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Lost


La fresca brisa de la tarde no tardaría en transformarse en temible viento sur. El avance definitivamente errante, el cielo comenzando a cubrirse de estrellas, mientras en lo alto una pálida luna parece divertirse observando los nerviosos movimientos de un punto diminuto en medio de la espesura de aquel oscuro bosque. Una y otra vez corrige el rumbo siguiendo las huellas de su propia memoria, como una nerviosa rata en arbóreo laberinto.

A trechos el paso se cierra en verticales muros vivos cuyo entramado no cede al empeño de sus brazos cansados, y a esas alturas atiborrados de cicatrices, la caricia de aquellas espinas va dibujando con cada sutil arañazo perfectas formas que le dan una apariencia de madera vieja a su carne. Las manos sangran una vez mas al procurarse el avance entre las ramas, ante la férrea resistencia solo queda volver tras los pasos, escrutar la negra tierra, abrir entero los ojos esperando capturar el escaso brillo de una luna que lo observa en silencio. Aquel espectro de luz que se ha fundido y se riega a ultranza sobre los sanguinolentos trazos en su carne, que comienzan a fosforecer de una manera extraña.

El oído atento al rumor del riachuelo, ¡oh, si tan solo pudiera escucharle!, salvo sería y enmendaría la ruta siguiendo su cause hasta tierra segura, mas el único rumor es el silbar del viento entre las espinas, cada paso mas difícil que el anterior, el terreno reblandecido por la lluvia atrapa su pesado calzado al punto de atreverse a detenerle, no queda mas entonces que descalzarse y seguir con el intento de encontrar la salida, la vereda florida y apacible por donde cruzar el campo, sin embargo basto solo un momento de distracción, un errático giro y solo sumirse en aquel páramo donde el sol es forastero, apenas un despistado visitante, solo la luna reina en aquel paraje, luna compañera de tantas noches de besos y versos encendidos, jamás le había parecido mas miserable y traicionera, ni siquiera su figura se dibuja completa entre aquella maraña, mas los plateados hilillos se filtran por doquier iluminando vagamente la tierra olvidada, apenas un recuerdo de su misma esencia.

El andar desesperado y sin cuidado ha vuelto jirones su ropaje, los despojos de la tela en la brisa inician una silenciosa danza, y a cada nuevo paso descalzo los cardos hieren hondo la carne, brota entonces generosa la vida por su cuerpo enrollándose en espirales, en lento deslizar hasta sus piernas, el viento arrecia y enciende en grado sumo el lamento poderoso de los árboles hace siglos dormidos, el temor late a cien revoluciones en lo profundo de su pecho, y a cada nuevo aliento las heridas ensanchan y duelen, por un instante el dolor muerde insoportable y en la tierra oscura, las rodillas se estrellan con seco golpe mientras la ventolera terrible bate los macizos troncos como espigas de trigo, los ojos cerrados y los oídos cubiertos por las manos heridas, el revuelo alza en torbellino en torno al cuerpo levantando la hojarasca podrida y maloliente en circulares evoluciones, el grito descarnado de terror se pierde entre las hojas que silban en vuelo. De pronto el rumor cae abatido por un profundo silencio, el fulgor de la luna cae recto sobre su cabeza, desconcertado ante la pausa vuelve a incorporarse con dificultad, cada hueso de su cuerpo se lamenta como añosa madera, el halo lunar sobre su cuerpo quiebra la espesura en torno a su centro aumentando el radio lentamente, esparciéndose como una gota de aceite, el silencio es sepulcral y el movimiento se ha vuelto imposible, ni un músculo atina a recordar un solo movimiento, las heridas, todas las heridas resplandecen y de ellas la vida mana profusamente, transformándose la sangre en delgados hilos vegetales, sus pierna se han fundido en grueso tronco y el grito ya es imposible en su olvidada boca.

Lo último de su ser desaparece tras la madera, frondoso ha comenzado ha alzarse en medio del negro espesor del bosque oscuro, la luna apacigua su furor y vuelve a filtrarse débilmente entre el ramaje, la brisa vuelve a silbar y un nuevo canto se suma al rumor de la noche, los árboles lóbregos reanudan un canto de centurias, develando los secretos de los tiempos a su un nuevo compañero, que a su tiempo, ha de cantar también en alabanza de un nuevo nacimiento.

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