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De Ocho a Seis



Dio un fuerte puñetazo sobre el teclado y sus ojos se quedaron fijos sobre la pantalla.

¡Que se cree este imbécil!, hacerme esto a mí… a mí

Como cada día Claudia abrió la puerta de su oficina vacía y fría. Desde la ventana apenas se colaban unos pocos rayos de luz sobre el escritorio. Aquella mañana mientras viajaba en el autobús observo como una joven pareja se besaba con cariño. Los miró fijamente deteniéndose en cada pequeño detalle de sus rostros, de sus bocas unidas bellamente y las manos de él acariciando el rizado cabello de la chica. Bajó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas, apretó los puños y sintió como la profunda envidia le quemaba el pecho. Secó las lágrimas de sus ojos y descendió del autobús una cuadra antes de llegar a su paradero habitual. Entro a la panadería de la esquina y pidió una docena más de los pastelillos de siempre. El panadero sonrió mientras iba metiendo los pastelillos en la bolsa de papel. ¡De que se ríe este hijo de puta!, seguro su mujer es una modelo, una flaca histérica que no se come dos aceitunas para no engordar –pensó mientras observaba el reflejo de su gruesa figura en la vitrina de las tortas- Hasta pronto señora –dijo el panadero sosteniendo la sonrisa- ándate a la mierda –murmuro Claudia.

Mientras encendía la computadora sobre su escritorio, la imagen de aquella pareja besándose seguía mortificándola, le dolía aquella felicidad ajena, no podía concebir que la felicidad se paseara ante sus ojos sin atreverse a llegar hasta su puerta. Desde hace tiempo el mundo había perdido los colores para Claudia. Un temprano matrimonio y el advenimiento anticipado de sus hijos le habían robado los mejores años de su vida, nadie podría decir que fue una mala madre, por el contrario fue una excelente madre, pero una vez que sus hijos se tornaron en adultos, la soledad le fue carcomiendo el alma. Los años y la rutina habían terminado por minar completamente la intensa pasión con la se había iniciado su matrimonio. Ya casino recordaba la última vez en que su marido la había acariciado y besado con tal ternura, la imagen de los jóvenes del autobús le volvió a azotar el rostro. Cerró los ojos intentando rescatar las imágenes de sus momentos tiernos, de las románticas noches encendidas, llenas de poesía en el lecho, donde su marido la besaba tan tiernamente haciéndola sentir como una mariposa en primavera, mas lo único que pudo ver fue la pobre expresión de un tipo barbón que le apretaba las tetas, mientras la penetraba con un tedio mecánico, sin vida, como quien cumple una tarea no del todo agradable. El mundo es una basura –se dijo mientras se metía un pastelillo a la boca- luego vendría otro y otro, hasta terminar la docena.

El mundo es una basura –repitió mientras sus dedos se deslizaban sobre el teclado – gracias a dios existe Internet –agrego risueña. En Internet Claudia había encontrado el escape perfecto, allí había creado su mundo ideal lleno de poesía y amores apasionados, llenos de aquellas caricias que tanto anhelaba, aquel lugar donde podía ser otra una persona distinta y olvidarse por unas horas cuando menos de su pobre y solitaria existencia. Desde hace meses que venía intercambiando mails con un hombre. Antonio su dulce poeta, en su poesía había encontrado las caricias soñadas, la pasíón desenfrenada que le iluminaba los días de ocho a seis, ¿Cómo sería Antonio?- fue la pregunta que le rondó por meses hasta que por fin junto valor y le pidió una cita, "te invito un café" –le había dicho en uno de sus mails-, pasaron unos días sin respuesta e insistió con otro mensaje, "me encantaría conocerte para hablar de poesía, prometo no hacerte nada que vos no quieras, un beso, Valentina". Sintió un poco de vergüenza tras haber firmado con el nombre de su hija mayor, lo utilizo por que su hija ya veinteañera era su vivo retrato a esa edad. Valentina – a fin de cuentas lindo nombre para un nick -se dijo

Recordó aquella tarde en el café de la plaza, recordó como sus manos traqueteaban nerviosamente sobre la mesa mientras aguardaba a su Antonio. Antes de la cita habían intercambiado fotografías él era un hombre apuesto de mediana edad unos cuarenta, se veía lindo, muy formal, con una mirada penetrante. Él le había dicho en uno de sus mails que la encontraba hermosa, claro que ella le había enviado solo una fotografía de su rostro y de hace algunos años atrás, bueno que importaba, total el alma no tiene por que ser 90-60-90, -se dijo tranquilizándose- un hombre tan sensible como Antonio no se fijaría en aquel pobre detalle de la apariencia física, él estaba por sobre esas frivolidades, toda su obra se lo gritaba frenéticamente, todos sus versos que alababan la simpleza de las cosas, la belleza de los detalles y la pureza del ser. Claudia observo su reloj por enésima vez tres para las siete, la puerta se abre y los ojos de claudia se iluminan, allí esta Antonio que gira la cabeza escrutando las mesas del café sin todavía reparar en ella. Claudia se pone de pie y alza su mano señalándole que hay estaba, esperándolo y poco a poco su ancha sonrisa de cumpleaños se va convirtiendo en una pobre mueca destinada a desaparecer, sepultada bajo la decepción, mientras ve la decepción en los ojos de Antonio. Una risita nerviosa y se dio media vuelta desapareciendo por la puerta de entrada. Aquel recuerdo hizo vibrar su mentón y ya no pudo contener las lágrimas. Los ojos de Antonio parecieron arder en su memoria y la rabia le mordió fuerte mientras masticaba con los ojos fijos en la pantalla un nuevo pastelillo. De eso ya una semana !maldito Antonio! a la mierda con él –se dijo- mientras comenzaba a redactar el primer insulto del día, que se creía el muy hijo de puta , hacerle eso a ella, pero no sabía con quien se estaba metiendo, sabia perfectamente donde trabajaba y ya varias veces lo vio entrar y salir del edificio en el centro, conocía sus horarios, pero ya habría tiempo para enfrentarlo, primero lo volvería loco con insultos, con llamadas a su casa a las 3 de la mañana, eso jamás falla, era cuestión de tiempo para que su esposa comenzara a sospechar, después de todo ella también era mujer y sabia perfectamente que teclas apretar ya vas a ver hijo de puta –se dijo mientras imaginaba el rostro cansado de Antonio agotado por las discusiones con su mujer, ja,ja,ja, - aquella imagen le dibujo la primera sonrisa verdadera del día, tal vez la única, que importa si era amarga.

“sent message” titilaba en amarillo sobre el monitor, ya esta –respiró profundo sintiéndose satisfecha

Las risas fuera de su ventana le hicieron girar la cabeza, una pareja de estudiantes jugaban a hacerse cosquillas, él le abrazo fuerte como un oso atrapando sus brazos bajo los suyos y mientras ella aun sonreía le beso despacio y tiernamente. Claudia apretó los dientes y dejo deslizar nuevamente sus dedos sobre el teclado “Querido Antonio”… todavía recuerdo tus ojos en aquel Café…-leyó en voz alta mientras comenzaba digitar el segundo insulto del día, apenas las ocho y cuarenta y cinco, según el reloj sobre el escritorio, quedaba un largo día hasta las seis, fijó los ojos en la pantalla y sonrió nuevamente al escuchar el lento girar de las mancillas del reloj.

Es triste que un bocado de comida (generalmente engullido con ansia) sea el único motivo de disfrute, de satisfacción.
La gente que odia todo por norma, sin excepción, incluso a sí misma, es peligrosa.

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