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Noctum





La bruma se extiende por la ciudad, se levanta de las adoquinadas calles bañadas por la lluvia de este invierno que no se atreve a abandonarme. El golpecito de las gotas suena en mi ventana como pequeños proyectiles lanzados por la mano invisible de algún niño travieso, mientras afuera se descuelgan los rayos castigando el aire en certeros latigazos de energía natural. Los ecos de la contienda entre las nubes hacen vibrar los vidrios sucios de mi ventana y por un instante la involución del barullo natural se permite una pausa, tal vez para atestiguar la primera y profunda exhalación que arrastra mas que aire
Hoy me despierto antes que el sol. Me siento en la cama y me balanceo en el borde de ella, todavía un poco dormido escudriño las gastadas paredes en busca de la memoria, no encuentro nada mas que el decorado que conforman las manchas de humedad y el polvo acumulado por meses tan grises como este que habita abúlico entre las pequeñas hojas de un amarillo calendario.


Enciendo la radio para ayudarme a despertar. Comienzo a vestirme con verdadero sosiego, sin la prisa acostumbrada y frenética de los que resucitaran a las 08:30 hrs., debiendo haberlo hecho a las 08:00. Un nuevo destello ilumina las paredes, me dirijo a la ventana y emerjo a la noche que me envuelve con intangible terciopelo, talvez el viento tibio mientras la lluvia se bate en retirada. El aire esta cargado de un cierto magnetismo, aquella familiar sensación que se tiene al estar al borde de descubrir un recuerdo que siempre termina por escabullirse, respiro profundo como si quisiera arrebatarle la frescura a las nubes que cubren el cielo.
Las azules luces del bar que nunca duerme me guiñan coquetas desde la esquina tratando de hechizarme con sus falaces promesas de instantánea felicidad, sacudo la cabeza disipando el encantamiento y emprendo la huida por la escalera de emergencia hacia la azotea, una vez allí me siento en la cornisa. El viento aún es tibio y suave. Observo la ciudad dormida que lentamente comienza a despertar, pequeñas lucecitas en las ventanas anuncian que tal vez mas allá de mi mirada alguien también respira la calma y merodea desde las azoteas cual guardián de antiguas torres


La calle casi vacía. Tres vagos duermen acurrucados en la entrada al edificio de enfrente, el mas viejo de ellos abraza su botella como un niño abraza su osito de peluche, se ve tan sereno que hasta parece estar sonriendo atrapado en un sueño donde él es un gran señor. A su lado yace su otro que duerme con la serenidad del que tiene todas las respuestas. Me levanto y camino por el borde de la cornisa hasta la esquina norte del edificio, el viento apura su marcha y se solaza con mi camisa alzándola en vuelo tras mi espalda, levanto la cabeza y extiendo los brazos al cielo como si pudiera alzar el vuelo a razón de mi voluntad al tiempo en que la lluvia comienza a cantar nuevamente sobre los techos.


En el callejón dos prostitutas se refugian bajo la puerta de servicio del restaurante chino donde cene la noche anterior se acurrucan procurando no mojar su último cigarrillo. Un taxi fuera de servicio enciende sus luces amarillas y se pierde por la calle que lleva al parque de mis domingos, un hombre en pijama cruza la calle en dirección a la farmacia bajo la atenta mirada de una mujer de torso desnudo que le observa desde la ventana del segundo piso. Cambio la dirección de mis pasos y sigo despacio por la cornisa circundando mi improvisada torre de vigilancia hasta volver al punto de partida completando el recorrido. La puerta del bar hechicero se habré dejando escapar el humo, las
risas y las notas del piano que en mas de una noche fue cómplice de mis conquistas y derrotas, testigo de alguna que otra lagrima que me tragué revuelta con un sorbo de tinto, y entonces amanece.

Dos mujeres abandonan el bar tomadas de la mano, se detienen en la esquina y observan alrededor, se estrechan en un abraso y se besan suavemente en los labios, la lluvia recorre sus cuerpos haciéndolos brillar con cada destello del cielo en ardiente armonía, desde una ventana se escapa el llanto de un niño, las mujeres emprenden la marcha sin soltarse de la mano.

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