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Sangre en el piso







Decidió internarse por la calle más poblada, caminó con paso firme y decido, pecho afuera y la frente en alto, respirando fuerte, escrutando con mirada feroz a cuanto rostro se le cruzaba. Una extraña sensación proveniente de la boca del estomago poco a poco fue creciendo hasta transformarse en odio, tal vez el sentimiento mas puro del que tuviese memoria.

Algo mas que solo furor, rencor, u odio, simplemente había algo más, algo extraño en su ser que anhelaba librarse de invisibles ataduras permaneciendo latente por años hasta ahora.

Caminó algunas cuadras en línea recta sin detenerse un solo momento, sus ojos buscaban incesantemente cualquier atisbo de reproche, cualquier pequeña insinuación de molestia, ciertamente deseaba encontrarse cara a cara con un rostro desafiante, y ahí sin mas descargar todo su odio, demolerse los nudillos sobre el prójimo, no importa quien, ¡pero nada!,… ningún alma dispuesta, nadie que acepte el mudo desafío, tal vez solo sea cuestión de tiempo, mas temprano que tarde alguien cogerá el guante.

La tensión es cada vez mas fuerte, la respiración se agita y casi puede sentir como la sangre fluye por sus venas, el corazón a mil por hora y los puños cerrados, es cuestión de tiempo – se dice en voz baja – sin dejar es escrutar las ajenas miradas. El transito estridente no hace mas que acrecentar lo que le quema por dentro, el aire enrarecido, las bocinas incesantes, el sudoroso tumulto embrutecido en el bus de cada tarde, la premura de marchar a todas partes sin un propósito definido, sin embargo continua con su andar fanfarrón e insolente, exquisitamente violento, esperando.

A media cuadra el letrero encendido de un bar augura vendaval, con sendo puntapié la puerta gime dando paso a su figura, la penumbra le abraza mientras la música estalla en sus oídos con pesados riff de guitarras aceradas. Una chica de cabello rojo le observa desde el fondo, la acompañan tres tipos que mueven sus cabezas al frenético ritmo de la música. Se dirige a ella y sin vacilar la coge por el pelo desde la nuca arrancándole un beso con violencia. El sordo sonido de las sillas al golpear contra el piso, y el diáfano coro de rotas botellas que se aprestan en las manos, llena sus oídos en extasiante sinfonía.

Sonríe ufano mientras observa con absoluta complacencia, como aquellos ojos que le enfrentan en la penumbra parecen encenderse como brazas en la hoguera.

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