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Jauría





Levantó pie esa mañana apremiando la certidumbre de una mesa vacía, transitando el mismo empedrado, advirtiendo basura en las esquinas, observando sin importarle demasiado como los perros daban cuenta de las empacadas miserias, luchando a dentelladas por conseguir los trozos más grandes de aquellos despojos. Una mordaz sonrisa despertó en su boca al notar cierta similitud de aquellos perros con algunos de sus congéneres, sonrisa que aplaco pronto al advertir que el trozo mas pequeño generalmente le tocaba a él. Sumido en aquellas estériles reflexiones no pudo advertir cuando aquel desgraciado y maloliente quiltro amarillento se lanzó directo a su pantorrilla izquierda, habido de un trozo fresco de lo que fuese, el primer grito de dolor fue en extremo agudo, de nada bastaron los desesperados aleteos y puntapiés sobre el peludo agresor, cuyas mandíbulas permanecían firmemente cerradas cual puertas de un claustro.

Los gritos fueron dando pie a las maldiciones, y las patadas sobre las costillas del animal no hacían otra cosa que retumbar en sordos ecos que morían a la sombra de innumerables ladridos que se acercaban desde el callejón. Se agachó lo suficiente como para agarrar por las orejas al bicho desgraciado que no desistía en su empresa, en vano tiró y tiró, con tal fuerza que entre los dedos quedaron acumulados los grasientos y gruesos pelos del animal que no soltaba.

La calle aun dormía a esa hora de la madrugada y ciertamente no había luz en las ventanas. El dolor en la pierna se fue volviendo cada vez mas agudo e irritante, de improviso recordó que el punto débil de los canes es la nariz, dejó entonces caer de inmediato el puño cerrado sobre el húmedo hocico, el alarido fue tal que los tímpanos parecieron saltar como cencerros. Tras la penumbra del callejón se perdió la figura de aquel desgraciado que iba humillando la cabeza con la cola entre las patas.

Se quitó la corbata y la ató fuertemente sobre la herida, el alba aun era solo una promesa que coqueteaba con la silueta de una cordillera oscura, se levanto despacio advirtiendo un gruñido desde el callejón, ¡ahí estaba el maldito!, entre las bolsas de basura observando amenazante con los ojos llenos de rencor.

Lanzó una piedra fuertemente contra el quiltro, la pedrada reboto contra el pavimento perdiéndose en la oscuridad del callejón, despertando un quejido agudo. Poco a poco se fueron encendiendo los siniestro ojillos tras aquel velo oscuro, lentamente, uno a uno se fueron develando las fauces babeantes de por lo menos una docena de feroces animales con sus lomos crispados. El desgraciado amarillento con el hocico aun sángrate fue el primero en emprender carrera, tras él la horda cuadrúpeda se tornó una feroz ola de dientes. Un solo grito alcanzó a cruzar el callejón, un certero mordisco aplacó el terror en la garganta casi cercenando la cabeza, el resto se abalanzó sobre el cuerpo en una vorágine sangrienta.

Las luces fueron encendiendo una a una en las ventanas de las casa vecinas, dando un tono bronce al callejón, tras las puertas abiertas los sordos pasos en repentina carrera se abalanzaron sobre la manada, sendos y certeros golpes de machete dieron cuenta de varios animales, cuyos aullidos fueron suficientes para persuadir al resto a emprender la retirada.

Los vecinos dispusieron de los animales según su peso, dividiendo el botín en partes relativamente equitativas, al igual que los “restos” que dejaron aquellos infelices que aullaban desde lejos, mientras el sol aun no se atrevía a despertar.

Un escrito que logra erizar la piel... un relato casi escalofriante para mi gusto... pero una magnifica creación, como lo son todos tus escritos.

Un fortísimo abrazo.

Para mi gusto es sencillamente PERFECTO. (Por cierto Patricia: estuve en tu sitio y me fascinaron las fotografías, son espectaculares. Tus labios también, dicho sea de paso).

No hace mucho me robaron en mi negocio (es una peluquería) y una vez pasado el susto, la impresión, el mal trago y la impotencia recuerdo que pensé que les agradecía (a mis ladrones) que por lo menos me hubieran vuelto a bajar la persiana y medio encajado el cierre. Ya sabes, porque si llegan a dejarla medio subida todo lo que no se llevan ellos (que se llevaron bien poco, por cierto) me lo hubieran robado mis... vecinos.

Una pena. Damos bastante asco, sí.

MO.

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