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Toc, toc



Me acerco a la ventana y enciendo mi décimo cigarrillo, el viento gélido golpea mi rostro como millones de invisibles agujas, cae la tarde y lentamente comienzan a encenderse las luces en la calle y los edificios aledaños. Frente a mi ventana se levanta como un gigante gris uno de los tantos edificios que me impiden ver la cordillera en la mañana, miro al gigante y me concentro en sus iluminadas ventanas, parecen pequeños faros en la niebla mudos testigos de las historias de sus transitorios ocupantes, cada una encierra un pedazo de mundo, de historias, penas y alegrías.
Enciendo mi cigarrillo numero once y arrojo hacia el vació la colilla del que acabo de terminar, miro otra vez hacia el cielo que se apaga sigilosamente, es curioso como cada atardecer en un breve lapso de tiempo se da la mano con el amanecer, la diferencia se percibe apenas solo por los sonidos y el aroma en el aire. Me gusta ser testigo de la muerte de un mal día, de como suavemente cae la noche, como se duerme la ciudad que conozco y como se despierta la que no conozco, la mas brutal, la mas siniestra.

Levanto los ojos y me fijo nuevamente en las ventanas que no me miran desde lejos, una mujer de pelo suelto se asoma a la terraza, cruza los brazos y se apoya en la baranda, no puedo ver sus ojos distantes, se mantiene en reflexiva inmovilidad como si fuera parte de la estructura de cemento, el ruido de la ciudad que se duerme abandona mis oídos a intervalos cada vez mas prolongados, tras de mi la oscuridad es completa, no encendí la luz como ya es mi costumbre, me gusta estar entre las sombras, sentir que me envuelven suavemente como una delgada sabana de seda, esta oscuridad que se ha convertido en el escondite desde el cual observo al mundo que no se da cuenta que mis ojos escudriñan los rincones donde nadie quiere mirar, levanto mi brazo y saludo a la distancia desde las sombras, la mujer de la terraza responde el saludo y regresa al interior, la luz en su ventana se apaga y una a una como en un mágica danza las luces de todo el edificio van muriendo esta convertir a este en gran rectángulo negro. El viento ya no sopla y sin embargo el frío es mas intenso, apoyo la espalda en el muro y me deslizo hasta quedar sentado en el piso, observo la habitación y el único vestigio de luz es el que se cuela por debajo de la puerta, una pálida y débil línea solitaria que semeja un horizonte lejano de una tierra incierta que me invita a emprender el vuelo hacia ella.

Escucho pasos en el corredor, son lentos y pesados, la habitación se llena de este único sonido que se prolonga como un lobo llamando a la luna y que se amplifica por el desierto de mi espacio tornándose en un eco sordo que muere de súbito al pie de mi puerta, puedo ver como la luz que se cuela por la rendija se separa por la figura de los desconocidos pies…

Tres golpes secos llaman a la puerta,… La luz se apaga….cierro los ojos y vuelve la calma.

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