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Amanda










Francisco volvió al cuarto y se sentó a los pies de la cama, estaba un tanto mareado y todavía acariciaba suavemente las yemas de sus propios dedos. Si cerraba los ojos aun podía sentir el dulce aroma de aquel perfume. La tibieza húmeda en sus manos poco a poco iba dando paso a una sensación incomoda, que transitaba desde la tibia viscosidad hasta la fría y seca acritud.

El alba se colaba como un retazo de frescura entre las gruesas y oscuras cortinas de la habitación, aquella luz daba un toque de mágico fulgor al cuerpo de Amanda. Sobre la cama, su figura recortaba el espacio con líneas suaves y sinuosas, las desordenadas sabanas yacían cual mudo testigo de frenéticas y encendidas evoluciones, cada surco de la blanca tela era un río dormido tras el vendaval.

Francisco encendió un cigarrillo, la primera pitada le supo asquerosa, acida en extremo. Giró sobre si y dejó reposar su mirada sobre las caderas de Amanda que se insinuaban delicadamente bajo la tela, muy lentamente fue dejándose caer, aplastando los pies de ella, retirando los pliegues de las sabanas con los dedos, descubriendo centímetro a centímetro aquel cuerpo sereno que se ofrecía generoso a la primera luz de la mañana. Alzo su pecho levemente y se impulso un poco hacia arriba, dejando reposar la barbilla a la altura de las rodillas de Amanda, el roce de su piel le volvió a estremecer, obligándole a cerrar los ojos por un momento, se quedo así tendido sobre los pies de ella, jugando con sus dedos sobre los muslos pálidos y tersos, recorriendo muy despacio, milímetro a milímetro fue avanzando la punta del índice, describiendo una senda imaginaria desde la pantorrilla hasta las caderas, igual como hacen los niños que juegan a recorrer mundos imaginarios sobre la mesa de la sala, aplastando a su paso las hormigas con divina potestad.

Dio una nueva pitada al cigarrillo consiguiendo el mismo efecto que la vez anterior, asquerosamente acido, lo deslizó muy cerca de las piernas de Amanda y se dedico a contemplar, extasiado como las azulinas espirales de humo iban menguando al deslizarse delicadamente sobre la piel dormida, imaginó que aquella nube diminuta era la caricia de un velo de seda. Contuvo el aliento unos segundos dejando que el humo se extendiera por la piel, como hace la bruma sobre la tierra húmeda del campo. La luz se atrevía mas intensa entre las cortinas, dibujando duramente el perfil de Amanda sobre el tono carmesí que empapaba la almohada, él la observo directo a los ojos, aquellos ojos claros y vacíos, carentes de toda expresión, pero a pesar de todo aun parecía estar atravesándole con ellos, mas allá de la carne, revolviéndole el alma. Dio otra pitada al cigarrillo y luego sopló el humo desde las rodillas hasta las caderas de Amanda, quitó el exceso de cenizas con pequeños golpecitos sobre el filtro atrapado entre sus dedos, descubriendo así la roja y furiosa braza en el otro extremo, la hundió primero sobre el muslo, despacio, cuidando de no presionar demasiado, queriendo evitar apagarlo en el primer embate, un olor dulce y penetrante cosquillo en sus narices, Francisco sonrío nerviosamente mientras presionaba un poco mas el cigarrillo sobre la piel de Amanda.

Un hilillo de luz amarillenta cruzó la ensangrentada mano de Francisco, su mirada se paseó sobre ella, redescubriendo cada una de las líneas en su palma, respiró profundo y volvió a sonreír sin gracia, el sol apenas despertaba y las largas horas hasta el ocaso se ofrecían esta vez sin prisas, perfectas para explorar centímetro a centímetro aquella suave y tersa geografía.


Hundió nuevamente el cigarrillo en la piel, apenas un par de centímetros sobre la herida anterior, alzó los ojos buscando los de Amanda, aquellos ojos claros y vacíos, carentes de toda expresión, pero a pesar de todo aun parecía estar atravesándole con ellos, revolviéndole el alma.

A ver si con suerte aparte de revolverle el alma también se lo reventara...

Te cuento una anécdota: Aquí no es muy habitual el nombre Amanda.
Yo tenía una caniche toy inscrita así en el pedigree aunque la llamabamos familiarmente Minnie. Durante una temporada en que mi horario de trabajo me impedía estar en casa durante prácticamente todo el día, conocí por aquí a una mujer de quien todavía disfruto su amistad, ella vive a 500 Kms de mí. Vio una fotografía de mi perra y le gustó mucho, tanto que yo se la ofrecí ante la posibilidad de que estuviese más tiempo acompañada puesto que yo la dejaba solita todo el día en casa.
Se la hice llegar mediante una empresa de paquetería que transporta mascotas junto a los papeles del animalito. Cuando hablamos por teléfono en el momento en que se la entregaron le dije:
-La perra se llama Amanda, y cumple 4 años el 28 de diciembre.
Y ella me contestó:
- ¡Que casualidad! mi hija menor se llama Amanda y cumple sus años un día después.
:)
Me gusta tu texto necrófilo

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