir a los “chonchones” aleteando sobre nuestras cabezas, se nos ocurre ofrecerles alimentos o prendas de vestir, que nadie vendrá al día siguiente convertido en ser humano a cobrar la oferta y que no será necesario buscar a una “
Machi” para que nos libre del castigo, enfermedad o mal alguno si no se cumple con lo prometido al brujo en vuelo.

"Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana", comenzaba a recitar nuevamente Catalina cuando me sentaba a la mesa a cenar, "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana", otra vez mas en mi cabeza, de pronto la rabia martillaba mis sienes, "Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana", - ¡no otra vez!, ¡basta! – grite con fuerza golpeando la mesa con los puños, ¡basta!, no va a pasar nada, ¡cállate!

Mejor que crea iñor a los “chonchones” no les gusta los futres descreídos, mejor que crea –dijo Catalina sin mirarme
Te lo voy a probar –le dije con seguridad mientras aun se escuchaban en el aire los ecos de los tue-tue- “¡Brujo de mierda ven mañana a buscar esta mano!” – grite con fuerza golpeando la mesa, con la mano izquierda al tiempo que con altivo gesto alzaba hacia el techo la mano derecha. Catalina me miro aterrada y tras unos segundos se largo a llorar, inútil asegurarle que nada pasaría.

Inútil comprender que era lo que quería de mi el viejo encorvado que se presento a la pensión la mañana siguiente, -Vengo por la oferta” –me dijo -, imagine que se refería a mis enciclopedias y le extendí un catalogo, haciendo solo que se riera de mi, “como usted quiera” –me dijo al marcharse. Inútil también fue la serie de exámenes médicos que termine de realizarme esta semana intentando explicar o encontrar el motivo a la parálisis de mi brazo derecho. Apenas un hormigueo en la palma era lo único que sentía desde que abandone Graneros hace tres semanas, tras aquella noche en la pensión, ¿extraña coincidencia?, tal vez…extraños sucesos y secretos a voces por los rincones olvidados del campo, en una tierra llena de misterios que mi razonamiento daba por simples leyendas, historias absurdas del vulgo campesino que encienden los temores añejos al amparo de la ignorancia, tal vez…. Lo cierto es que en este instante mientras regreso a Graneros, la tarde cae en la carretera vistiendo de violetas y rojo la cumbre de los cerros a lo lejos. Me pregunto como será el rostro de la menche, la “Machi” del sector, una de las buenas según aseguran los viejos, difícil imaginarlo, difícil regreso. Difícil como intentar escribir solo con la mano izquierda, difícil aceptar que en ocasiones es más sensato callar y creer.

Mientras en lo alto el sonido del miedo se esconde entre secretas alas, siento otra vez su toque frío, como una gota que se desliza por mi espalda. Cae la noche sobre los campos que desfilan por mi ventana, extraña tierra en donde las noches siempre parecen mas largas, eternamente largas. Cierro los ojos y entonces repito en voz baja, “Martes hoy, Martes mañana, Martes toda la semana”.

07 noviembre 2008

Despertar





"Quien puede decir lo que hay al siguiente despertar"

Se sentó sobre la cama y tras beber la última lata de cerveza volvió a revolver la treintena de boletas, -¡Pufffffff!, ¡la mierda, cuantas deudas! – se dijo, mientras lentamente se sumía en el dulce sopor de la embriaguez, el calido abrazo que poco a poco se transforma en sueño y al que se entregó murmurando las frases de siempre -“Por una vez quisiera tener todo el dinero del mundo y dejar de preocuparme, sería todo tan fácil, sería tan fácil si lo tuviera todo, sería tan fácil…., sería…, sería…“.
Lentamente se fue librando de la modorra. Las sabanas cual redes de algodón fueron replegándose a los pies de la cama en armoniosa sucesión de calidos pliegues. Las seis y media de la mañana. Breves temblores en la espina mientras el pie izquierdo se daba a la exploración de un gélido piso, dos o tres tanteos cortitos y la esquiva pantufla ya era localizada. Un largo bostezo y luego incorporarse lentamente, como si el mundo entero se equilibrara sobre sus hombros. Segundos mas tarde el pie derecho hacía lo suyo repitiendo la rutina de su par en otro despertar. Todo iba según la intrínseca programación que a fuego de repeticiones pasa a ser una sucesión de actos reflejos y por ello no razonados. Movimientos mecánicos y abúlicos. Tres pasos hacia delante y cinco más a la derecha, primera parada, el baño. El seco golpecito de la tapa del excusado contra el estanque retumba y se multiplica en el espacio, luego el caudal tibio en que se han convertido las cinco cervezas de la noche anterior se aprestan a iniciar su ciclo de “reconversión”. ¿En que mierda terminara convertida toda esta mierda? (Valga la redundancia) – se pregunta estremeciéndose al terminar de mear – enseguida el estribillo de una vieja melodía ocupa su cabeza;
“Y creo que he bebido mas de 40 cervezas hoyY creo que tendré que expulsarlas fuera de míY subo al güater que hay arriba en el barY la empiezo a mear y me hecho a reír y me pongo a pensar donde irá, donde irá ...” (*)
No puede evitar reír estupidamente, al cabo no se puede reír de otra forma tras semejante esfuerzo mental.
Tras la ducha de rigor regresó a la habitación y se sentó sobre la cama, tal como la noche anterior una vez mas revolvió la treintena de boletas, ¡Pufffffff!, ¡La mierda, cuantas deudas!. Los números parecían haberse multiplicado desde anoche. Cerró los ojos y se dejo caer pesadamente sobre la cama, los números parecían flotar por toda la habitación, y en ocasiones saltar burlescos sobre la cama - ¡Pufffffff!, ¡que mierda de vida! - se dijo mientras sus ojos se enfocaban sobre la pequeña pantallita verde de la radio-reloj, que yacía junto a la cama cual mudo testigo del paso de las horas.
Curiosamente el reloj no parecía tan presto a lanzarlo en carrera a la calle como acostumbraba cada mañana. “Apenas las seis cincuenta, cuando menos treinta minutos menos que lo acostumbrado”- se dijo extrañado -. ¡¡Y si se había quedado dormido!!, ¡sería la cuarta vez en la semana!, inmediatamente tres palabras se parecieron cobrar forma sobre uno de los muros; ¡despido!... ¡Miseria!,… ¡desalojo!... ¿¡Vaya!? “en verdad son las seis cincuenta” – exclamó mientras observaba el monótono traqueteo del segundero de su viejo reloj de pulsera. Respiró aliviado y el eco de su propia exhalación reboto sobre las paredes, entregándole al cuarto la fantasía de imposibles proporciones, por un momento todo pareció inmenso, las sombras en los rincones se ofrecieron profundas cual cielo de noches sin estrellas, hasta que una tímida hebra de sol se aventuro entre la separación del grueso cortinaje que oculta la escena mas intima y cotidiana de su existencia, del resto del gran teatro de la vida. Se quedo inmóvil observando aquel trozo de luz mientras se habría paso en el interior de la habitación. El polvo en suspensión que delataba la hebra luminosa, brillaba y se revolvía con inusitada belleza, dibujando formas que le parecieron semejantes a liquidas constelaciones. Extasiado ante el despliegue de tal belleza solo le quedo contener el aliento, de pronto… todo fue silencio.
Tras unos segundos. Un sobresalto, la extraña sensación que podría definirse como estar atrapado en el interior de una botella, y en ese preciso instante noto que algo era diferente, algo le faltaba a esa mañana. Se estrecho por lo bajo y haciéndose un ovillo aguardo observando sus pies descalzos mientras eran alcanzados por el sol, curiosamente aquel trocito de luz le pareció despojado de todo calor. -¡Los pájaros!...donde mierda están los pájaros… ¡donde esta el ruido de la calle!..., Las bocinas, el rumor de la ciudad.- se dijo en voz alta -. Se puso de pie y avanzo en dirección a la ventana de sus mañanas que se encumbraba a siete pisos sobre la avenida, y de golpe corrió las cortinas quedando con los brazos extendidos como aguardando un abrazo. El sol le golpeo el rostro obligándole a cerrar los ojos, ahí estaba la luz con todo su esplendor pero… ¿y el calor?. Dudó unos instantes antes de atreverse a abrir los ojos y tras la pausa lentamente dejó que la ciudad se hiciera ante él, abrió la ventana y la ausencia de la acostumbrada brisa no fue tan desconcertante como la ausencia absoluta de otro ser humano en la calle. Miró en ambas direcciones, paseo la mirada por cada edificio y sobre cada una de sus mudas ventanas. ¡No es posible!, - se dijo - ni siquiera un domingo tiene tal mutismo.
Se vistió presto y se echo a la calle. “Las siete y diez” – murmuró frunciendo el ceño -. Caminó por la avenida en busca de la estación del metro, ahí estaba todo como siempre, Los kioscos tapizados de revistas colorinches, las pulidas mesitas de cedro del café cubano, aun podían verse las humeantes tazas de algún olvidado desayuno, restos de basura y papeles apilándose en la vereda, filas de automóviles estacionados, todo como cada mañana, salvo…, salvo por el silencio. Se detuvo en medio de la calle y giro enredador dando una mirada panorámica al entorno, la ciudad giro en torno a él y jamás se sintió tan diminuto junto a los altos edificios como en aquel instante, la figura de los macizos edificios se erguían cual ciclópeos y mudos testigos de un hecho extraordinario, y ante el uso de la razón de cierto improbable,… ¡no hay nadie! – concluyó - Ante este hecho su cabeza no hacia mas que elucubrar hipótesis tanto mas inverosímiles (y por que no decirlo un tanto idiotas también) que pudieran explicar de forma satisfactoria la ausencia de personas. Veamos…, es probable que hubiera algún accidente químico que obligara a evacuar una cierta cantidad de manzanas a la redonda, tal vez una amenaza de bomba, algún escape de gas, ¿invasión extraterrestre?, una epidemia apocalíptica, ¿castigo divino? o alguna súper liquidación de último minuto en algún centro comercial.

¡Las ocho y veinticuatro!..., ahí estaba el gran reloj sobre la cúpula de la bolsa de valores, arreando en silencio a las inexistentes masas que diariamente acostumbraban a pasearse raudos bajo su implacable mirada, ¡las ocho y veinticuatro!, - volvió a decir algo desconcertado- pero si hace un par de minutos eran poco mas de las siete y… - de pronto la duda le mordió urgente - ante el echo probable de que tras una cierta cantidad de manzanas a la redonda el mundo siguiera ahí, se lanzó en dirección a la oficina.

A eso de las once y veinte de la mañana tras dejar su oficina vacía, sus pasos se volvieron pesados y lentos. Tras cada nueva esquina el panorama era el mismo, todo…, ¡TODO!, se encontraba sumido en el mas absoluto silencio,, un silencio incómodamente sepulcral, ¡no había nadie ala vista!, posiblemente en kilómetros a la redonda, ¿y si no había nadie en toda la ciudad?, una ciudad sin el tedio de los horarios de oficina, sin jefes explotadores, una ciudad entera sin… sin ¡ACREEDORES!. Una gran sonrisa paulatinamente se fue dibujando en su rostro conforme esta reflexión tomaba fuerza en su cabeza y se sostenía ante la evidente ausencia de otro ser humano y comprendiendo las extensas posibilidades que este echo sugiere. Varias cuadras adelante se detuvo en medio de la calle mientras el sol en vertical sobre su cabeza se limitaba a brillar como un patético remedo de lo que se entiende por estrella, -que mierda le pasa al sol que no calienta - pensó - . Miró nuevamente en todas direcciones y el tímido y recatado llamado de “holaaaasss”, finalmente se transformo en grito desesperado y sostenido, al que ni siquiera el eco de sus propios esfuerzos obtuvo por respuesta.

Hace ya dos semanas de aquella mañana y todo sigue igual, o casi igual. Al tercer día abandonó su pequeño departamento y se instalo en la suite presidencial del mejor hotel de la ciudad. La comida no era problema, la cocina del hotel estaba tan abarrotada y surtida que perfectamente podría sostenerle por largos meses si fuera necesario, además todos los supermercados estaban a su disposición, solo hacía falta llegar hasta ellos y tomar lo que se le diera la gana. Todas las tardes tomaba cualquier automóvil que deseara y recorría un nuevo cuadrante de la ciudad en busca de una respuesta, ahí seguía todo bajo un halo de aparente normalidad. Las tiendas con sus luces encendidas, los semáforos brincando del verde al amarillo en tediosa secuencia, al igual que el ir y venir de las escaleras mecánicas en los centros comerciales al ritmo de su aburrida música ambiente. Todo cuadro cotidiano parecía funcionar con “normalidad”. Entro en cada una de las tiendas y de todas ellas algo se llevo, lo necesitara o no, daba lo mismo un reloj de oro que un arpón de caza submarina, la verdad que importaba. Se sentía como un niño en una inmensa juguetería, de un minuto a otro todo estaba resuelto, no había que preocuparse de nada mas; si le daba hambre simplemente comía, si se aburría simplemente se metía a alguna tienda de discos o a algún un cine, o se dedicaba a explorar algún sitio lejano de la ciudad. Le divertía meterse a cualquier casa y revisar los cajones, a menudo se llevaba álbumes fotográficos de familias completas y revisaba prolijamente cada una de ellos en busca de algún rostro conocido, recorría cada cuarto y revisaba cada rincón intentando adivinar las costumbres de sus anteriores habitantes. Algunas veces incluso pasaba la noche en alguna de esas casas encendiendo las chimeneas y fogatas en los antejardines, con la esperanza de que su luz sirviera de guía a algún posible extraviado en aquella soledad. Se quedaba largo rato observando las llamas y escuchando el crepitar de la madera que ardía feroz, casi siempre terminaba en alguna sala leyendo lo primero que caía entre sus manos, y ya entrada la madrugada se quedaba dormido intentando explicarse por que el cielo carecía de estrellas, solo la claridad callada de la luna le vigilaba desde lo alto a través de alguna ajena ventana.

Aquella noche ya de vuelta en la suite del hotel – su hogar desde hace ya casi dos meses – sentado en un rincón apoyaba la frente contra un gran ventanal, contemplaba la inmóvil ciudad que se extendía como una gran mancha de aceite. Sus cientos de luces tintineaban caprichosas ámbares y azules como si el cielo de improviso se hubiese invertido. Sonrió tristemente al observar nuevamente las cinco maletas llenas de dinero que mantenía a los pies de su cama, recordó como fue presa del impulso irrefrenable de saquear las cajas de las tiendas y las gasolineras que encontró a su paso, ¿de que le serviría ahora todo ese dinero?, inútiles papeles. Que ironía Toda la vida en una loca carrera para hacerse de ellos y ahora que lo tenía todo, ¿de que servía?. Cambiaría todo por una sola palabra, por una solo sonido que no fuera artificio, ¿adonde se ha ido la brisa?, parecen tan fríos los árboles con sus hojas inmóviles, ¿adonde se han ido las alas que se abatían sobre las cabezas?. De pronto la angustia se apodero nuevamente de su ser, la pesadilla del recuerdo le alcanzó y le mordió con fuerza, como olvidar lo de hace dos semanas atrás. Cerró los ojos y se vio otra vez de pie en aquella playa. Sus pies descalzos sobre la arena extrañando el calor, sus dedos se enterraron en aquella fría arena gris, el cielo terriblemente azul carente de nubes y gaviotas, y ¡el mar!, ¡Ohhh el mar!..., como olvidar el mar contenido en una inmovilidad tan insana y del todo delirante, todo el cuadro hasta donde alcanzaba la vista parecía ser una escena de utilería. El frío y brillante fondo de un teatro con un único espectador. Desde aquel día decidió no volver a salir del hotel. Todas sus actividades quedaron restringidas a los limites interiores del edificio, recorría en silencio todos los pisos esperando escuchar en algún momento algún sonido ajeno a su propia respiración, prestaba atento el oído esperando encontrar el eco perdido de los pasos sobre el piso alfombrado, exploraba lentamente cada rincón esperando que así el día se llevara las horas y así pasaron los días , muchos días en silencio, siempre alerta, tan alerta que olvido hasta el sonido de su propia voz.

Pero el tiempo en extraña jugada parecía dilatarse y contraerse bajo una voluntad cruel. En ocasiones lo que en un principio podían parecer horas enteras no eran mas que unos cuantos minutos y viceversa, - el tiempo es una pesada carga cuando se tiene de sobra y no se sabe que hacer con el, desgraciado regalo cuando no se tiene con quien compartirlo – pensó.

Al cabo de un año sus incursiones a la planta baja del hotel habían disminuido a no mas de una o dos veces por mes, nada mas que para asaltar la cocina y subir los alimentos hasta su habitación, un sin fin de latas y botellas se apilaban en los armarios convertidos desde hace mucho en despensa. Los espacios abiertos comenzaron a resultarle en extremo agobiantes, sentía palpitaciones y mareos cada vez que se aventuraba en cualquier espacio cuyas dimensiones superaran a las de su cuarto, su cuarto, desde hace tanto su mundo, su fuerte y su frontera a media luz. No soportaba luz más brillante que la de una pequeña lamparita de mesa, durante el día las cortinas de su cuarto permanecían estrictamente cerradas, el brillante sol de cada día inquietantemente limpio se clavaba en sus ojos como agujas afiladas amenazando con partirle la cabeza. Así en la penumbra de su cuarto iluminado apenas por un sol artificial de 60 watt releía las obras completas del viejo Hemingway, cientos de paginas que ya sabía de memoria, las leía una y otra vez solo para no olvidar las palabras, para recordar como es el toque suave de la brisa en primavera y escuchar el romper de las olas sobre algún lejano e invisible roquerio, sentir otra vez el ardiente toque del sol sobre la cabeza y darse fuerzas cada noche antes de cerrar los ojos y enfrentar el miedo del olvido y la angustiante incógnita que encierra el siguiente despertar.



(*) Mi agüita amarilla,- Los toreros muertos

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