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Carta a la hija del Sol





Y entonces caminar otra vez sin saber a donde se va. Solo me queda dibujarte en el imaginario de estos días en que no te tengo. Bosquejar tu rostro línea a línea, trazar tu sonrisa. Aquella que siempre viene a mi mente y termina por dibujar otra en mis labios.

Camino por calles sin nombre. Aquellas que no se deleitan con el recuerdo de tus pasos, y te pienso. Mientras el día se vuelve noche y las luces ambarinas cubren malamente la desdicha de los días en que me haces tanta falta.

El frío soplo de este otoño muerde el rostro mientras la angustia se prolonga ante la ausencia de la “primera estrella de la tarde”, aquel astro luminoso, divino y grácil que eres tú. Así sin mas sigo llevando mis pasos entre la muchedumbre, tratando inútilmente de encontrarte en la sonrisa de otras bocas, intentando descubrirnos en la dicha franca que se observa entre aquellos que de la mano van delante de mis pasos. Caminar sintiendo que con cada día mas de tu silencio, poco a poco me sumerges irremediablemente en el rincón más austral de tus recuerdos, entonces te nombro. Y mis palabras al viento esperando que Ehécatl te lleve mi voz, allí, en donde quiera que te encuentres iluminando todo con tu sonrisa.

Entonces, en una esquina cualquiera, un café me invita al refugio de sus calidas luces, mientras afuera la noche se ha resuelto entre sombras azules que devoran las siluetas, y ahí estas, otra vez tú, sonriéndome desde el otro extremo de la mesa tras la humeante tasa entre mis manos, apenas un sueño, un delicado espejismo que intento acariciar en la mejilla y que se diluye como el breve tiempo en que me regocije inventando un nosotros, apenas un suspiro en el devenir de los días en que todo era mejor si lograba verme en tus ojos.

Y entonces caminar otra vez sin saber a donde se va, mientras tus besos aun arden en mi boca, mientras mis manos extrañan ser caricias que recorren tu espalda, mientras mi abrazo aun se pretende tu refugio, mientras aun puedo escuchar la canción que me enseñaste, la misma que aun puedo oírte cantando entre susurros, como aquella tarde “entre pairos y derivas”, en que la mítica serpiente emplumada voló de tus labios… a mi boca.

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A veces vagar sin rumbo lleva a reclar en un texto como éste y merece entonces la pena

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