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Alguien


El muchacho abrió el ojo izquierdo, mirando por la ventanilla opacada por vapores de una noche incomoda. El cuerpo entumecido más que por el frío por la forzada postura que obligaba aquel espacio reducido. Todavía algo dormido dio rienda suelta a su ojo derecho para así capturar el cuadro por completo, se estiró cuan largo sobre la butaca abriendo y cerrando las manos repetidamente en un acto reflejo que invitaba a que la sangre fluyera nuevamente, y descubriendo el reloj bajo la manga gris, observó como los diminutos signos del tiempo, prisioneros bajo la cúpula de cristal atado a la muñeca dictaban las 09:05. Despejó una pequeña área en círculo sobre la ventanilla y descubrió que el paisaje entero era horizonte. El mar y el cielo en perfecta comunión, separados solamente por una leve diferencia en su tono gris, ¿era posible?, un mar gris revuelto en silencio, ¿acaso el cielo reflejaba las olas o el cielo se vestía del misterio profundo de las olas aceitosas?. Un leve salto del vehiculo le sacó de aquella abstracción. El sueño terminaba de espantarse cuando el conductor anunciaba que la ciudad estaba por aparecer dentro de los próximos 15 minutos. Se cambio a la butaca vacía de la derecha y dio un rápido vistazo al pasillo, solo dos cabezas asomaban desde el fondo, espiando nerviosamente a su vez la carretera vacía.

Una gélido mordida en pleno rostro, ¡si, eso es justamente, una mordida!, primero en su rostro y luego en todo el cuerpo, así se podría describir lo que sintió al bajar del autobús. Un lustroso empedrado empapado por el rocío de cien mañanas saludó su pie pionero, se sentía “un pionero”, pese a que la ciudad parecía tener mas de cien años. Se colgó la mochila a la espalda y revisó la avenida en ambas direcciones, ciertamente deba lo mismo que sentido tomar, cualquier dirección le llevaría al mismo desconocido lugar, lo interesante era la eterna promesa que aguarda tras cualquier esquina, encontrarse de frente con quien sabe que cosa.

La avenida salvada del despoblado solo por un viejo Buick Century del 58 con las ventanillas empañadas le sirvió de guía. A la derecha entonces - se dijó - desde la izquierda he venido e ir por allí seria regresar, ¡eso jamás!. Mientras se internaba por la avenida el rugir del motor tras la espalda anunciaba la partida del autobús, al echar la vista atrás se percató de que solo él había bajado y curiosamente comenzaba a girar para retornar por donde había venido, se quedó estatico observando como poco a poco se alejaba, notando que desde las ventanillas los últimos dos pasajeros le miraban con los ojos perdidos y sin brillo.

Poco a poco las casonas se fueron dejando ver, altas construcciones sin el mayor atisbo de pintura, haciendo gala del tono sombrío y bellamente aterciopelado de sus maderas añosas, como si una vez los troncos vueltos tablones hayan seguido vivos en los muros ignorantes de la ausencia de raíces. Todas las casonas parecían dormidas pese a la hora ¿ya las 09:05?, los postigos cerrados y polvorientos daban cuenta de la ausencia de movimiento, incluso el viento que acostumbra en las costas era un ausente, ni siquiera un trino de gaviota jugueteaba en el oído. Tras unas cuantas cuadras por fin llegó a la esquina por donde se perdió el cacharro que recorría la avenida. La ausencia de habitantes en las calles seguramente se debía al frío intenso, calculó que debería haber unos 5° bajo cero cuando menos, apenas sentía sus labios y su rostro se estiraba como un cuero mojado.

Al doblar la esquina la luz débil y amarillenta tras la ventana de un café, le pareció tan hermosa como un faro en medio del vendaval. Dirigió sus pasos hasta la puerta, sin vacilaciones, ansioso de encontrar algún rostro amable que gustara compartir cualquier palabra. Al internarse por aquella calle le resulto curioso que salvo el café ninguna otra edificación distaba de ser una copia casi exacta de las casonas de la avenida, como si un caprichoso arquitecto carente de imaginación en extremo se hubiera conformado con repetir una y otra vez su única y exquisita obra. Atravesó la puerta y fue adentrándose en un amplio salón penosamente iluminado por un pulido farol de aceite que parecía nuevo, extraño -pensó- seguro hace mas de veinte años que ya nadie los usaba. Un hilillo de hollín manchaba graciosamente la cubierta de vidrio que amplificaba débilmente aquel brillo. El salón vacío curiosamente estaba aun mas frío que afuera, una amplia chimenea de piedra empotrada en el muro guardaba un brillante montículo de cenizas.

Se quitó la mochila y examinó el entorno en detalle. Una serie de gruesas mesas de oscura madera cubiertas de un polvo delgado y brillante llenaban el salón, en un extremo se apilaban amplias sillas del mismo material. Tras la barra una amplia puerta de hierro dibujaba una serie de formas indefinibles dada la escasa luz. Llamó en voz alta y no hubo respuesta alguna, ni siquiera el eco que debería venir asomó en el salón, sus pasos parecían consumidos por el silencio, aquel mutismo caía inquietante y pesado sobre la espalda. Caminó hacia las apiladas sillas y con cuidado liberó la que parecía mas sólida, decidió entonces sentarse un momento y esperar, buscó los cigarrillos en los bolsillos de su chaqueta. En vano palmó cada uno de los bolsillos sin lograr encontrarlos, observó entonces la gran puerta de hierro del fondo y noto con extraño deleite como las sombras se proyectaban de las figuras en relieve, pareciendo danzar lentamente, reparó entonces que la débil llama del farol bailaba centelleando animada por una ráfaga imperceptible. El frío pareció calar mas hondo en sus huesos, se levantó rápidamente y se dirigió con paso resuelto hacia la barra, acercó su rostro al farol y de súbito la pequeña flama detuvo su cabriolar. Un escalofrío recorrió su espina, tomó entonces el farol entre sus manos y se enfrentó a la puerta de hierro, acercó la luz al centro de esta y con asombro descubrió que sus proporciones eran exageradas en grado sumo, tras aquel portal ciclópeo podrían haber atravesado pretéritos titanes olvidados. Sobre su faz once figuras de rostros y cuerpos terribles se mezclaban en una danza inconcebible, sus dedos yacían crispados y las bocas brotando del hierro oscuro parecían ahogar antiguos lamentos, escrutó cada una de aquellas figuras con detenimiento, la exquisitez en el detalle, en cada una de las formas señalaba que el desconocido artesano era dueño de un virtuosismo único y excelso. Avanzó lentamente su diestra hacia una de las figuras y la retiró espantado al observar que aquel rostro pareció haberse movido, acercó la luz sobre aquella figura y la observó largamente sin pestañear, el corazón latía con fuerza, ¡es imposible, solo juego de la sombras! - se dijó tranquilizándose -, el sonido de unos pasos en sorda carrera desde la calle le hicieron girar violentamente la cabeza, alcanzando a ver solo el último jirón de una sombra atravesando ante el sucio ventanal, dejó el farol sobre una mesa y se lanzó a la calle.. Tras la puerta buscó en ambas direcciones, la calle continuaba vacía y sin el menor atisbo de vida. Corrió atravesando varias calles, escrutando ambos costados en cada una de las esquinas y nada salvo él parecía recorrer el mojado y brillante empedrado, en cada acera las casonas grises se repetían en idéntico escenario una tras otra, en silente y asfixiante armonía con un cielo revuelto y sin brillo.

¡Hay alguien aquí……..! – Se escucha lejano - ¡Hay alguien aquí……! atento el oído y tras la pausa contesta con voz en cuello ¡Aquí.!, ¡Aquí……….!, y luego la espera, aquel eterno vació entre segundos en que el aliento se congela, cerrar los ojos y entregarse a la cadencia que cabalga desde el pecho hacia la garganta, y permanecer sin respuestas.
Un lejano y débil …¡Hay alguien aquí…!, rasga el silencio nuevamente desde lejos, la respiración se agita mientras da vueltas observando en todas direcciones, …..¡Hay alguien aquí…!, nuevamente entre las sombras, casi imperceptible desde la izquierda, nuevamente emprender la desesperada carrera, sin parar, y a cada paso que da sobre aquella calle empedrada pareciera extenderse infinitamente haciendo del avance una mera ilusión. Confundido y jadeante se detiene en una esquina,…¡la misma esquina! ,…¡siempre en la misma esquina! El frío es cada vez mas intenso y los pies le duelen como si cientos de pequeñas agujas se clavaran una y otra vez en la carne, la fatiga ha comenzado a mellar su animo, y piensa que es mejor volver al café, ¿pero por donde?, cada calle es idéntica a la anterior como si el mismo trozo de ciudad se repitiera una y otra vez en cada esquina. El dolor en los pies es cada vez intenso y el cuerpo le duele entero, no sabe cuanto tiempo a tardado en aquella búsqueda estéril. Retira la manga buscando su reloj, los diminutos signos del tiempo atrapados bajo la cúpula de cristal atado a la muñeca dictan las 09:05, ¡Imposible! – Pensó –, llevó su muñeca al oído y un sonoro tic-tac taladro el tímpano, vigiló atentamente las evoluciones del segundero, sumando minuto tras minuto hasta que dieron las 09:20.

El dolor en los pies es cada vez mas agudo, sentado en la acera apoyado contra la madera tosca de una casona retira lentamente sus botas, ante sus ojos se devela entonces la carne hecha jirones, el asombro y el asco vertieron toda su fuerza en un grito ,…. ¡Hay alguien aquí……!, - silencio -, una a una las ventanas de cada casona comienzan a encenderse, una risita aguda y burlona se hace presente tras cada puerta, la misma puerta de aquel vació café. En cada una de las casonas una idéntica puerta de hierro se bate con fuerza reflejando un extraño fulgor, las figuras en su centro se funden en rabiosas evoluciones batiendo sus labios sin voz.
Se levantó como pudo y avanzó a tientas golpeando furibundo cada una de los muros, tras cada golpe la luz en la ventana menguaba y la risa se ahogaba, golpe a golpe las sombras y el silencio se fueron cerrando tras de si, golpe a golpe las manos se fueron rajando tiñendo en rojo la madera que parecía vibrar entera….¡Hay alguien aquí…! y un nuevo golpe sobre la madera.

Tras la caminata por el empedrado regado por el rocío de cien mañanas, la luz débil y amarillenta tras la ventana de aquel café, le pareció tan hermosa como un faro en medio del vendaval. La muchacha dirigió sus pasos a la puerta del café sin vacilaciones, ansiosa de algún rostro amable que gustara compartir cualquier palabra, no tardó en encontrar el ciclópeo portal de hierro donde danzan furibundas aquellas doce terribles y exquisitas figuras. El aire frío cala profundo cuando los diminutos signos del tiempo, prisioneros bajo la cúpula de cristal atado a la muñeca dictaban las 09:05.

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