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16-A


Camino distraído por la angosta vereda mientras la calle se ofrece desierta y en agradable silencio. Una hilera de grandes y añosos árboles se sitúa a cada lado de la calle plasmando un hermoso cuadro en movimiento, sus hojas se agitan ante la invisible mano de una brisa tibia que delicadamente se deja sentir en mi pecho, aquel toque furtivo me hace olvidar por un momento la molestia de no dar con la dirección que llevo anotada en este papelito amarillo, apenas un nombre y un solitario numero; 16-A.

Nadie alrededor, parece que este pequeño espacio en medio del gris de la urbe se oculta y se ofrece como un oasís sereno al caminante extasiado por los colores de un viejo sol que débilmente juguetea dibujando mi sombra en el empedrado que poco a poco se va volviendo familiar.

Tras las rejas oxidadas de la casa de la esquina un quiltro me ladra enfurecido, se alza en defensa de un terreno abandonado, lo observo y me compadezco del pobre bicho, sus ojos encierran una tristeza que no admite indiferencia. Lo observo y mientras me ladra las imágenes lentamente me invaden. La casa yace sin vidrios ni puertas y sus muros están llenos de crípticos rayados, tengo la repulsiva sensación de estar ante un muerto al que se le han arrancado los ojos, la boca y los recuerdos, un lugar que no recuerda que ayer fue hogar. Casi puedo ver a los niños de ese ayer jugando en el amplio patio colgados del manzano, igual a como hacíamos de vez en cuando con mi hermana Adriana soñando que éramos exploradores rumbo a la cumbre del Aconcagua, puedo ver a la familia tras la puerta en un apretado y emotivo abrazo de año nuevo, la mesa generosa de la navidad en la que me probé mis primeros patines, por un instante vuelven a brillar los ojos de mi vieja, sus ojos llenos de asombro (y un poco de enfado también) cuando nos vio aparecer en la puerta con un cachorro juguetón en los brazos, apenas un quiltro, un perrillo marrón y pequeño que saltaba y hacía cabriolas cada vez que nos veía volver del colegio, un perro fiel como el que ahora me ladra tras las rejas.

Camino sin prisa disfrutando de la tibieza de la tarde, descubriendo nuevos colores en muros viejos, cruzando la calle hasta la pequeña plazoleta que me ofrece un descanso y agradezco la gracia sentándome bajo un aromo que se mece oloroso, mientras le doy otra mirada a mi papelito amarillento.

¡Esta perdido! Amigo ?...interrumpe un viejo que aparece a apenas unos pasos a mi derecha, -mi sobresalto es evidente al creerme solo-, su voz es fuerte y su rostro milenario, parece un árbol más de aquella plaza. Me acerco y sin hablarle extiendo el papelito amarillo y lo enfrento a sus ojos gastados, se queda perdido unos segundos y luego levanta su frente con los ojos cerrados hurgando en la memoria, revolviendo sus recuerdos. Satisfecho el esfuerzo exclamó ¡ahaaaa!... siiiiiiiiii, tiene que seguir por esa calle una media cuadra allí justo en la esquina ¿ve?, donde esta el perrito que ladra ¿ve?

En el Taxi de regreso al hotel las lágrimas se me escaparon despacio mientras la corredora de propiedades me comunicaba alegremente por teléfono los pormenores de la venta de aquella vieja casona en ruinas.

Creo que antes leí este texto... me acuerdo de la imagenes y del perro y el viejo...
es todo caso..lindo escrito, bien escrito..te doy 5 estrella, biutufull...

adios e insisto que el último trago es muy peligroso.
adios Luis

En un viaje al pasado a todos nos salta una lagrima.

un beso y buenos dias, dia

Petra

No siempre es fácil mirar atrás, empaparse del pasado, y salir victorioso del envite anímico resultante de dicha situación...

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado

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