31 marzo 2010

Tarde Feliz




Mami, ¡Mami!, yo quiero el azul, ¡yo quiero el azul!
-Esta bien mi amor, el azul, ya te entendió ¿verdad señor?

Esteban sonrió de mala gana mirando al pequeño demonio que comenzaba a patearle la pierna derecha, -“si por supuesto señora” -dijo en tono resignado mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no darle un puntapié al maldito niño.
¡Yo quiero un gato!, -gritó una pequeña de rizos dorados, ¡yo también!, ¡yo también!, se fueron sumando uno a uno los demás pequeños-Muy bien entonces ¡gatos para todos! –gritó la mujer levantando las cejas mientras observaba a Esteban
-Es que no puedo hacer gatos con los globos, -se disculpo torpemente Esteban alzando los hombros- es imposible hacer las orejas puntiagudas –agrego
La mujer meneo la cabeza reprobando aquella absurda explicación.
-y que diablos importa son niños nada mas, hazlas redondas, da lo mismo ¿no?, la idea es que se callen de una buena vez -maldito idiota- murmuro mientras daba otro sorbo a su vaso de vodka.

La mujer se quedo a un par de metros esperando ver nacer los malditos gatos de entre las torpes manos de Esteban, terminó el resto de vodka de un solo sorbo y se quedo observando fijamente, como si estuviera viendo a través de él.

Esteban alzo las manos por sobre su cabeza intentando escapar de las pequeñas manos que pretendían arrancarle las incipientes figuras rellenas de aire. La algarabía de los pequeños en torno a su cuerpo le sofocaba, las risas y los gritos infantiles le taladraban los oídos como un violín desafinado, algunos corrían de un lado a otro gritando o llorando sin prestar mayor atención al pobre espectáculo que Esteban no se esmeraba en entregar, sus movimientos se hacían cada vez mas pesados y lentos conforme los gritos de los niños iban en aumento, tras un rato solo se quedo ahí en silencio, parado en medio del patio cual prisionero enfundado pobremente en aquel traje desteñido que desde hace meses parecía su segunda piel.


Las mujeres charlaban agrupadas en una esquina de la larga mesa ubicada sobre el césped, el mantel azul decorado con una docena de pequeñas caras de payasos colorinches y sonrientes, ondeaba como la bandera de una alegría plástica, fría y falsa. Esteban fijó los ojos sobre aquellos diminutos rostros, sus bocas anchas y grotescas parecían reírse a carcajadas de su propia figura allí sitiada por los niños y sus gritos ensordecedores. Esteban se quedo rígido observando aquellas figuras mientras de sus manos seguían escapando descontroladamente jirafas, perros, elefantes y espadas. El eco de las risas se fue disipando poco a poco, haciéndose cada vez más lejanas, mas ausentes.
-¿Cómo llegue hasta aquí? –Se preguntó en voz baja- de pronto las imágenes de los rostros sonrientes de su familia y sus amigos fueron apareciendo en su cabeza, el discurso orgulloso de su padre en la cabecera de la mesa, la mirada calida y triste de su madre ante la inminente despedida “Esteban te deseamos lo mejor y esperamos que te acuerdes de nosotros cuando te hagas millonario”, -bromeaban sus hermanos alzando las copas frente a sus rostros, recordaba sus sonrisas, suaves como el sol de la tarde en un día de primavera. “buen viaje Esteban”. Una y otra vez se repetía en su cabeza el llanto lejano de última hora tras los últimos abrazos en el aeropuerto. Luego vendría la imagen de las audiciones, las incontables horas y horas de pie en el pasillo olvidado de algún teatro, otro desconocido entre las largas filas de rostros ilusionados, todos persiguiendo el mismo sueño, el delirio de eternizarse en el aplauso, bajo el alero de Shakespeare, y Moliere.

Aquella imagen tan lejana tras los años de pronto vino a morderle la nostalgia, le mordió fuerte igual que el hambre, que el fracaso y la desilusión de los años perdidos que habían terminado por robarle la alegría, ¡que ironía! –pensó al observar sus zapatos rojos con las puntas enroscadas
¡que ironía! –volvió a repetir para si

La suave brisa de la tarde le hizo estremecer, descubriendo el tintineo bronce de los dorados cascabeles de su sombrero, por unos segundos aquel sonido llenó bellamente el espacio, Esteban cerró los ojos y respiro profundamente y antes de intentar una nueva sonrisa para su audiencia un trozo de torta de chocolate le dio de lleno en el rostro mientras los niños reían con inocente crueldad. Esteban abrió los ojos sintiendo fuego en las mejillas y solo se quedo ahí de pie, inmóvil como una estatua de cera con la mirada fija sobre las bocas rojas de los payasos sobre el mantel azul, aquellos payasos grotescos y burlones que parecían abofetearle incesantemente el rostro con su maldita alegría, Esteban sonrío tristemente mientras dos gruesas lagrimas recorrían sus mejillas, lentamente parecían ir desgarrándole la carne bajo el albo maquillaje.

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