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Él

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Cuando la gente lo veía pasar, en sus rostros aparecía una expresión que transitaba entre la lástima y la burla. “Miren ahí va sonriendo otra vez como idiota, ¡pobre infeliz!”, -decían- mientras le observaban perderse por la misma calle de todos los días. ¿Como puede alguien pretender a una estrella? -se preguntaban sin quitarle los ojos de encima-, que importa, -decía alguno-, miren como va, observen como sonríe, como le brillan los ojos. En efecto desde hace ya algunos días su vida había cambiado enormemente.

Desde que él elevó los ojos al firmamento y decidió por vez primera ver y no solo mirar (que al fin y al cabo es algo bien distinto), descubrió algo que le dejo maravillado. Muy despacio fue apareciendo por el norte añil un lucero pequeñito, sin duda el cuerpo celeste mas delicado y grácil que puede habitar el firmamento, algo había en su brillo que tocó profundamente en su pecho.

Fue así como desde entonces en aquel primer ocaso y descubrimiento, ya no pudo olvidar aquel brillo. Necesitaba profundamente dedicarse a su contemplación, no podía explicarlo y bien tampoco hacia falta. Fue así entonces que cada crepúsculo él se perdía siempre por la misma calle en busca de aquel lugar en donde él sabía que aquel lucero se aparecía. En ocasiones, cuando el sol aun no se decidía ir a dormir, él tenía que extender sus ya largas caminatas esperando la mejor hora para verle, y entonces cuando el ocaso se tornaba noche y el cielo se vestía de cilicio, poco a poco el manto ceniciento de las estrellas se extendía en pleno, y entonces él ponía su ojo atento al norte, y esperaba, pero a veces nada sucedía, a veces ni rastro de su estrella, ¿me abre equivocado de lugar? -se preguntaba confundido-, pasaban largas horas y nada, es así entonces como él sacaba su libretita de apuntes y se largaba a escribir y escribir, escribía para aquel lucero, aquel puntito diminuto en la bóveda celeste. Luego sencillamente sin que le importara un carajo lo que pudiera pensar la gente alrededor, elevaba los ojos y le recitaba su sentir, llamándola por su nombre ancestral y terreno, un nombre antiguo que el mismo lucero se encargo de susurrarle al oído sin que nadie mas lo oyera, ese era su secreto.

Fue entonces que muy a pesar de la distancia que existe entre un simple mortal y el cielo, él sencillamente aguardo, impacientemente (hay que decirlo), pero siempre fiel a su deseo, ocaso tras ocaso. De pronto su llamado fue recibido en lo alto, aquella estrella diminuta aparecía otra vez en el norte, esta vez un poco mas brillante, él la observaba en silencio imaginando que su luz le acariciaba la cabeza, entonces él sonreía agradecido sintiéndose pleno, y volvía a recitarle su sentir. Pasaron algunos días y él siempre seguía esperando aquel punto en el cielo, a veces pasaron varios días sin verle, y su corazón se entristecía, su garganta llevaba un nudo amargo, pero no importaba, eso era lo de menos, todo quedaba aliviado cuando la estrella se aparecía en el norte.

Fue de pronto, él no sabe muy bien como, pero cada vez las apariciones de aquel astro se fueron tornando cada vez mas seguidas. Él no perdía la oportunidad de cantarle su admiración, tal vez fue eso, no sabe bien, pero en algún momento el lucero se fue volviendo cada vez mas brillante, su tímido fulgor se torno mas intenso, mas vivo con el correr de los días, incluso tanto que a veces se imponía con creces al brillo frío del alba, entonces él era feliz en grado sumo, su dicha se volvió sonrisa y su entusiasmo poco a poco alcanzó hasta para compartirla con sus cercanos, pero nadie mas podía ver lo que él veía. Incluso algunos observadores mas aventajados y expertos en estas cuestiones, habían puesto sus ojos hacia el norte pero ninguno logro ver, tal vez tan solo miraban, es triste aquello, tantas veces solo se mira sin realmente ver, cuanto se ha perdido por esta auto impuesta miopía, pobres de ellos -pensaba él mientras sus ojos se deleitaban con su estrella, ahora las más brillante y bella de todas-. Así pasaban las horas desde el ocaso hasta el alba, incluso hasta media mañana, a veces hasta mas tarde que eso inclusive.

Él imaginaba, más bien, sentía que con su luz aquella estrella le acariciaba, que le estrechaba calidamente, entonces él cerraba los ojos hasta que el sosiego llegaba a su alma, y no había nada mas en el tiempo que él y su estrella. A veces cuando el brillo parecía decaer él le contaba sus locuras y ocurrencias intentando ser divertido y grato, y a veces lo lograba con creces, lo sabia puesto que cuando la estrella estaba alegre, parecía centellear dando giros sobre su eje, despidiendo intensos brillos que él intentaba coger con sus manos, pero aun estaba muy, muy lejos…, pero no importaba, a fin de cuentas que la distancia es solo un espejismo, él seguía con sus brazos alzados, envuelto en el ensueño de un abrazo. Por eso la gente tal vez lo miraba extrañamente cuando le veían allí parado estrechándose así mismo, él los veía también y de vez en cuando les señalaba hacía lo alto, mas ellos nada veían, pobre de ellos que no te conocen ni te sienten como yo, que tristes han de ser -pensaba él sintiendo pena por esas gentes-, y se largaba a caminar por la calle de todos los días, sabiendo que su estrella es y será la mas brillante que corona su espacio en el tiempo, incluso aun en los días de ausencia, en que alguna nubecilla maliciosa se cruza con rumbo norte intentando inútilmente de opacar su brillo.

Entonces él ya absolutamente prendido de aquel brillo, se dio a la faena de alcanzar esa estrella, cada vez la noche era mas y mas breve y el sol con su ajetreo ocultaba su amada estrella, el tiempo parecía pasar raudamente cuando estaban en aquel bello romancear. ¿Como puedo alcanzar a mi estrella?. –se preguntaba-, entonces intentó desde el salto con catapulta hasta el paracaidismo nocturno, pero nada…, una y otra vez se estrellaba contra el suelo, el dolor a veces era intenso, pero eso no lo amilanaba, a fin de cuentas la vida no es para los cobardes y él ya no tenía miedo, no importa cuanto tarde -se decía- no hay mayor poder que el querer, luchar por lo que se quiere, perseverar con alegría y con verdad.

Fue así entonces como pasó el tiempo, nadie sabe cuanto, los ocasos se fueron sucediendo como las hojas de otoño que caen de un árbol y la gente se olvido de él, nunca mas nadie le volvió a encontrar sonriéndole al cielo, con los ojos llenos de brillo, si tan solo hubieran alzado sus ojos al cielo tal vez lo hubieran visto sonreír como nunca antes, esta vez desde lo alto, ahora mas cerca en su empeño de alcanzar la dicha que yace tras el misterio y la promesa de aquel brillo.

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