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Hace algunos días








Los pasos de Aníbal me despertaron antes de que el sol asomara en la ventana. Hace algunos días lo notaba extraño, muy callado y pensativo. Al principio no le di mucha importancia. Sencillamente pensé que se trataba de cansancio, exceso de trabajo, o el apremio de las deudas. En suma, las típicas preocupaciones comunes y silvestres de cualquier hombre de edad promedio.

Lo primero en desaparecer fue una cacerola, desaparición de la cual ni Agustina ni Fabián (mis hijos) pudieron explicar. Por aquellos días Fabián comenzaba su segundo año en la facultad, y dada la costumbre que tienen los chicos universitarios en gastar bromas algo extravagantes a los novatos, mi primer sospechoso sin lugar a dudas fue el pobre Fabián. Luego de interminables negativas y caras largas decidí dar el asunto por terminado y olvidar el tema. Dos días más tarde el secador de pelo hizo su acto de desaparición, luego de revisar de arriba abajo los posibles rincones en los que podría hallarse, encare a Agustina conminándola a dar alguna explicación razonable sobre la desaparición del secador. ¿Por que Agustina?, simplemente por que aparte de ella y yo nadie más en casa utiliza el secador de pelo. Fabián y Aníbal decían que era cuestión de maricas secarse el pelo con secador, pero mas de alguna vez recuerdo haberles visto escondidos con el secador entre las manos calentando las sabanas en invierno, aunque eso también siempre lo negaron.

Ya casi no hablábamos a la hora de la cena, ni tampoco durante los almuerzos, que dicho sea de paso se fueron haciendo cada vez mas escasos. Poco a poco la casa se fue convirtiendo en una muda zona de transito. Ni siquiera sus ojos me decían algo, sus miradas se tornaron -conforme al paso de los días- en frías e inexpresivas luces que parecían perforar mi pecho cada vez que por casualidad se dejaban ver. La mayor parte del día me encontraba sola en casa, Aníbal en el trabajo y los chicos en sus quehaceres académicos. El secador y la cacerola aún no aparecen por ningún lado, igual que el sacacorchos de plata que nos regalaron el día de la boda, tampoco están mis lentes para mirar televisión, sin ellos solo veo manchas borrosas aunque igual me quedo frente al aparato fingiendo que me divierto con los programas, antes trataba de reírme bien fuerte para llamar la atención de los chicos y animarlos a sentarse junto a mi un momento, pero no vienen, y cuando lo hacen se me quedan viendo fijamente con esa expresión fría que me da miedo.

Ayer ocurrió otra vez. Lo que se esfumo fue la afeitadora de Aníbal, pero fue extraño que él no le diera importancia, aunque no me lo dijo, yo se que desapareció por que él nunca se afeita con navaja. Cuando le pregunte por que no usaba la afeitadora, no me hizo caso y continuó afeitándose sin apartar la vista del espejo, como si yo no existiera. Me dio rabia su indiferencia y volví a preguntarle, una, dos, cuatro veces. Aníbal se largo a llorar y cuando me le acerque no quiso que lo abrazara, “esta bien no es para tanto, si la perdiste o la rompiste compramos otra y ya esta” – le dije intentando consolarlo – imagínate si cada vez que se pierde algo nos ponemos a llorar, además a ti solo te falta la afeitadora, en cambio yo he perdido mas cosas, ¿que pasa con mi cacerola?, ¿mis lentes?, ¿mi secador?, ¿el sacacorchos?, ¿los discos de Fabián? (olvide mencionar que también a Fabián se le pierden cosas).

No pude hacer que Aníbal dejara de llorar, comprendí que era mejor dejarlo solo y salí un momento al patio, ¡pero fue horrible!, tampoco estaban los jazmines, ¡habían desaparecido! al igual que la paleta y el rastrillo de jardinería. Las piernas me temblaron y me deje caer, hundí las rodillas en la tierra húmeda y suave de mi jardín y me puse a llorar, luego los vi. Desde la ventana del segundo piso Aníbal y Agustina me observaban en silencio, intentaron ocultarse cuando me vieron alzar la cabeza, fue como si sus miradas cayeran pesadas sobre mí espalda, los pude sentir, ¡Malditos!, no había otra explicación, ellos son los responsables, ellos se están llevando todo y me quieren hacer creer que todo esta bien, por las noches escucho sus pasos, corren como ratas de un lugar a otro de puntitas por toda la casa.

Esta mañana la cacerola y el sacacorchos aparecieron en sus sitios habituales, pero ahora faltaban mas cosas, aparecieron dos y ahora faltaban cuatro, esta vez desaparecieron una charola, el tostador y dos tazones. Desde el patio escuche la risas de Fabián y Aníbal, me fui despacito hasta la sala desde donde se alcanza a ver, no quería que me vieran, quería sorprenderlos de seguro en alguna fechoría. Aníbal todavía estaba en bata y eso que ya pasaban de las 10:00 a.m., se reían estupidamente mientras tomaban desayuno, seguro se ríen de mi, seguro comentan lo estupida que me veo buscando por toda la casa los utensilios que desaparecen, ¡que ellos esconden!. Salí al patio y se quedaron mudos otra vez. Cuando le pregunte a Aníbal por que no estaba en la oficina siendo ya tan tarde, solo le escuche decir “Sábado”, “por que hoy es Sábado amor”, ¡eso es mentira Aníbal!, hoy recién es Martes, ¡que te pasa!, ¿por que no quieres ir a trabajar?, -no importa amor déjalo así – dijo sin apartar los ojos de su tasa de café -. Cuando les conté que habían aparecido la cacerola y el sacacorchos parecieron no asombrarse, en cambio cuando les dije que faltaban una charola, el tostador y dos tazones, Fabián dio un puñetazo sobre la mesa haciendo brincar las tasas que parecieron sonar como campanitas en mis oídos, luego le comenzó a temblar el mentón como cuando esta por largarse a llorar, como cuando era un niño pequeño, pero antes de que le saltaran las lagrimas se levantó y se fue. Aníbal se quedó con la cabeza humillada entre los hombros y no dijo nada, pobre… tal vez se siente culpable.

Anoche desperté y Aníbal no estaba en la cama. Me levante despacio sin hacer ruido y me fui a la ventana, ahí vi a los tres removiendo la tierra del jardín, Agustina lloraba y movía la cabeza de un lado a otro, mientras Fabián desenterraba la lámpara de escritorio de Aníbal, pobre Agustina seguro la obligan, se ve que no quiere ayudarlos.

El Lunes por la mañana me quede en cama esperando a que la casa quedara en silencio, sentí cuando Aníbal se preparaba para partir a la oficina. Espere unos diez minutos luego de que se marchó y me lance a toda carrera por las escaleras hasta la planta baja y de ahí al patio. Metí las manos en la tierra suelta y comencé a cavar, estuve largo rato buscando sin encontrar mas que gusanos y piedras, de alguna manera saben que los vi y buscaron otro lugar para esconder las cosas.

Hace tres semanas que ya no se pierde nada en casa. A los dos días desde la última desaparición de objetos, sencillamente y sin explicación volvieron a aparecer en sus lugares habituales, como si nunca hubiesen faltado. Aníbal y los chicos volvieron a mostrarse mas afectuosos, Aníbal me compró lentes nuevos, fue bueno por que volvimos a compartir por las noches algunas horas frente al televisor, comentábamos los programas y nos reíamos de cualquier estupidez que aparecía en ella. Aníbal parece muy contento y hasta ha subido un par de libras también. Me da pena amargarles la velada, se ven tan felices que no me atrevo a contarles lo que anoche me dijeron las voces, no se como no las escuchan estando tan cerca, incluso ahora que estoy con ellos frente al televisor, sus murmullos me llegan cada vez mas y mas fuertes y repiten incesantemente que Aníbal debe ser el primero, pobre Aníbal, creo que lo extrañare.

Que hagan una peli o algo de esto, coño!
Escribes de puta madre. Lo siento, es que tenía que decírtelo. Ya no es cómo escribes sino qué escribes. Me encantó la historia (¿se nota, no?).

P.D.: Por cierto, una curiosidad: qué s una charola? ¿una especie de olla o algo?

Un beso.

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