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Un solo día de tu vida











El comedor esta lleno otra vez. No importa la hora en que traspase la puerta, siempre esta lleno. Las filas de personas frente a los hornos microondas parecen alargarse sostenidamente hora tras hora. Me siento a esperar. No quiero estar de píe como el resto. Una chica de pelos rojos me mira como si yo fuera nuevo en el lugar, de algún modo tal vez lo soy, no reconozco a nadie. Meto la mano bajo mi suéter y busco mi reproductor de mp3, subo el volumen, no quiero escuchar el maldito murmullo de voces que recorren el lugar, no quiero hablar con nadie. Desde mi lugar observo como el desfile de rostros desconocidos van metiendo sus almuerzos en los brillantes microondas, me dan risa los pequeños recipientes plásticos de margarina que contienen los alimentos, me rió por que son iguales a los míos. Al fin mi turno, tres minutos con veinte segundos titilan en verdes números sobre la diminuta pantalla de cuarzo. ¡Click!, sobre el botón rojo y comienzan a girar los tallarines en el interior, mientras la destemplada voz de Axel canta en mis oídos.

“Whe i look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin` when I hold you
Don’t` you know I feel the same”

Tarareó la misma canción observando las evoluciones de mi comida, ¡ping!, la campanita del microondas, abro la puerta y meto la mano, ¡esta mierda esta fría!, perdí tres minutos con veinte segundos de mi vida frente al horno. Observo sobre mi hombro, la fila es larga, saco mi comida fría y me siento en cualquier parte, mastico un poco y siento asco, estoy cansado de masticar tallarines en un recipiente de plástico, me saben demasiado a pobreza, tal vez un pedazo de carne y me sabrían a clase media.

Subo el volumen de mi mp3

“Cause nothin` last forever And we both know hearts can chance”

Canto en voz alta, los tipos de la fila me miran y se ríen, pero mi sonrisa es mas ancha mientras los veo meter su comida al horno de microondas defectuoso, no se por que les aviso que el maldito horno esta averiado, ni siquiera me miran y siguen como si nada, ¡malditos hueones váyanse a la mierda!, no se para que me molesto en gastar saliva. Uno de ellos un tipo verdaderamente feo, abre el horno y mete su comida, me mira y se ríe ufano, presiona dos botones que yo no tengo idea para que sirven y cinco minutos treinta y dos segundos después del ¡ping! Del microondas. Se sientan y los miro masticar su comida humeante, me siento como un imbécil, pero ya tengo en mi mente la cara del tipo feo.

Salgo a la calle y me fumo el bajativo, dos cigarrillos, detesto la palabra costumbre, pero la disfrazo de hábito, me gusta mas ese sonido entre mis labios. Un trío de maricones que trabaja en la planta alta se ríe descaradamente y les hacen guiños a los obreros de la construcción vecina. Quisiera aplastarles la nariz. Me alejo del lugar caminando por la acera, terminando mi cigarrillo, me dan ganas de vomitar los dos bocados de tallarines que tengo en el estomago. Aunque todavía tengo hambre.

En la esquina hay un kiosco de revistas, una vieja gorda vende sándwiches de pollo y mayonesa. En la mitad del trayecto me cruzo con la mano huesuda de la vieja mendiga de todos los días, me mira y retira la mano, me conoce y sabe que nunca le he dado nada, al menos parece inteligente y lucida. Por primera vez la miro con detención y descubro que es más que el pobre espectro de un ser humano. Tal vez esta allí desde siempre, cada día vestida de negro, sentada sobre una pequeña banqueta como las de los lustrabotas, enfundada en un desgastado chal tejido a mano también negro. Lo único blanco en ella son sus canas, su piel tiene un desalentador tinte amarillento, no me da lastima, solo curiosidad.

Le doy las monedas a la gorda de los sándwiches, y me devuelvo con dos panes llenos de pollo y mayonesa. Me detengo frente a la vieja amarillenta y me siento a su lado sobre la calle. La vieja no me mira pese a que estoy muy cerca de ella, le quito el plástico a los sándwiches y pongo uno de ellos en la mano huesuda y vacía que sostiene en el aire esperando las monedas. La vieja me mira y me pregunta que quiero, un solo día de tu vida-le respondo-, no importa cual ni de que tiempo. Le da un mordisco al sándwich y levanta la cabeza como si sus recuerdos estuvieran en algún secreto archivo celeste, lejano e indescifrable para el resto, cierra los ojos y comienza.

Aquel verano yo tenía no mas de doce años. Mi familia solía pasar los veranos en la playa. Cartagena por esos años era el lugar de reunión de la clase alta, sus paseos costeros eran la copia viva de los paseos de Mónaco, en verdad un bello lugar. Recuerdo a mi madre y a mis tías con sus largos trajes y sus sombrillas francesas, yo también tenía la mía sabe, claro que más pequeña, pero también era francesa, todo era importado, mi sombrilla tenía unos dibujos de carruajes tirados por negros caballos al galope. Teníamos una casa de tres pisos frente al mar, recuerdo cuando nos pasábamos la tarde en la terraza observando los botes desde lo alto y sintiendo el sol en la cara, el aire salado, ¡que rico aroma!, que lastima que los olores no se puedan recordar, curioso como la mayoría de las cosas se pueden guardar en recuerdos pero menos los olores, sino mas bien son los olores o aromas los que evocan los recuerdos, parece que en ellos se encierran los días, ¿no le pasa a usted lo mismo?, -yo mastico mi último trocito de sándwich y no contesto-, bueno seguro que sí-continúa la vieja- hacíamos grandes almuerzos y fiestas donde venían todos las familias mas importantes de Santiago y que iban de vacaciones en Cartagena. Hasta el Alcalde se paseaba por mi sala. Los bailes en el salón se prolongaban hasta tarde, claro que yo no podía estar allí, pero me las arreglaba para espiar desde las escaleras del segundo piso. A veces me escabullía hasta la cocina, Manuela, una de las tantas empleadas de la casa ya que teníamos seis, me daba emparedados de atún y mayonesa, yo solía bailar en la cocina al compás de la música mientras comía mi emparedado, que lindos vals aquellos. Imaginaba que yo era grande y estaba en los brazos de un apuesto joven, como era Ernesto el novio de mi hermana mayor. Era lindo Ernesto y muy rico, de una de las mejores familias de Santiago, Su familia controlaba la industria de la harina. Mi padre estaba muy feliz de que mi hermana se casara con Ernesto.

Aquella noche ya muy tarde, cuando las visitas se habían marchado yo estaba en mi cama, estaba apunto de dormir y en mi cabeza aún seguían sonando aquellos hermosos vals que yo ensayaba en la cocina. La puerta de mi cuarto se abrió despacio, me incorpore asustada, pero me alivio reconocer la cara de Ernesto, se acerco hasta mi cama y se sentó en ella, yo me quede muda, acerco su cara a la mía él olía a aguardiente, puso su mano en mi cadera por sobre la ropa de cama, yo le pregunte por mi hermana pero él me tapo la boca, intente llamar a mi madre, pero Ernesto con su otra mano me indico que callara, de un tirón retiro la ropa de cama y…

De pronto la vieja guardo silencio, parecía perdida en algún lugar lejano, ¿esta bien?-le pregunte- si –me responde tras un par de segundos-, lo que pasa es que no me gusta el pollo con mayonesa- agrega sin mirarme- luego extiende la mano frente a ella y se queda en silencio, ¿y que diablos paso con Ernesto?-le pregunto-. La vieja solo se quedo en silencio con la mano enfrente esperando monedas. Tal vez si le pusiera una moneda en la mano se atreviera a continuar con su relato, imaginario o no, pero no quise hacerlo, me reí cruelmente imaginándome a la vieja como si fuera un viejo wurlitzer, a la que le metes una moneda por la oreja y toca la melodía que se le antoje, sin poder uno elegir que escuchar, tal vez un vals, que importaba.

Me levante y me fui directo a la oficina, la historia de la vieja me había completado la tarde, pero no se me quitaban las ganas de matar a alguien. Termina otro día de mierda y al salir a la calle no se por que me quedo en la puerta del edificio, tal vez lo se pero quiero pensar que no. Aprieto el botón de encendido de mi reproductor mp3, pero la batería esta muerta, ¡mierda!. Me acero al kiosco de la esquina, la vieja ya no esta, compro una batería y la cargo en mi reproductor. El feo infeliz del comedor mete su mano entre yo y la ventanita del kiosco para pedir cigarrillos, pasa su brazo sobre mi hombro y me roza, no me gusta, hijo de puta espérate que me vaya-murmuro-, me doy vuelta y lo miro, el feo me mira y se alza de hombros como diciendo – ¿Qué chucha quieres hueon? Un tipo desde la mitad de la calle le grita, “Ernesto apúrate con los cigarrillos”, el feo ahora Ernesto, se da vuelta y riéndose le grita un par de garabatos a su amigo, uno de los maricones del trío de la tarde. Ernesto seguro también es maricón. Me acuerdo de la vieja de la tarde, no se por que me da rabia, enciendo un cigarrillo y sigo a Ernesto y su acompañante a un par de metros de distancia, ya esta oscuro y apenas son las siete de la tarde. Enciendo el reproductor de mp3, play

“But i got the time and i got muscle
I got the need to lay it all on the line
I aint afraid of your smoke screen hustle
It’s a perfect crime”

Tarareo el riff de guitarras una y otra vez. Ernesto se separa de su amigo y sigue por la calle seis, los sigo acercándome un poco más tras cada paso que doy. Creo que Ernesto se dirige a la calle veintidós. Una calle más allá esta la carretera de los perros, un terreno baldío, perfecto-pienso-, mis pulsaciones aumentan y me arden las manos, las aprieto dentro de mis bolsillos, me acerco un par de metros mas, casi le piso los talones a Ernesto que apura sus pasos sin mirar hacia atrás, se que me escucha pero no logra advertir quien soy, es un gallina este Ernesto. La calle esta deliciosamente vacía, como si de pronto hubiéramos entrado a un agujero negro. Las manos me arden dentro de los bolsillos, casi le doy alcance, la música sigue en mis oídos

“Keep the demons down
And drag the skeletons out
I got a blind man following me in chains
I said he’s fun to watch”

Ernesto se echa a correr, pero ya es tarde, yo soy más rápido. ¡Ernesto! le grito, el tipo se detiene y se da la vuelta. Saco mi navaja y le clavo toda la hoja en el costado, lo giro y lo agarro desde atrás, cruzando mí brazo por su cuello, lo tira hacia atrás, le tapo la boca por si acaso pero no hace falta, la herida es certera y en ese sitio, justo en la zona de las costillas impide que pueda gritar. Ernesto esta sin aliento, ya lo sabía yo muy bien a raíz de la experiencia. Mis pulsaciones aumentan, sonrío nerviosamente. Arrastro a Ernesto hasta el basural a media calle. Guardo mi navaja, y recojo un gran pedazo de cemento que ahí entre los escombros, Adiós Ernesto –le digo- el eco de un golpe seco se propaga unos segundos, aunque solo puedo suponerlo, mis oídos están llenos de música.

Camino a casa ya pasa de media noche. No se cuanto rato llevo caminando, no importa. Ya estoy frente a mi puerta Meto la llave en la cerradura y en mis oídos esta vez vuelve a sonar.

“Whe i look into your eyes
I can see a love restrained
But darlin` when I hold you
Don’t` you know I feel the same”

Curiosa coincidencia, siempre es igual, al llegar a mi puerta la misma canción, sonrío tontamente. Ayer fue lo mismo, la misma canción. Al igual que ayer dejo las llaves sobre la mesa de centro y me voy directo a la cocina, no enciendo la luz, solo corro la cortina. Saco la botella de vodka de la heladera y me sirvo un trago.Termina la canción y retrocedo la pista, comienza otra vez y lleno nuevamente mi vaso, igual que ayer, igual que no se cuantas noches. No me gusta la palabra costumbre, prefiero reemplazarla por hábito, suena mejor entre mis labios. De nuevo la canción, de nuevo otro vodka, la escucho al menos siete veces antes de irme a dormir.

Ya es mediodía, tengo hambre pero no quiero ir al comedor, no quiero ver como las filas de idiotas siguen metiendo recipientes plásticos de margarina a los brillantes microondas y menos deseo masticar otra vez los miserables tallarines. Me echo a la calle y me fumo los cigarrillos de rigor. Me voy a la esquina, tal vez pollo con mayonesa, por que no. La vieja de piel amarillenta me mira, su mano huesuda y vacía sostenida frente a ella. Me señala el suelo invitándome a sentarme junto a ella. No se por que le hago caso, hurga bajo el chal y me pasa un paquetito, lo desarmo y descubro un blanco sándwich de atún con mayonesa. La vieja me mira y se ríe ¿que quieres?-le pregunto-, un solo día de tu vida-me responde-, no importa cual ni de que tiempo. Mastico mi sándwich y bajo la vista como si la respuesta estuviera allí y comienzo.

Ayer el comedor estaba lleno otra vez. No importa la hora en que traspase la puerta, siempre esta lleno. Las filas de personas frente a los hornos microondas parecían alargarse sostenidamente hora tras hora.

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