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La Calle








Sus pasos apenas suenan sobre el empedrado de aquella calle dormida. La habitan solo las frías luces que lamen los altos muros, guardianes celosos y polvorientos de historias que a nadie le importan.

Observa sus pies calzados, el dolor en los dedos ha terminado por convertirse en el habitual compañero que repite incesante una monótona suplica de pausa tras cada paso. Hace frío y el rincón de siempre se ofrece peligrosamente húmedo, impregnado de orines y papeles arrugados, es mejor caminar entonces, mantenerse en constante movimiento aunque el calor tarde en llegar, primero los pies y luego el pecho, una y otra vuelta, siempre hasta la esquina y luego devuelta contando siempre los pasos en voz baja, susurrando, casi imperceptible, tratando de evitar despertar lo que habita oculto en las sombras del muro. Uno, dos, tres….cien, doscientos, trescientos…. Un paso tras otro, noche tras noche repitiendo el mismo viaje, aquel breve trayecto entre la razón y la locura, frontera infranqueable que se impone invisible nunca mas allá de los faroles, jamás mas allá de los faroles de la esquina, donde la luz no se atreve a curiosear.

A lo lejos un perro contesta los ocultos mensajes de sus pares que habitan mas allá de los faroles. Los perros nunca llegan hasta su calle, solo ladran desde lejos. Hace tiempo uno de ellos, tal vez perdido llegó hasta la esquina, Uno, dos, seis, cuarenta pasos y de pronto un perro al final del trayecto, entonces la pausa y extender la mano en amigable gesto y esperar…. Un largo aullido fue la respuesta y antesala de una despavorida huida hasta mas allá de los faroles, que extraños animales son los perros –piensa-, al volver sobre sus pasos.

En ocasiones y muy a lo lejos algunas voces llegan desde el fondo, desde mas allá de los faroles de la esquina, se queda inmóvil y atento prestando entero el oído, pero imposible es entender las palabras que no conoce, si al menos alguien llegara hasta su calle entonces podrían caminar juntos y contar los pasos en voz alta, disfrutar la sorpresa de un rostro ajeno después de haber olvidado el propio, excluido de si mismo el viaje es mas ligero - piensa – y se echa a andar.

El frío no se aparta, no se olvida, pese a todo continua la marcha contando despacio sus pasos,… setecientos, ochocientos, novecientos…., cruzando una y otra vez bajo las luces que no dibujan ni siquiera su sombra.
El viento sopla con fuerza azotando una ventana, igual que todas las noches, mientras las horas caen lentamente en este constante deja-vu. De pronto se estremece al darse cuenta de que no recuerda los eventos del día, es como si fuera siempre de noche, una larga y fría noche en que solo sus pasos castigan el pavimento.

De tanto en tanto y tras la enésima vuelta las sombras se revuelven haciéndole temblar, es entonces cuando puede descansar un momento bajo alguno de los faroles, aunque la luz no le toque, y en silencio trate una vez mas de recordar. Cierra entonces los ojos y la única imagen posible en su cabeza es la de los faroles, los adoquines de la calle, y los ladridos a lo lejos. Aprieta las manos con fuerza y entonces quisiera llorar.

Es muy bueno.
Puedo ver la calle oscura y escuchar sus pasos. Y sentir lo perdido que se encuentra.

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