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Caleidoscopio (final)



Ayer volví a la galería de arte de la avenida Riobamba, allí estaba musculin senior afinando los últimos detalles para su nueva exposición. Luego de un par de copas de vino, me entere que su nombre es Renato, que tiene cuarenta y nueve años (aunque yo creo que se quitó por lo menos cuatro, pura coquetería), que es oriundo de Uruguay y que esta perdidamente enamorado de si mismo, ni un solo momento dejó de admirar su reflejo que se volvía mas estilizado sobre los grandes ventanales de la galería mientras lo entrevistaba, (por cierto me acerque a él con la excusa de que hacía un articulo sobre la escultura ornamental), pero mi intención era otra, deseaba conocer lo más posible sobre su personalidad, lo que descubrí de él la verdad me decepciono un poco, pero me alegró descubrir que vivía en el edificio hace mas de nueve años y que conocía al dedillo a sus vecinos y por que no también sus rutinas. Mientras caminábamos en dirección a mi edificio, musculin (no puedo decirle Renato) pareció alegrarse de saberme casi vecina, no tardé en invitarlos a cenar a mi departamento (pareja gay incluida), para interiorizarme más de su trabajo, (eso le dije), que me había fascinado, cosa que no es del todo mentira. Tras botella y media de un buen Merlot, poco a poco los rostros en las ventanas fueron tornándose más humanos. De la boca de este nuevo “amigo”, me entere que la vieja nudista amante de las plantas se llama Gilda y en sus tiempos mozos fue la figura principal de un importante teatro de revistas de esta ciudad y que luego del infortunado suicidio de su marido (el dueño del teatro), Gilda se volvió alcohólica, perdió el teatro y se confinó en el departamento, la única posesión que logró mantener. Algunos dicen que fue la propia Gilda quien despacho a su amado cuando lo encontró en los brazos de la que seguramente se iba a convertir en la próxima nueva estrella del teatro, pero eso es pura especulación, jamás le comprobaron participación alguna.

“The Lord”, se convirtió en el señor Francisco Javier Irarriazagoitia, un ex gerente de una importante empresa del rubro inmobiliario, sobre él, ninguna historia que valiera la pena contar, ningún antecedente sabroso, siempre un tipo serio, refinado, muy culto y gran conversador (según musculin ) creo que en su caso deberé intervenir la realidad un poquito más.

La niña del séptimo seguía siendo una incógnita, lo único que musculin me pudo contar sobre ella es que la vio un par de veces de vuelta del colegio junto a su padre, un sencillo profesor de matemáticas, se habían mudado hace poco mas de tres meses, (uno antes de que yo me mudara al mío), y nunca cruzó con él mas de un breve “buenos días“ y ahora ni siquiera eso, luego de que se enterara de que el tipo aquel era un acérrimo y declarado homofobico, no pude mas que quedarme con la duda.

Los siguientes dos días me quedé largo rato esperando ver a la niña aparecer en la entrada de su edificio. Llegaba siempre de la mano de su padre puntualmente cada día a las seis y media de la tarde. A las seis y veinticinco del día siguiente ahora yo me encontraba fumando frente a la entrada, cuando de pronto desde la esquina de flores y Arteaga, finalmente aparecieron. Los vi entrar al edificio y me lancé tras ellos, los rebasé y conseguí meterme primero al ascensor y desde atrás me quede observando a la pequeñita. Su figura se ofrecía mucho mas menuda y frágil de lo que aparentemente se veía desde mi ventana, su padre se volvió hacía mi y con una expresión muy afable y calida me preguntó el numero del piso al que me dirigía, le pedí marcar el octavo, no quería bajar antes que ellos. Al escuchar mi voz la pequeña apenas giró su cabecita para mirar sobre su hombro, al advertir el movimiento la salude ensayando mi mejor y mas sincera sonrisa, pero no hubo respuesta de ella hasta que su padre algo incomodo le dio unos tironcitos de la mano, mano que jamás dejó de asir. -“Vamos Luciana, que te he dicho sobre ser educada”, - dijo en tono severo. “Luciana”, por fin su nombre, -dije para mí-. Luciana me saludo muy despacio y volvió sus ojos al frente, se quedo mirándome en el reflejo cobre de las puertas del ascensor. Al bajar, Luciana se volvió hacia mí y no dejo de mirarme mientras se alejaba por el corredor. La sensación de angustia en mi pecho crecía súbitamente al cerrarse las puertas del ascensor en el séptimo piso, los ojos de Luciana parecían invadidos por las lágrimas.
Al volver a mi apartamento fui directo al telescopio, busque a Luciana y no tarde en encontrármela ahí en la ventana, como siempre, con la cabecita apoyada contra el vidrio. Estuvo así largo rato hasta que desde atrás su padre la retiró cerrando bruscamente las cortinas, como si estuviera enfadado.

La primera entrega para mi nueva columna fue todo un suceso. El editor estaba contento y no paraba de felicitarme por tan buena idea, ni de felicitarse asimismo por haber tenido también tan atinada idea de publicarlo. Llamé a Matilda y junto a otras amigas nos reunimos en el bar de siempre a celebrar mi éxito. La noche parecía completa, nada me prepararía para lo que vendría.

Entré al departamento algo mareada por el beso calido del Cabernet, dejé la luz apagada e hice de memoria todo el trayecto hasta mi cuarto. Desperté a eso de las cinco treinta de la madrugada, al menos eso decían los fosforescentes numeritos de mi reloj en la mesita de luz, la cabeza me daba vueltas y la sed hizo presa de mí. Me fui en busca de un poco de agua, y al pasar por la sala me fui directo al telescopio, la verdad nunca había jugado con el a esa hora, ¿que tanto puede suceder tan temprano?-pensé-, salvo tal vez encontrar a alguna persona fumándose el insomnio, o a alguna pareja cogiendo, esta última idea me motivo a restregarme los ojos y emprender la búsqueda, (el sopor del vino siempre me ponía caliente). Pero tal y como lo había imaginado, el edificio desde el segundo piso hacía arriba era un solo y oscuro bloque dormido, salvo por el séptimo piso, salvo por la ventana de Luciana. La luz al interior del departamento era suave, un tono ambarino brindaba calidez a aquella habitación, la misma atmósfera que se consigue al poner alguna prenda delgada sobre alguna lámpara. Al principio me costo enfocar, el foco de la lente luchaba por comulgar con el propio foco de mi ojo algo borracho todavía, pero ciertamente de súbito lo que cayó en mi retina, terminó por espantarme el aire beodo, ahí estaba Luciana, esta vez dando la espalda a la ventana, apenas si se veía en el pequeño espacio que quedaba entre las cortinas, espacio suficiente para que con el poder de aumento de mi telescopio pudiera hacer nítidas las formas. Luciana ni siquiera se encontraba de rodillas, no hacía falta, su estatura no lo ameritaba, era mas bien su padre aquel afable profesor de matemáticas el que parecía empinarse de puntitas en los pies, mientras con una mano asía la nuca de Luciana y empujaba en dirección a su bajo vientre. Allí mismo vomite, caí de rodillas y rompí en llanto, me fui directo al baño y me enjuague la boca, volví a la sala y cogi el teléfono.

Efectivamente la policía intervino. La psicóloga concluyó que la pequeña presentaba un pequeño grado de autismo, y ningún examen físico demostró cabalmente la presencia de estar frente a un abusador sexual, no habían antecedentes suficientes, el profesor era un tipo intachable y a todas luces un padre ejemplar.

No pude hacer nada para evitar que Luciana se mudara del edificio. Mi editor cancelo mi columna negándose a publicar algo de ese calibre sin tener evidencia contundente, ni aun tratándose de ficción, aquello no iba de acuerdo con la línea editorial del periódico, eso fue lo último que traté con ellos.

Al profesor me lo encontré en el centro hace un par de días, el tipo parecía distraído. Lo seguí a distancia suficiente para que no advirtiera que contaba sus pasos, nos metimos al tren subterráneo y viaje con él hasta Villa Adolfo. A las seis de la tarde, la manito de Luciana se volvía a perder en al interior de la mano de su padre y regresaba a su nuevo departamento a escasos metros de la escuela y la estación del tren subterráneo. Me quede largos minutos frente al edificio en el que los vi entrar, fumando nerviosamente, recorriendo con mis ojos cada una de aquellas nuevas ventanas mientras sentía otra vez un nudo en la garganta, la agonía en mi se convertía en callado llanto al no encontrar a Luciana.

Las tres primeras ventanas del cuarto piso se iluminaron al mismo tiempo, y recortando aquella luz apareció la figura delgadita de Luciana, luego la del profesor que lentamente fue bajando una a una las persianas, sonriéndome ufano mientras me observaba desde lo alto.

Ayer volví al centro. La estación del tren subterráneo estaba atestada como ya es costumbre, no fue difícil ubicar al profesor, ni tampoco situarme tras de él. Todavía recuerdo el agudo sonido de las pesadas ruedas de aquel vagón intentando frenar en seco sobre los pulidos rieles, todavía recuerdo los gritos de las mujeres y el desorden de los curiosos intentando observar al pobre “suicida”. El cuerpo del tipo quedó tan incrustado bajo aquella maquina que fue difícil retirarlo, el caos fue tal que hasta hubieron desmayos y una que otra amenaza de ataque cardiaco esporádico de algún sexagenario pasajero. El caos causado por el atochamiento en el tren subterráneo en hora peak fue publicado en todos los periódicos, incluso en el que yo trabajé hasta hace poco.

Hoy he vuelto al bar de siempre, y esta vez completamente a solas celebro en silencio mi primer titular, aunque en ninguna línea aparezca mi nombre, ni tampoco el de Luciana.

chbgeoPublica esto, publícalo, es IMPRESIONANTE.

Ummm..., me lié con la enmoción. Espera:

Deberías hacer algo para conseguir que alguien que tenga poder en el asunto lo lea 8 si no has ido a donde sea ya, digo), porque es IMPRESIONANTE, Mr Liar, de corazón, IMPRESIONANTE.

Varias cosas:
La historia es muy buena.
El morbo que despierta eso de espiar sin ser visto, puede variar al conocer personalmente a los espiados, seguramente aumenta.
Aquí, en España, coger significa "tomar con la mano", a lo otro lo llamamos follar. :)
Me encanta el final del relato, había que hacer algo con ese cerdo (hay muchos así en la vida real) y tu protagonista toma una decisión muy creíble.

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