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Despertar





"Quien puede decir lo que hay al siguiente despertar"

Se sentó sobre la cama y tras beber la última lata de cerveza volvió a revolver la treintena de boletas, -¡Pufffffff!, ¡la mierda, cuantas deudas! – se dijo, mientras lentamente se sumía en el dulce sopor de la embriaguez, el calido abrazo que poco a poco se transforma en sueño y al que se entregó murmurando las frases de siempre -“Por una vez quisiera tener todo el dinero del mundo y dejar de preocuparme, sería todo tan fácil, sería tan fácil si lo tuviera todo, sería tan fácil…., sería…, sería…“.
Lentamente se fue librando de la modorra. Las sabanas cual redes de algodón fueron replegándose a los pies de la cama en armoniosa sucesión de calidos pliegues. Las seis y media de la mañana. Breves temblores en la espina mientras el pie izquierdo se daba a la exploración de un gélido piso, dos o tres tanteos cortitos y la esquiva pantufla ya era localizada. Un largo bostezo y luego incorporarse lentamente, como si el mundo entero se equilibrara sobre sus hombros. Segundos mas tarde el pie derecho hacía lo suyo repitiendo la rutina de su par en otro despertar. Todo iba según la intrínseca programación que a fuego de repeticiones pasa a ser una sucesión de actos reflejos y por ello no razonados. Movimientos mecánicos y abúlicos. Tres pasos hacia delante y cinco más a la derecha, primera parada, el baño. El seco golpecito de la tapa del excusado contra el estanque retumba y se multiplica en el espacio, luego el caudal tibio en que se han convertido las cinco cervezas de la noche anterior se aprestan a iniciar su ciclo de “reconversión”. ¿En que mierda terminara convertida toda esta mierda? (Valga la redundancia) – se pregunta estremeciéndose al terminar de mear – enseguida el estribillo de una vieja melodía ocupa su cabeza;
“Y creo que he bebido mas de 40 cervezas hoyY creo que tendré que expulsarlas fuera de míY subo al güater que hay arriba en el barY la empiezo a mear y me hecho a reír y me pongo a pensar donde irá, donde irá ...” (*)
No puede evitar reír estupidamente, al cabo no se puede reír de otra forma tras semejante esfuerzo mental.
Tras la ducha de rigor regresó a la habitación y se sentó sobre la cama, tal como la noche anterior una vez mas revolvió la treintena de boletas, ¡Pufffffff!, ¡La mierda, cuantas deudas!. Los números parecían haberse multiplicado desde anoche. Cerró los ojos y se dejo caer pesadamente sobre la cama, los números parecían flotar por toda la habitación, y en ocasiones saltar burlescos sobre la cama - ¡Pufffffff!, ¡que mierda de vida! - se dijo mientras sus ojos se enfocaban sobre la pequeña pantallita verde de la radio-reloj, que yacía junto a la cama cual mudo testigo del paso de las horas.
Curiosamente el reloj no parecía tan presto a lanzarlo en carrera a la calle como acostumbraba cada mañana. “Apenas las seis cincuenta, cuando menos treinta minutos menos que lo acostumbrado”- se dijo extrañado -. ¡¡Y si se había quedado dormido!!, ¡sería la cuarta vez en la semana!, inmediatamente tres palabras se parecieron cobrar forma sobre uno de los muros; ¡despido!... ¡Miseria!,… ¡desalojo!... ¿¡Vaya!? “en verdad son las seis cincuenta” – exclamó mientras observaba el monótono traqueteo del segundero de su viejo reloj de pulsera. Respiró aliviado y el eco de su propia exhalación reboto sobre las paredes, entregándole al cuarto la fantasía de imposibles proporciones, por un momento todo pareció inmenso, las sombras en los rincones se ofrecieron profundas cual cielo de noches sin estrellas, hasta que una tímida hebra de sol se aventuro entre la separación del grueso cortinaje que oculta la escena mas intima y cotidiana de su existencia, del resto del gran teatro de la vida. Se quedo inmóvil observando aquel trozo de luz mientras se habría paso en el interior de la habitación. El polvo en suspensión que delataba la hebra luminosa, brillaba y se revolvía con inusitada belleza, dibujando formas que le parecieron semejantes a liquidas constelaciones. Extasiado ante el despliegue de tal belleza solo le quedo contener el aliento, de pronto… todo fue silencio.
Tras unos segundos. Un sobresalto, la extraña sensación que podría definirse como estar atrapado en el interior de una botella, y en ese preciso instante noto que algo era diferente, algo le faltaba a esa mañana. Se estrecho por lo bajo y haciéndose un ovillo aguardo observando sus pies descalzos mientras eran alcanzados por el sol, curiosamente aquel trocito de luz le pareció despojado de todo calor. -¡Los pájaros!...donde mierda están los pájaros… ¡donde esta el ruido de la calle!..., Las bocinas, el rumor de la ciudad.- se dijo en voz alta -. Se puso de pie y avanzo en dirección a la ventana de sus mañanas que se encumbraba a siete pisos sobre la avenida, y de golpe corrió las cortinas quedando con los brazos extendidos como aguardando un abrazo. El sol le golpeo el rostro obligándole a cerrar los ojos, ahí estaba la luz con todo su esplendor pero… ¿y el calor?. Dudó unos instantes antes de atreverse a abrir los ojos y tras la pausa lentamente dejó que la ciudad se hiciera ante él, abrió la ventana y la ausencia de la acostumbrada brisa no fue tan desconcertante como la ausencia absoluta de otro ser humano en la calle. Miró en ambas direcciones, paseo la mirada por cada edificio y sobre cada una de sus mudas ventanas. ¡No es posible!, - se dijo - ni siquiera un domingo tiene tal mutismo.
Se vistió presto y se echo a la calle. “Las siete y diez” – murmuró frunciendo el ceño -. Caminó por la avenida en busca de la estación del metro, ahí estaba todo como siempre, Los kioscos tapizados de revistas colorinches, las pulidas mesitas de cedro del café cubano, aun podían verse las humeantes tazas de algún olvidado desayuno, restos de basura y papeles apilándose en la vereda, filas de automóviles estacionados, todo como cada mañana, salvo…, salvo por el silencio. Se detuvo en medio de la calle y giro enredador dando una mirada panorámica al entorno, la ciudad giro en torno a él y jamás se sintió tan diminuto junto a los altos edificios como en aquel instante, la figura de los macizos edificios se erguían cual ciclópeos y mudos testigos de un hecho extraordinario, y ante el uso de la razón de cierto improbable,… ¡no hay nadie! – concluyó - Ante este hecho su cabeza no hacia mas que elucubrar hipótesis tanto mas inverosímiles (y por que no decirlo un tanto idiotas también) que pudieran explicar de forma satisfactoria la ausencia de personas. Veamos…, es probable que hubiera algún accidente químico que obligara a evacuar una cierta cantidad de manzanas a la redonda, tal vez una amenaza de bomba, algún escape de gas, ¿invasión extraterrestre?, una epidemia apocalíptica, ¿castigo divino? o alguna súper liquidación de último minuto en algún centro comercial.

¡Las ocho y veinticuatro!..., ahí estaba el gran reloj sobre la cúpula de la bolsa de valores, arreando en silencio a las inexistentes masas que diariamente acostumbraban a pasearse raudos bajo su implacable mirada, ¡las ocho y veinticuatro!, - volvió a decir algo desconcertado- pero si hace un par de minutos eran poco mas de las siete y… - de pronto la duda le mordió urgente - ante el echo probable de que tras una cierta cantidad de manzanas a la redonda el mundo siguiera ahí, se lanzó en dirección a la oficina.

A eso de las once y veinte de la mañana tras dejar su oficina vacía, sus pasos se volvieron pesados y lentos. Tras cada nueva esquina el panorama era el mismo, todo…, ¡TODO!, se encontraba sumido en el mas absoluto silencio,, un silencio incómodamente sepulcral, ¡no había nadie ala vista!, posiblemente en kilómetros a la redonda, ¿y si no había nadie en toda la ciudad?, una ciudad sin el tedio de los horarios de oficina, sin jefes explotadores, una ciudad entera sin… sin ¡ACREEDORES!. Una gran sonrisa paulatinamente se fue dibujando en su rostro conforme esta reflexión tomaba fuerza en su cabeza y se sostenía ante la evidente ausencia de otro ser humano y comprendiendo las extensas posibilidades que este echo sugiere. Varias cuadras adelante se detuvo en medio de la calle mientras el sol en vertical sobre su cabeza se limitaba a brillar como un patético remedo de lo que se entiende por estrella, -que mierda le pasa al sol que no calienta - pensó - . Miró nuevamente en todas direcciones y el tímido y recatado llamado de “holaaaasss”, finalmente se transformo en grito desesperado y sostenido, al que ni siquiera el eco de sus propios esfuerzos obtuvo por respuesta.

Hace ya dos semanas de aquella mañana y todo sigue igual, o casi igual. Al tercer día abandonó su pequeño departamento y se instalo en la suite presidencial del mejor hotel de la ciudad. La comida no era problema, la cocina del hotel estaba tan abarrotada y surtida que perfectamente podría sostenerle por largos meses si fuera necesario, además todos los supermercados estaban a su disposición, solo hacía falta llegar hasta ellos y tomar lo que se le diera la gana. Todas las tardes tomaba cualquier automóvil que deseara y recorría un nuevo cuadrante de la ciudad en busca de una respuesta, ahí seguía todo bajo un halo de aparente normalidad. Las tiendas con sus luces encendidas, los semáforos brincando del verde al amarillo en tediosa secuencia, al igual que el ir y venir de las escaleras mecánicas en los centros comerciales al ritmo de su aburrida música ambiente. Todo cuadro cotidiano parecía funcionar con “normalidad”. Entro en cada una de las tiendas y de todas ellas algo se llevo, lo necesitara o no, daba lo mismo un reloj de oro que un arpón de caza submarina, la verdad que importaba. Se sentía como un niño en una inmensa juguetería, de un minuto a otro todo estaba resuelto, no había que preocuparse de nada mas; si le daba hambre simplemente comía, si se aburría simplemente se metía a alguna tienda de discos o a algún un cine, o se dedicaba a explorar algún sitio lejano de la ciudad. Le divertía meterse a cualquier casa y revisar los cajones, a menudo se llevaba álbumes fotográficos de familias completas y revisaba prolijamente cada una de ellos en busca de algún rostro conocido, recorría cada cuarto y revisaba cada rincón intentando adivinar las costumbres de sus anteriores habitantes. Algunas veces incluso pasaba la noche en alguna de esas casas encendiendo las chimeneas y fogatas en los antejardines, con la esperanza de que su luz sirviera de guía a algún posible extraviado en aquella soledad. Se quedaba largo rato observando las llamas y escuchando el crepitar de la madera que ardía feroz, casi siempre terminaba en alguna sala leyendo lo primero que caía entre sus manos, y ya entrada la madrugada se quedaba dormido intentando explicarse por que el cielo carecía de estrellas, solo la claridad callada de la luna le vigilaba desde lo alto a través de alguna ajena ventana.

Aquella noche ya de vuelta en la suite del hotel – su hogar desde hace ya casi dos meses – sentado en un rincón apoyaba la frente contra un gran ventanal, contemplaba la inmóvil ciudad que se extendía como una gran mancha de aceite. Sus cientos de luces tintineaban caprichosas ámbares y azules como si el cielo de improviso se hubiese invertido. Sonrió tristemente al observar nuevamente las cinco maletas llenas de dinero que mantenía a los pies de su cama, recordó como fue presa del impulso irrefrenable de saquear las cajas de las tiendas y las gasolineras que encontró a su paso, ¿de que le serviría ahora todo ese dinero?, inútiles papeles. Que ironía Toda la vida en una loca carrera para hacerse de ellos y ahora que lo tenía todo, ¿de que servía?. Cambiaría todo por una sola palabra, por una solo sonido que no fuera artificio, ¿adonde se ha ido la brisa?, parecen tan fríos los árboles con sus hojas inmóviles, ¿adonde se han ido las alas que se abatían sobre las cabezas?. De pronto la angustia se apodero nuevamente de su ser, la pesadilla del recuerdo le alcanzó y le mordió con fuerza, como olvidar lo de hace dos semanas atrás. Cerró los ojos y se vio otra vez de pie en aquella playa. Sus pies descalzos sobre la arena extrañando el calor, sus dedos se enterraron en aquella fría arena gris, el cielo terriblemente azul carente de nubes y gaviotas, y ¡el mar!, ¡Ohhh el mar!..., como olvidar el mar contenido en una inmovilidad tan insana y del todo delirante, todo el cuadro hasta donde alcanzaba la vista parecía ser una escena de utilería. El frío y brillante fondo de un teatro con un único espectador. Desde aquel día decidió no volver a salir del hotel. Todas sus actividades quedaron restringidas a los limites interiores del edificio, recorría en silencio todos los pisos esperando escuchar en algún momento algún sonido ajeno a su propia respiración, prestaba atento el oído esperando encontrar el eco perdido de los pasos sobre el piso alfombrado, exploraba lentamente cada rincón esperando que así el día se llevara las horas y así pasaron los días , muchos días en silencio, siempre alerta, tan alerta que olvido hasta el sonido de su propia voz.

Pero el tiempo en extraña jugada parecía dilatarse y contraerse bajo una voluntad cruel. En ocasiones lo que en un principio podían parecer horas enteras no eran mas que unos cuantos minutos y viceversa, - el tiempo es una pesada carga cuando se tiene de sobra y no se sabe que hacer con el, desgraciado regalo cuando no se tiene con quien compartirlo – pensó.

Al cabo de un año sus incursiones a la planta baja del hotel habían disminuido a no mas de una o dos veces por mes, nada mas que para asaltar la cocina y subir los alimentos hasta su habitación, un sin fin de latas y botellas se apilaban en los armarios convertidos desde hace mucho en despensa. Los espacios abiertos comenzaron a resultarle en extremo agobiantes, sentía palpitaciones y mareos cada vez que se aventuraba en cualquier espacio cuyas dimensiones superaran a las de su cuarto, su cuarto, desde hace tanto su mundo, su fuerte y su frontera a media luz. No soportaba luz más brillante que la de una pequeña lamparita de mesa, durante el día las cortinas de su cuarto permanecían estrictamente cerradas, el brillante sol de cada día inquietantemente limpio se clavaba en sus ojos como agujas afiladas amenazando con partirle la cabeza. Así en la penumbra de su cuarto iluminado apenas por un sol artificial de 60 watt releía las obras completas del viejo Hemingway, cientos de paginas que ya sabía de memoria, las leía una y otra vez solo para no olvidar las palabras, para recordar como es el toque suave de la brisa en primavera y escuchar el romper de las olas sobre algún lejano e invisible roquerio, sentir otra vez el ardiente toque del sol sobre la cabeza y darse fuerzas cada noche antes de cerrar los ojos y enfrentar el miedo del olvido y la angustiante incógnita que encierra el siguiente despertar.



(*) Mi agüita amarilla,- Los toreros muertos

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