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Reflexión de un intervalo demente


Los pasados tres días han sido del todo abúlicos. El sol castigadoramente brillante, pende sobre las cabezas aturdidas que pululan incesantes y ajenas a unos quince pisos más abajo de la punta de mi nariz.

Mi mano parece ligeramente mas hinchada cuando la sitúo frente a mi rostro, mientras intento escapar de los punzantes brillos azules del enlozado macetero que descansa solitario en lo alto, como si fuera un silencioso vigía en el filo del barandal, ahí está… simplemente inmóvil, indiferente, sin propósito. Pienso en el incesante ajetreo en la calle, pidiendo a gritos un momento único, casi puedo escucharlos desde lo alto, parecen gritarme, ¡Otro maldito Jueves con sabor a Lunes!., demasiadas horas.

A medida que la lucecita del ascensor va ensayando su cuenta regresiva, saltando de número en número, la sensación de bienestar se va incrementando y hasta algo parecido a una sonrisa se aparece en el reflejo bronce de mi rostro sobre las puertas del ascensor. Fijo entonces los ojos sobre el eventual espejismo, hay un extraño brillo en aquella mirada que me devuelve el reflejo, algo semejante al fulgor que tienen los depredadores al acecho. Las puertas se abren cortando en dos el borroneado espejismo y el silencio. La luz inclemente sobre los ojos se hunde como dos agudas agujas directo en el cerebro. Aprieto los dientes y avanzo lentamente por el hall entre gritos urgentes de algunos y los llantos histéricos de otros, el mundo entero bulle alrededor mientras me pongo las gafas obscuras, y la excitación se apodera de mí, cuando los pasos se multiplican en desordenadas carreras de un lado a otro en dirección a la calle. El corazón late más aprisa y las manos me sudan, pequeños temblores recorren la espalda y a medida que mis pasos me llevan a la calle la sensación aumenta exquisitamente, tengo la impresión de estar a punto de cruzar una gran hoguera.

Un par de pasos mas adelante la entrada del edificio parece sumirse en un brillo amarillento, el sol de lleno rebota en los gruesos ventanales y devora las figuras de quienes corren hacia fuera, cada vez que alguno me rebasa trae hasta mi rostro una brisa leve. Una vez en la calle me uno al resto. Mis ojos se disfrazan de curioso morbo y simulo escrutar sobre los hombros en busca de lo que perfectamente se donde se encuentra. Algunos miran a lo alto con las manos sobre la frente sorteando el sol, buscando alguna explicación, sin comprender lo inútil del esfuerzo. Llevo entonces la mano a mi boca como otros tantos fingiendo horror, mas espero que nadie advierta que oculto la sonrisa.

Es increíble que el gran macetero enlosado siga de una sola pieza, ahí esta sobre la acera rodeado de los restos de su propia tierra, aparentemente sin un solo rasguño. El sol brilla y rebota una vez más sobre su fría estructura tiñendo la calle y los rostros de céfiros azules en perfecto contraste con el rojo vivo y furioso que se derrama a escasos metros de mí. La respiración se agita sabiéndome en medio de todos los curiosos que no me prestan atención, nadie enfrenta mi mirada, ni observa como lleno mi pecho de sus propios alientos revuelto con el aroma cobrizo de la vida que se diluye como un pequeño río a mis pies. Por un momento mientras respiro profundamente, los segundos parecen dilatarse increíblemente, todo transcurre cuadro a cuadro, el tiempo y el espacio se corrompen sin tocarme extasiando los sentidos.

El incipiente ruido de las sirenas me empuja hacia la esquina, avanzo sin prisas, hasta que yacen vociferantes tras de mi, paso tras paso parecen mas débiles y pienso; es increíble que un acto tan simple como empujar un macetero, pueda desencadenar una serie de eventos formidables, únicos e irrepetibles, ni que tan intrascendente pueda parecer la suerte del pobre desgraciado cubierto con periódicos frente al edificio, apenas un circunstancial instrumento en el concierto del caos aparente. Para mi apenas un breve intervalo de divina potestad, para otros un recuerdo permanente…, todo tan solo en el breve espacio de la duda, todo tan solo en la punta de mis dedos.

Vaya... vaya...
mira la que puede liar un tipo travieso

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