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Carmen

Pintura: Bosque de eucaliptos



Mientras caminábamos por la carretera aun pensaba si había sido del todo buena idea no haber hecho el viaje en autobús. Apenas llevábamos dos kilómetros de caminata y Carmen ya comenzaba a quejarse, ¡que frío que hace!, ¡tengo hambre!, ¡que los pies!, que esto y aquello. Por un minuto me vi tentado a darle una buena patada en el culo, pero luego hubiera sumado eso a su lista de quejas.

Leonardo pareció adivinar mis intenciones por que de inmediato se largo a reír. En cambio Beatriz parecía apurar el paso haciendo gala de una energía envidiable, su motivación era por cierto lo que sostenía tanta vitalidad, con veintitrés años en el cuerpo me parecía increíble que Beatriz todavía no conociera el mar.

Este pudo haber sido un viaje breve y cómodo en un buen autobús, pero Leonardo acabo convenciéndonos a todos de que era mucho mas emocionante realizarlo “ruteando”, a fin de cuentas él había conocido el país entero viajando con solo un par de billetes en el bolsillo y una mochila a la espalda.

Al comienzo creí que por viajar junto a dos muchachas sería más fácil que alguien se conmoviera y nos diera un aventón, -no contaba con la indiferencia o quizás el miedo de los automovilistas- en vano nuestros pulgares se mantuvieron alzados, nos quedamos largo rato a un costado del camino estremeciéndonos con las ráfagas de viento frío que dejaban los vehículos a su paso.

Luego de caminar otros treinta minutos y bebernos un cuarto de la garrafa de vino blanco, -en el que nos gastamos parte de nuestro dinero destinado a los pasajes de regreso-, una camioneta se detuvo frente a nosotros. Nos subimos rápidamente en la parte trasera y nos miramos triunfadores y ebrios. A poco andar el reloj sobre el mediodía nuestra aventura otoñal ya comenzaba a marchar.

Carmen nos había comentado que su cabaña estaba ubicada en un la parte alta del pueblo, -pueblo que no era mas que un puñado de casas miserables-, según ella un lugar estratégicamente ubicado, del todo privado, en donde podríamos dar rienda suelta a toda nuestra algarabía contenida, bebiendo y fumando toda la hierba que pudiéramos en esos tres días de asueto.

Lo primero que hicimos al bajarnos de la camioneta fue correr tras Beatriz que con los ojos llenos de lagrimas se lanzaba en picada hasta la playa, era tal su emoción que no paraba de reír, nos quedamos en silencio tras ella sin atrevernos a interrumpir aquel instante mágico que debía plasmarse en su memoria. Nos miramos y creo que todos nos sentimos conmovidos con la expresión de Beatriz, como si hubiese sido una niñita que descubre a Santa Claus dejando los regalos bajo el pino de navidad, un verdadero éxtasis.

Carmen no cesaba de repetir que ya “faltaba poco para llegar”, mientras la seguíamos en dirección a su hasta ahora secreta cabaña, -“no falta nada”, paciencia muchachos-, repetía cada vez que nos sentía refunfuñar a sus espaldas. Lo cierto es que la percepción del tiempo de Carmen era del todo cuestionable, ya que los tres minutitos que según ella bastaban para llegar al lugar, distaban bastante de los veinticinco minutos que ya llevábamos caminando por un pobre camino de tierra áspera. Aquel camino vacío se extendía como un horizonte vertical desde el edificio municipal hacía la cima de los cerros, atravesando un pequeño bosque de eucaliptos de hojas crujientes. Por un momento el sonido de nuestros pasos demoliendo ramitas y hojas secas parecía ser el único sonido en rededor. Pensé en como sería estar de noche en ese lugar y un escalofrío me recorrió la espalda. “Ven no era para tanto, ya llegamos” – dijo Carmen extendiendo los brazos, orgullosa de presentarnos su lugar secreto.

Ante nosotros apareció la cabaña coronando una pequeña explanada, me pareció estar viviendo la excursión a un faro. Aquella cabaña solicitaría en medio de la nada no podía ser mas semejante a eso, un maldito faro. Leonardo se quito la mochila y se dispuso a quitar los candados y abrir las ventanas, apenas pusimos pie dentro un fuerte olor a humedad se pego a nuestras narices y a nuestra ropa. Beatriz se fue de inmediato en busca del baño y yo me devolví a la terraza, no tenía ganas de hacer nada mas que fumarme un cigarrillo sentado en el barandal. A pesar de mi desgano me dedique a reconocer el entorno, decepcionado descubrí que desde ningún punto de la terraza era posible ver la playa, solo se veían eucaliptos por todos lados. Comencé a caminan por la terraza rodeando la cabaña, eucaliptos al norte, eucaliptos al oeste, eucaliptos al sur, eucaliptos y un tipo con un perro al oeste… ¡vaya por fin otro ser humano!- pensé –Levante la mano e intente un saludo

¿A quien saludas? –pregunto Carmen
- al tipo del perro – conteste mientras bajaba la mirada buscando la colilla de mi cigarrillo para aplastarla

¿Qué tipo? – volvió a preguntar Carmen

- al tipo del perro que esta ahí…, en… ¡Vaya! … hace unos segundos había un tipo con un perro, ¡justo ahí! – le dije mirando hacía todos lados - Seguramente algún vecino tuyo Carmen- añadí

¿Qué vecinos?, aquí arriba no hay mas cabañas que la nuestra

- no lo se, algún tipo del pueblo cortando eucaliptos tal vez,… que se yo Carmen

¿Y como era?

- no lo se Carmen, un tipo con un perro, estaba lejos, que se yo, era viejo supongo, tenía el pelo blanco y vestía algo como una jardinera azul de mezclilla

¿Estas Seguro? –pregunto Carmen esta vez con una expresión mas grave

- Si, por supuesto, el tipo estaba allí… ¿Por qué?, ¿pasa algo Carmen?

No, no…pasa nada, es que me pareció extraño eso es todo, ven vamos adentro y preparemos algo de comer.

Durante el almuerzo Carmen solo se quedo revolviendo la comida en el plato, sin probar bocado. Beatriz no hacia mas que hablar y hablar de lo lindo e inmenso que era el mar. Leonardo simulaba escucharle no haciendo otra cosa mas que mirarle las tetas mientras se metía un vaso de vino tras otro. En realidad ninguno del grupo le prestaba atención a Carmen, parecía sumida en lo profundo de algún recuerdo.

- ¿Qué pasa Carmen? – Pregunte mientras Leonardo y Beatriz encendían su hierba y se marchaba en busca de la terraza-

Nada, no pasa nada – contesto sin levantar la vista del plato.

- De seguro nada, apenas si probaste la comida, ¿te preocupa lo del tipo?, ¿ hay algo que deba saber Carmen?

Nada es solo que me acorde de mi abuelo, el viejo construyo esta cabaña y aquí pase la mayor parte de los veranos de mi infancia. Nos sentábamos en la terraza y me pasaba tardes enteras escuchando las historias del viejo. Me inventaba un mundo de fantasías de seres mágicos y extravagantes y también algunos mas terribles que servían para cuando me portaba mal. En ese caso el viejo del perro, un personaje inventado por mi abuelo, -carmen sonrió bellamente al calor de aquel recuerdo de infancia - me decía que si me portaba mal me iba a venir a buscar el viejo del perro, mi abuelo decía que el viejo se llevaba a los niños y se los daba a los perros para que se los comieran, es por eso que tal vez ahora no me gustan los perros.

- Ja,ja,ja… estas bromeando Carmen, no te vas a creer que anda por ahí un tipo atrapando niñitos para dárselos a comer a su perro, me estas jodiendo!...ja,ja,ja., a demás de que te preocupas ya no eres precisamente una niñita, por suerte, ja,ja,ja.

Mis carcajadas se apagaron al tiempo en que Carmen comenzaba a llorar sobre la mesa.

Mientras Leonardo encendía la fogata a un costado de la cabaña, Beatriz me relato que cuando Carmen era niña su abuelo se ahorco en uno de los eucaliptos que rodean la cabaña. El pobre viejo victima de un cáncer Terminal no dudo en estirarse el pescuezo antes de soportar tal vez meses de dolor en alguna cama. Una salida poco elegante si se quiere pero una salida al fin y al cabo.

Lo peor de todo es que Carmen lo vio colgado de aquel árbol. Le tomo bastante tiempo volver pisar nuevamente este lugar, y pese al dolor que pudieran provocarle los recuerdo que habitan sus paredes Carmen se habría negado terminantemente a que vendieran la Cabaña, recuerdos malos o buenos, haber vendido el lugar era dejar ir de alguna manera un pedazo de su propia alma.

Una mañana en la facultad charlábamos sobre en que forma nos gustaría morir, cuando fue el turno de Carmen ella simplemente dijo que deseaba morir como una hoja al viento, en ese instante aquel comentario me pareció hasta un tanto poético, hoy lo recuerdo como un acto cruel y egoísta. Fue duro encontrarnos a Carmen suspendida del cuello en aquel eucalipto su rostro desencajado me siguió demasiados años, cada vez que me topaba con un eucalipto o incluso cundo sentía el aroma a eucalipto la imagen de Carmen con los ojos desencajados se hacia presente en mi memoria, verdaderamente ya no soporto ver u oler eucaliptos.

A Beatriz y Leonardo solo los vi una vez mas desde aquel día, nos citamos en el mismo lugar y en silencio le prendimos fuego a la cabaña, en silencio también nos despedimos, no los volví a ver desde entonces.

Ninguno de nosotros asistió al funeral de Carmen, lo último que supe de Beatriz es que se fue a vivir a Canarias y que a Leonardo le perdieron la pista en Ecuador, en una de sus tantas andanzas con mochila a cuestas. ¿Y de mi?..., ¿Qué fue de mi?... bueno, eso sencillamente no importa demasiado.

Después de encontrar el cuerpo de alguien conocido que se ha suicidado, es imposible recuperar la vida tal y como era antes.
Hace muchos años, una compañera de estudios encontró a su madre colgada de la lámpara en su propia habitación. La muy zorra ya había intentado quitarse la vida varias veces, bebiendo legía y otros métodos, a causa de una profunda depresión. ¿Cómo se cura de una visión así una muchacha de 15 años?

Supongo que es de egoístas suicidarse porque los que quedan tiene que pasarlo como el culo y ya no te cuento si, como dice Tesa, tu propia madre se cuelga de la lámpara de su habitación o intenta ingerir lejía para hacerlo pero es un debate bastante amplio, creo, en el que seguramente no todos estaremos en el mismo lado.

Yo, por ejemplo, preguntaría: ¿Somos o no dueños de nuestra propia vida? ¿qué es lo que cambia? ¿la forma que escoges de acabar con ella?

MO.

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